Jun
Cuando la oración se convierte en amuleto
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O cuando la fe se convierte en superstición. Un poco de formación evita convertir la oración en lo que no es. Eso viene a propósito de un comentario al artículo más visitado de este blog. Se trata de “la oración del estudiante según Tomás de Aquino”. Pues bien, hace un tiempo alguien dejo este comentario que no dejé pasar: “Me funcionó (esa oración), en serio, no fake. Fui sin estudiar al examen de mates y me salió de puta madre, me las puso un amigo antes del examen, los 5 minutos de antes y me salió todo, de verdad, ya no vuelvo a estudiar en la vida, al fin algo bueno por parte de la religión”.
Un consejo: si quieres aprobar el próximo examen estudia, porque recitar esta oración no te servirá de nada. Otro consejo: lo mejor que puedes hacer es hablar con alguien que te ayude a purificar tu fe. La verdad es que en el mundo religioso hay de todo. Lo triste es que se considere religioso lo que en realidad es superstición. La oración no es magia. A veces se reciben, por internet, mensajes en los que se invita a recitar una fórmula a algún santo o advocación más o menos estrambótica, con la estúpida promesa de que, si se reenvía el mensaje a un número de contactos, se conseguirá lo pedido. He visto cosas parecidas en los bancos de las Iglesias. Incluso en los anuncios por palabras de los periódicos se han puesto este tipo de mensajes: rece diez padrenuestros a san Judas Tadeo y conseguirá dinero. Dejemos de lado que los padrenuestros no van dirigidos a ningún santo.
Todos necesitamos seguridades. Así se comprenden muchas manifestaciones de la religiosidad popular, que merecen respeto. Pero estas cosas a las que acabo de referirme no son religiosidad popular, son una estafa o producto de la ignorancia. De ahí que para vivir mejor la fe es importante la formación religiosa. Cierto, el saber no salva. Pero puede ayudar a vivir con un poco de dignidad, a no hacer el ridículo y a no estar engañado. Un poco de espíritu crítico en cuestiones de religión es más necesario que en otras cuestiones, pues se supone que el tema religioso es decisivo para la vida. Además, estas supersticiones sólo logran que los no creyentes se burlen de los creyentes, confundiendo ellos también (los no creyentes) fe y superstición. No hay nada más contrario a la fe que la credulidad.
Ya el autor del Eclesiástico advertía: “el que es fácil en creer de ligero, y en esto peca, a sí mismo se perjudica” (19,4). Crédulo es quien elimina el pensamiento de la fe y acepta lo que se le dice sin juicio crítico. El crédulo confunde deseos y sentimientos con realidad, se muestra incapaz de examinar y así corre el riesgo permanente de vivir en la ilusión y la mentira. La credulidad está muy emparentada con el gusto por los horóscopos, sueños y visiones. Precisamente porque la fe tiene una pretensión realista y busca alcanzar la verdad, se muestra crítica consigo misma y acepta el control de la razón. Esto es lo que hace digna a la fe e indigna a la credulidad.