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Cuando dices monaguillo, yo me huelo otra cosa
14 comentariosEl mal siempre sobra. Por eso siempre es excesivo. El bien es necesario y, por mucho que haya, siempre es bueno que haya más. Las noticias sobre el mal son llamativas. Las noticias sobre el bien suelen pasar desapercibidas. Estoy convencido de que el bien supera con creces al mal, porque si no fuera así, el mundo sería un infierno. Pero como el mal duele, parece siempre muy grande e importante.
En estos días se está hablando mucho de Granada y del tremendo mal que algunos clérigos han ocasionado (¿he de poner “supuestamente” para no ser denunciado?), pues supuestamente. Como se trata de delincuentes, supuestamente, habrá que juzgarlos como tales. El que sean clérigos (eso ya no parece que sea supuestamente) añade delito en la medida en que han podido aprovecharse de su posición para engañar a las viudas (haciéndose con su dinero), y a los y las menores (para aprovecharse sexualmente de ellos). Además, el que sean clérigos añade escándalo, porque de ellos se espera una mayor rectitud y coherencia. Es una espera equivocada, porque los clérigos son tan débiles y pecadores como cualquier otro creyente, pero la gente buena y sencilla, a veces, les coloca en pedestales imaginarios y, desde tales pedestales, les juzga y les valora.
Cuando digo que el mal supera al bien, no pretendo de ningún modo minusvalorar el mal ni paliar el delito. Pero sí quiero notar que la vida, en todos los niveles, funciona porque hay más gente buena que mala. Las instituciones funcionan, también las religiosas, porque unos pocos trabajan y se sacrifican. Y porque detrás de esos pocos hay un grupo grande de gente buena, quizás no tan sacrificada ni trabajadora, pero buena. Cierto, en las instituciones hay gente que plantea muchos problemas, y encima se creen el ombligo del mundo. Cuando en ellas aparen grandes o pequeños delincuentes, no se debe a que las instituciones les busquen, sino a que se les cuelan o porque las personas, frágiles como somos, podemos pervertirnos. Los grandes delincuentes suelen terminar siendo públicos. Los pequeños, a veces.
Las víctimas tienen miedo. Por eso muchas se callan. Es comprensible. Pero, por suerte, en la Iglesia, cada vez hay más ambiente favorable para sostener a las víctimas y tomar partido contra los victimarios. Benedicto XVI empezó a crear este ambiente y el Papa actual aún lo ha favorecido más. Este dato ratifica que el bien supera al mal. Hace muchos años me llamó la atención el título de un pequeño folleto: “Cuando tú dices Dios, yo me huelo otra cosa”. El Papa Francisco está contribuyendo a que la gente no se huela otra cosa cuando los curas decimos monaguillo.