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¡Conviértete o muere!
7 comentarios¿Qué tendrán las religiones cuando provocan tanto fanatismo, incomprensión e incluso tanto odio a la vida? Digo bien las religiones. Y me gustaría distinguir aquí entre religión, como conjunto de prácticas, normas y creencias, muchas veces contaminadas por la cultura, y fe en Dios. La auténtica fe, el verdadero encuentro con Dios, siempre es factor de paz, de comprensión, de perdón. El grito de ¡conviértete o muere!, lo pronunciaron hace un mes, aunque la noticia se supo ayer, un grupo de talibanes que, en Pakistán, atacaron a unos salesianos y amenazaron a los cristianos de un colegio que atiende por igual a niños pobres musulmanes y cristianos.
Aunque no haya pronunciado este grito, el “conviértete o muerte” es la intención de fondo de la campaña de un pastor protestante ugandés contra los homosexuales. Este párroco africano, asesor del Gobierno de Uganda en asuntos de familia, para el que las prácticas gays nacen de almas endemoniadas, se ha convertido en el mejor defensor de la legislación que en estos momentos se debate en el parlamento ugandés, que contempla la pena de muerte para los homosexuales en determinados supuestos. En contraste con la actitud de este personaje aparece la figura del Cardenal de París que, con elegancia, ha criticado la actitud de jóvenes católicos que, hace unos días, pretendían agredir con palos a un grupo de homosexuales que se manifestaban en la plaza de Notre Dame. La evangelización, ha dicho el Cardenal, no pasa ni por el insulto, ni por la violencia.
Vuelvo a mi pregunta inicial: ¿qué tendrán las religiones que, paradójicamente en nombre de la familia, de la vida, o de Dios, conducen a tales extremos? ¿Será que hemos reducido lo religioso a prácticas, normas, ideas, y hemos olvidado lo esencial, el encuentro con Dios? Hemos proyectado en Dios nuestros fanatismos, odios, intransigencias, enemistades y egoísmos. Hemos creado dioses a nuestra imagen. Criterio seguro de falsa religiosidad: cargar a los demás con pesos que uno no está dispuesto a llevar. Criterio menos malo, pero malo: ser muy exigente consigo mismo y muy exigente con los demás. Criterio de buena religiosidad: la exigencia consigo mismo y la comprensión hacia los demás.