Abr
Con Mahoma no se atreverían
5 comentariosDe vez en cuando recibo correos con invitaciones a sumarme a campañas en defensa de la moral y la fe católica, o a añadir mi firma a determinadas peticiones, o a reenviar el correo para evitar grandes y dramáticos males. Acabo de recibir uno en este sentido. Anuncia una tragedia, “una gran conspiración mundial para destruir la Iglesia Católica, y en especial sus valores”. De ahí la necesidad imperiosa de “defendernos”. Se trata de una película aún no estrenada que, según los alarmados, presenta de forma distorsionada a Jesús y a sus discípulos. Películas así hay muchas. No tienen nada que ver con el Jesús histórico. Si no se utilizase su nombre seguramente nadie les prestaría atención. Pero, incluso con el mal uso del nombre de Jesús, es dudoso que tengan éxito si toda su historia se reduce a presentar falsas facetas de Jesús relacionadas con su orientación sexual.
Lo más sorprendente en estos envíos son los argumentos para apoyar la necesidad de actuar. Uno es que el peliculero busca negar la divinidad de Cristo. Ahora bien, una película ni prueba ni desprueba la divinidad (no olvidemos que no hace tanto tiempo hubo una muy sanguinolenta, en la que su director si no pretendía probar la divinidad, al menos sí buscaba sugerirla). Que Jesús es el Hijo de Dios es asunto de fe. Una fe coherente con los datos históricos, pero que no se deduce necesariamente de ellos.
Hay otro argumento más recurrente y peligroso: decir que los que se atreven a hacer esta distorsión de la figura de Jesús no se atreverían a hacer algo así con Mahoma y el Islam. Quien así argumenta parece desear la defensa violenta de las convicciones religiosas y, en cierto modo, la da por buena. Pero lo que necesita defenderse con violencia es porque no tiene razones. La violencia es la pérdida de la razón. La verdad se impone por la fuerza de la misma verdad. Cuando necesita otra fuerza para imponerse se descalifica.
No he citado títulos porque yo no hago propaganda de malas películas. Los que se dedican a enviar esos correos masivos sí la hacen; la hacen sin querer, pero la hacen. Para conseguir su objetivo de evitar que la gente –atención, la que recibe sus correos- vaya a presenciar la película, lo mejor sería ignorarla. No hay peor desprecio que no hacer aprecio.