Abr
Árboles del Paraíso
7 comentariosLa Sagrada Escritura no solo es el alma de toda teología. Ha sido también fuente de inspiración para muchos artistas, filósofos y literatos. Un tema que ha dado origen a una fecunda literatura es el de los dos árboles del Paraíso de los que se habla en el capítulo 2 del Génesis: el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal. Pío Baroja contrapone ambos árboles: el hombre ha de elegir entre vivir como los animales o vivir de un modo nuevo buscando el conocimiento. Elegir lo segundo le ha reportado terribles consecuencias, porque el conocimiento nos hace perder la inocencia de la que disfrutan los animales. Cierto: hay conocimientos que entristecen y agobian, es mejor disfrutar alegremente de la vida como los animales. Ortega y Unamuno interpretan de modo similar el mito adámico: el hombre es un animal inadaptado, el conocimiento le aleja de la animalidad y le hace desgraciado. ¿Quiere esto decir que hay una cierta maldición de la inteligencia? ¿Es buena o mala la inteligencia, nos acerca o nos aleja de Dios?
Hay una lectura patrística de los dos árboles que ofrece una respuesta a esta pregunta. Según San Ireneo la prohibición de comer del árbol de la ciencia solo era temporal. Dios no está en contra del conocimiento (ni del conocimiento sexual, ni del científico), pero quiere que este conocimiento se realice de forma “madura”. Dicho de otra manera: el conocimiento tomado como un absoluto, desligado de la relación entre el ser humano y Dios, es un arma capaz de los peores horrores. La inteligencia no es mala. Lo es si se desvincula de aquello para lo que fue pensada: la humanización o, si se prefiere, la divinización del mundo. Según Ireneo el árbol de la vida sería el Verbo de Dios. Lo correcto hubiera sido pasar primero por el árbol de la vida para llegar correctamente al de la ciencia. Pero el ser humano invirtió el orden. La ciencia, el sexo, la conquista del mundo, desligado de Dios (del árbol de la vida divina) conducen a una vía muerta. Sin control, las realidades buenas nos desgracian. Solo orientadas por el Verbo, por la Palabra de Dios, redundan en nuestro bien.