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Amar a Dios con todo el corazón
1 comentarios¿Qué significa en positivo amar a Dios? Para amar a Dios hay que comenzar por descubrir que alguien nos ama incondicionalmente. Que Dios nos ama primero y nos ama siempre. En efecto, el amor a Dios es un amor de respuesta a un amor previo, gratuito y fiel de Dios hacia el ser humano. Para expresar la cercanía e intimidad del amor de Dios, la Escritura utiliza las analogías del amor paterno-filial (Dios quiere a Israel como a un hijo: Ex 4,22; Os 11,1; Jer 31,9; Sal 102,13; Is 63,15); y del amor esponsal (Jer 2,2; Ez 16; Os 2,21-22), aunque el amor de Dios desborda toda comparación. Es un amor que sólo puede expresarse con un “cuanto más” (Mt 7,11; Lc 11,13). “Mejor que nuestro corazón es Dios” (1 Jn 3,20).
Es un amor universal. Hacia todo ser humano, sin excepción alguna; un amor constante, sin desánimo: “Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: aquí estoy, aquí estoy, a gente que no invocaba mi nombre. Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde que sigue su camino” (Is 65,1-2). El Nuevo Testamento ratifica y profundiza en la universalidad y constancia del amor de Dios. El ama a sus enemigos, a justos e injustos, a malos y buenos, a todos los seres humanos sin excepción, sea cual sea su situación (cf. Rm 5,6; 1 Pe 3,18; Mt 5,45).
Aquellos que descubren un amor así se sienten interpelados, llamados a dar una respuesta total. A amar ellos, a su vez, a este Dios sumamente amable, con toda su personalidad, con la totalidad de su ser. Hay un comentario rabínico al famoso texto de “escucha Israel: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”, que dice así: hay que amar a Dios sin reservarse nada; por eso hay que amarle con todo el corazón, o sea, con todas tus tendencias. Amarle con toda el alma es estar dispuesto a dar la vida por Dios en caso de persecución. Y amarle con todas las fuerzas es amarle con todo tu dinero (que es dónde ponemos nuestra fuerza).
Detrás de algunos pasajes del Nuevo Testamento podría estar esta lectura rabínica del texto del Deuteronomio. La parábola de Mt 13,3-23 se refiere a tres categorías de personas, unas que no aman a Dios con todo su corazón (13,18), otras que no aman a Dios con toda su alma, pues en cuanto se presenta una tribulación o persecución sucumben enseguida (13,21), y otras que no aman a Dios con todas sus riquezas (13,22). Por el contrario, la primera comunidad cristiana de Jerusalén vivía a fondo este mandamiento, puesto que tenía un solo corazón y una sola alma en Dios y nadie consideraba sus bienes como propios (Hech 4,32; cf. 2,42-47).