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Algo le pasa a Dios en la cruz
9 comentariosA veces pensamos que la cruz de Cristo es un acontecimiento que, propiamente, solo afecta al Hijo de Dios: él es el que sufre, el que muere, el que está clavado en la cruz. El Padre y el Espíritu Santo serían, a lo sumo, espectadores distantes, aunque solidarios, y esta solidaridad les llevaría, en su momento, a resucitar al Hijo. Sin embargo, una lectura trinitaria de la cruz permite comprender la presencia del Padre y del Espíritu en la cruz (Heb 9,14; Jn 8,29; 16,32). Ellos no eran meros espectadores, sino que estaban implicados en el acontecimiento del Hijo y, por tanto, el sufrimiento de la cruz también les afectaba.
Precisamente en el lugar de la muerte de Jesús, la fe contempla que la verdad de Dios es mantenerse ahí, en aquel que muere. En este acto de donación de Dios aparece la salvación y la vida que comporta siempre la presencia divina. La cruz no es algo exterior a Dios, un acto del que solo sería testigo y no sujeto, es decir, sin experimentarla él mismo en sí mismo. Algo le pasa a Dios, que pasa por allí donde Jesús ha pasado, para ponerse así en comunicación de vida con los seres humanos. Porque pasa por donde Jesús ha pasado, Dios sigue pasando por todas las cruces de este mundo, haciéndose presente en ellas.
En las cruces provocadas por el odio, la mentira y la injusticia, allí está Dios manifestando su desacuerdo y llamándonos, no a la pasividad o a la resignación, sino a tomar partido por el que sufre injustamente, a luchar con todas nuestras fuerzas contra el mal. En las cruces que son producto de la limitación humana (enfermedad, envejecimiento), Dios se hace presente en ellas dando un nuevo sentido al dolor. Y cuando las cruces son resultado de nuestro pecado, Dios también se hace presente llamándonos al arrepentimiento. Este arrepentimiento, que implica remordimiento, es como un eco lejano de la participación de Dios en nuestro sufrimiento.