Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Mar
2024
Viernes santo: el velo del santuario se rasgó en dos
0 comentarios

viernessanto2024

Los tres evangelios sinópticos (Mt 27,51; Mc 15,38; Lc 23,45) coinciden en algo a primera vista sorprendente, a saber: en el momento mismo de la muerte de Jesús el velo del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Este dato, más allá de consideraciones históricas, tiene una profunda significación teológica, pues allí se revela un profundo misterio, el misterio de lo que Dios hace por medio de Jesús. En el templo de Jerusalén había un lugar santísimo, el recinto más reservado del templo, en el que se conservaba el arca de la alianza y en el que solo entraba una vez al año el Sumo sacerdote. Un velo separaba este lugar del resto del templo.

Pues bien, según los evangelistas, la muerte de Jesús produjo en el velo un desgarramiento tal, que dejó al descubierto el lugar más santo de Israel, permitiendo así el acceso a él. Este lugar, que estaba cerrado al pueblo judío y mucho más a los paganos, quedó abierto. Lo que era un muro de separación y hasta de enemistad ha sido abatido, tal como parece indicar san Pablo en su carta a los efesios (2,14-16): Cristo es “nuestra paz: el que de los dos pueblos (los dos pueblos de entonces y todos los pueblos de la tierra de hoy) hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad…, para reconciliar con Dios a todos los pueblos por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad”.

El velo perdió su poder de separación. Aquel que había sido rechazado del templo como si fuera un blasfemo, rompió el velo y dejo abierto el templo para todos y en todo momento. Este velo nunca más podrá ser cosido, por ningún sacerdote, por ningún pastor, por ningún inquisidor, por nadie que se abrogue poderes divinos. En Jesucristo no hay división, siempre hay paz. Para Jesucristo todo lugar es sagrado, en todo lugar Dios se hace presente y en todo lugar es posible encontrarlo. Los templos ya no pueden ser motivo de separación. Sólo pueden ser lugares donde se medite el sentido de lo sagrado, lugares de acogida, con las puertas abiertas (como diría Francisco), pues allí caben todos, y todos son bien venidos.

En estos tiempos en donde cada vez abundan más aquellos que, en nombre de la religión, crean divisiones y separaciones, no estaría mal que los que en estos días celebramos los misterios centrales de nuestra fe, mirásemos al Crucificado que, desde la cruz, rompe toda violencia y perdona sin límites, incluso a los que le asesinan, “porque no saben lo que hacen”.

Ir al artículo

25
Mar
2024
Jueves santo: no solo Eucaristía
2 comentarios

juevessanto2024

El jueves santo no es solo el día de la institución de la Eucaristía. En ese día memorable ocurren muchas cosas, todas importantes para comprender a Jesús y estimular nuestro seguimiento. En ese día, en el transcurso de una cena de despedida, Jesús lavó los pies a sus discípulos y nos dejó su mandamiento, el suyo: que nos amemos los unos a los otros. El amor mutuo es el signo distintivo de los discípulos de Jesús. En el transcurso de esta cena aparece, una vez más, la incomprensión de Pedro: “no me lavarás los pies jamás”. Lo que Jesús estaba haciendo no se ajustaba a la imagen que Pedro se hacia del Maestro.

En la noche de este jueves, Jesús va al monte de los Olivos. La noche es símbolo del mal, de la falta de luz. En el monte de los Olivos, Jesús, sumido en agonía, oraba al Padre que le librara del mal y, al mismo tiempo, aceptaba la voluntad del Padre, aún sin comprenderla. Cuando en esta noche, un grupo conducido por Judas fue a prenderle, de nuevo aparece Pedro, que saca una espada para defender a Jesús. Quería demostrar su valentía y su amor al Maestro, pero olvidaba que la causa de Jesús no se defiende con violencia. Y, sin embargo, poco después, cuando Jesús fue conducido a la casa del Sumo Sacerdote para que le interrogase, Pedro, que observaba desde lejos lo que ocurría, se mostró como un cobarde al negar, ante una criada, que conociera a Jesús.

La espada es símbolo del poder; la cobardía, señal de debilidad. Hoy muchos cristianos lamentan que la Iglesia no se manifieste con poder. También a los cristianos nos cuesta comprender las debilidades y limitaciones de la Iglesia y de sus ministros. El jueves santo es un buen día para comprender que el camino de la Iglesia no es el del poder, sino el de la humildad y el servicio. Y también es un buen día para comprender que en la Iglesia hay pecado y cobardía, como ocurre con Pedro, y traiciones, como ocurre con Judas. No hay que escandalizarse por ello. Pues nuestra fe no se fundamenta en la santidad de los ministros de la Iglesia, sino en la persona de Jesucristo.

Sobre todo, el jueves santo es un buen día para revitalizar el mandamiento del amor mutuo. Cuando en la iglesia nos calificamos de conciliares o tradicionalistas (como si el Concilio Vaticano II no fuera tradicional), cuando descalificamos al otro porque no piensa como yo, cuando nos afirmamos a base de insultar al que rompe nuestros esquemas (a veces incluso al mismo Papa), cuando somos incapaces de preguntarnos por la parte de verdad que puede haber en aquel del que discrepamos, cuando no miramos al otro con un mínimo de simpatía y solo vemos cosas malas en él, es porque la propia ideología puede más que el amor con el que debemos amarnos.

Amar no es pretender que el otro sea como yo, no es buscar que piense como yo, no es exigir que haga lo que yo quiero. Amar es respetar al otro en su diferencia, comprender sus debilidades, aceptar que, siendo distinto, es también mi hermano. En la Iglesia cabemos todos y todos estamos llamados a conversión.

Ir al artículo

22
Mar
2024
Jesús responde al odio con amor
3 comentarios

semanasanta2024

En el momento de morir Jesús responde al odio con amor, ama a sus enemigos, hasta el punto de que no solo les perdona, sino que les justifica, ofrece una buena razón al Padre para que les perdone, manifestando la fuerza y el poder de un amor capaz de justificar a sus enemigos: “perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Se diría que Jesús se convierte en el abogado defensor de los que lo asesinan.

Para captar toda la fuerza de esta oración, es interesante comparar el caso de Jesús con el de los mártires. La grandeza del martirio está en el hecho de ser matado perdonando al asesino, como cuenta el libro de los Hechos (7,60) que hizo Esteban. Pero en la muerte de Jesús ocurre algo más: no sólo perdona a sus enemigos que le matan, sino que ofrece una razón al Padre para que les perdone. De este modo justifica, hace justos a sus enemigos: “perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Si hubieran sabido lo que hacían, piensa Jesús, no lo hubieran hecho (cf. 1 Cor 2,28; Hech 3,17). Por eso son dignos de compasión y de perdón.

Pero hay más, Jesús no sólo justifica y ofrece un buen motivo para esta justificación, sino que entiende que ellos no pudieran entender. ¿Por qué no entendían, por qué no sabían lo que hacían? Elredo de Rieval, un abad cisterciense del siglo XII, tiene un texto impresionante en el que responde a estos porqués: en la Cruz se oculta la majestad. De ahí que el abad de Rieval encuentra no sólo un buen motivo que hace excusables a los que crucifican a Jesús, sino la razón profunda que explica su confusión: “Crucifican, pero desconocen a quién crucifican, porque si lo hubieran conocido nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria… Creen que soy un prevaricador de la ley, creen que usurpo la divinidad, que soy un seductor del pueblo. Les oculté mi rostro y no cono­cieron mi majestad”.

En línea parecida se expresa San Gregorio Magno: Jesús “fue el único entre todos los hombres que pudo presentar a Dios súplicas inocentes, porque hasta en medio de los dolores de la pasión rogó por sus perseguidores… ¿Qué es lo que puede decirse o pensarse de más puro en una oración que alcanzar la misericordia para aquellos mismos de los que se está recibiendo el dolor?”. Gregorio llega a decir que esta sangre es “la demanda de justicia de nuestro Redentor”, una justicia que se manifiesta en forma de perdón, y citando un texto de la carta a los Hebreos que dice que la sangre de Jesús habla mejor que la de Abel, escribe: “De la sangre de Abel se había dicho: La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. Pero la sangre de Jesús es más elocuente que la de Abel, porque la sangre de Abel pedía la muerte de su hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para sus perseguidores”.

¡No hay adjetivos que puedan describir un amor como el de Jesús! Es imposible amar más. Solo en un amor como este puede estar la salvación del mundo. Se trata de un amor incondicional, un amor a pesar de todos los pesares. En la muerte de Jesús está la fuerza que vence al mundo y el pecado del mundo (cf. 1 Jn 2,2). De ahí que bien puede decirse que Jesús derrama su sangre en la cruz para el perdón de todos los pecados: “en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres” (2 Cor 5,19).

Ir al artículo

21
Mar
2024
Rama de olivo entre llamas
1 comentarios

fallas2024

Este pasado día 19 por la noche, fiesta de san José, se quemaron las fallas de Valencia, esos monumentos, verdaderas obras de arte, que todos los años alegran a los valencianos y a sus visitantes. Entre las fallas hay competencia y se reparten distintos tipos de premios. La competencia puede ser competitividad que enemista, pero puede ser también un estímulo mutuo, hecho en un clima de fraternidad, que nos impulsa a hacer bien las cosas y a alegrarse con el éxito del vecino. Tengo la impresión de que esa última es la competencia que se fomenta entre las distintas comisiones falleras.

La mayoría de las fallas, por no decir todas, están plagadas de mensajes, muchos de ellos críticos con la situación social y política, e incluso con referencias personales bastante irónicas a personajes y políticos de actualidad. Hay una falla que está fuera de concurso, patrocinada por el Ayuntamiento de la ciudad. Suele ser muy visitada y suscita muchos comentarios. Este año, al menos a primera vista, su mensaje resultaba poco visible. Y, sin embargo, era un mensaje importante: “dos coloms, una branca”, o sea, dos palomas y una rama, una rama de olivo sin duda. Los autores del monumento querían contraponer la paz y la guerra, una paz que sigue siendo la asignatura pendiente en muchos lugares de nuestro mundo. Por eso parece que la falla está sin terminar.

El próximo domingo, los cristianos iniciamos la semana santa con la celebración del domingo de ramos, recordando la entrada de Jesús en Jerusalén, montado sobre un pollino y recibido con ramas de olivo. Porque entraba el rey de la paz. Un rey tan pacífico que cuando iban a prenderle y uno de sus amigos quiso defenderle con una espada, no aceptó ser defendido así, para evitar que esa espada pudiera dañar a los que iban a prenderle y evitar también que la respuesta de sus enemigos dañase a su amigo Pedro, portador de la espada. La rama de olivo en boca de la paloma recuerda un episodio bíblico que es también una evocación de la paz. Cuando Noé construyó un arca para salvarse de las fuerzas hostiles de la naturaleza, y quiso asegurarse de que la naturaleza estaba de nuevo en paz, envió una paloma a buscar tierra firme y supo que podía desembarcar cuando el ave regreso con una hoja de olivo en el pico.

Una amable lectora me envía la foto con la que ilustro este post, junto con estos versos de su propia autoría: “Ramo de olivo entre llamas / memoria de una Paz / que ilumina / más allá de las cenizas”. Ojalá que los cristianos, recordando precisamente que este próximo domingo celebraremos al rey de la paz con ramos de olivo, seamos conscientes de que la paz hay que construirla cada día. Por eso, ante aquellos que quieren que el ramo de olivo y las palomas de la paz ardan entre llamas, nosotros debemos hacer de este ramo una memoria que, más allá de las cenizas que otros dejan en este mundo, sea una luz que ilumina y abre caminos de paz. Aunque muchos no lo quieran entender, porque sus intereses son políticos, a eso nos invita el Papa cuando habla de negociar y de levantar banderas blancas para terminar con la guerra.

Ir al artículo

17
Mar
2024
José, el que se ajusta a los planes de Dios
4 comentarios

joseelqueseajusta

La figura de José, el esposo de María, puede muy bien situarse en la estela de otro José, el hijo de Jacob, que fue vendido como esclavo por sus hermanos y llegó a ser primer ministro del Faraón de Egipto. Así, cuando sus hermanos tuvieron necesidad de comprar alimentos y acudieron desde Canaán a Egipto para adquirirlos, José, en vez de vengarse, los acogió y salvó a su familia, respondiendo al mal con el bien. Este José era un hombre bueno y casto, un “soñador”, temeroso de Dios.

También el esposo de María dejó Nazaret y fue a Egipto para salvar a su familia. También él recibía en sueños sabias indicaciones divinas para cuidar de su esposa y de su hijo. ¿Por qué tuvo que emigrar a Egipto con su familia? Porque Herodes, un gobernante cruel, temeroso siempre de perder el poder y que, para conservarlo, no dudó en matar a sus tres hijos, pretendió matar a todos los niños de Belén, al enterarse por unos magos venidos de oriente de que allí había nacido el rey de los judíos. El rey Herodes, en el fondo un falso rey, pues había logrado el puesto a base de mil corruptelas, buscaba matar el verdadero rey. Dios respondió a la amenaza enviando un ángel que, apareciéndose de noche en sueños a José, le ordena que huya a Egipto con el niño y su madre, porque Herodes busca al niño para matarlo (Mt 2,13).

José de Nazaret, hombre justo y manso, como era manso el José del Antiguo Testamento, obedece a la palabra de Dios. Custodio por excelencia, defiende la vida del inocente. Los dos Josés fueron mediadores de salvación. El verbo que emplea el ángel cuando se aparece en sueños a José es: “levántate” que, en griego, equivale a: “resucita”. Siendo todavía niño, Jesús estaba en peligro de muerte, pero en ese peligro se anunciaba su resurrección.

La emigración a Egipto de José, al frente de su familia, repite de alguna manera la historia de la salvación, el paso de la esclavitud de Egipto a la libertad, y así lo sugiere el evangelio de Mateo (2,15) al decir que, cuando José regresa a Israel con el niño Jesús, obedeciendo de nuevo a la voz del ángel que se aparece en sueños, se cumplió lo anunciado por el profeta: “de Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1).

De José se dice que era “justo” (Mt 1,19), o sea, un hombre que “se ajusta” a la voluntad de Dios, y así se convierte en instrumento de sus planes y medio de salvación para su familia.

El centro de la vida de José es el cumplimiento de la voluntad de Dios. También nosotros necesitamos que los ángeles, los anunciadores de la Palabra de Dios, vengan a despertarnos de nuestros sueños para que defendamos a nuestras familias, para que defendamos la vida de los inocentes y de los débiles de tantos Herodes que quieren matarlos. Y atención: esos Herodes no son sólo los muchos peligros que vienen del exterior y nos invitan a alejarnos del camino del evangelio, sino también los Herodes que cada uno llevamos en nuestro interior y que toman forma en la comodidad, la cobardía o el miedo.

Ir al artículo

12
Mar
2024
Ser amada para ser obedecida
3 comentarios

amadaflor

En su libro de las Constituciones, Santa Teresa decía a las Prioras algo que vale, en primer lugar, para todos los responsables de las comunidades de vida consagrada, pero cuyo alcance va mucho más allá: “procure ser amada, para que sea obedecida”. Si examinamos bien el consejo resulta que el problema con la obediencia no lo tienen los que deben obedecer, sino los que mandan: si quiere ser obedecida, el problema es suyo, procure ser amada. Y si es amada se situará en el terreno de la fraternidad, porque solo puede haber amor entre iguales. Paradójicamente entonces se dará la máxima obediencia, porque el que ama quiere complacer siempre al amado, quiere hacer la voluntad del amado. Fuera de la fraternidad no hay obediencia, hay dominio y superioridad.

Este sabio consejo vale, naturalmente para aquellas y aquellos por quienes ha sido directamente dicho, pero también para todos los cristianos en general. Porque solo donde hay amor, hay verdadera obediencia. Una obediencia libre, voluntaria, gustosa, que se adelanta a los deseos del amado, siempre presto a complacerle. Porque amar es complacer al otro, cumplir su voluntad. No hay nada que “ate” tanto como el amor. En todo matrimonio, que es el lugar de la más profunda y completa amistad, un diálogo como este que ahora expreso en términos muy coloquiales, debería ser el modelo de toda decisión: “cariño, ¿dónde quieres que vayamos de vacaciones?”; respuesta: “donde tu digas, amor”; y replica el primero: “no cariño, donde digas tú”. Siempre lo que quiera el otro. Eso es amar, unir la propia voluntad a la del otro.

Los problemas, en la vida religiosa y en el matrimonio, empiezan cuando no hay amor y entonces cada uno quiere imponer su voluntad. Todas las imposiciones son malas, porque rompen la igualdad que supone el amor y se sitúan en el plano de la superioridad. Y cuando aparecen los superiores siempre hay peligro, pues el que actúa como superior se impone y considera al otro como súbdito o inferior. Ese no es el modelo de Jesús de Nazaret, que nunca habla de superiores, sino de servidores. Para formar comunidades de amor en donde todos y todas sean servidores. Y donde todos son servidores, se sirven los unos a los otros en un plano de igualdad. Solo así puede darse el amor.

Hay una frase terrible y espeluznante de una famosa canción (no voy a poner el nombre del grupo que la cantaba) que dice así: “la mate porque la amaba, la maté porque era mía”. Ese es el gran error, la gran mentira: nadie es propiedad de nadie, aunque todos somos de todos, pero en otro sentido. Somos los unos de los otros porque dependemos de los demás en muchos aspectos, pero sobre todo porque somos hermanos, todos hijas e hijos del mismo Padre. Pero este “ser del otro” es mutuo y de esta forma queda suprimida en su raíz toda propiedad, para dar paso al respeto, al cuidado, al amor.

Ir al artículo

8
Mar
2024
Nacidos por abrazados
3 comentarios

embarazo

Cada ser humano es el resultado de un acto de amor. El acto de amor más inmediato es el de los padres. Pero este abrazo de la madre y del padre que provoca una nueva vida es la mediación de una voluntad previa, que es voluntad de Amor, la voluntad de Dios, que nos ha querido y nos ha creado tal como somos, porque cada uno de nosotros somos una maravilla a sus ojos. El ser humano ha sido creado por amor y para el amor. Ya desde el principio de la humanidad Dios ofrece su amor al ser humano y busca una respuesta de amor. El problema que ocurrió en los inicios y que, desgraciadamente puede seguir ocurriendo hoy, es que el ser humano no responda al amor creador con amor, y busque alejarse e independizarse del amor que le ha dado la vida y le sostiene en ella.

Prescindiendo de consideraciones religiosas y quedándome solo con consideraciones antropológicas es posible llegar al mismo resultado. El hijo se asoma al mundo tras un abrazo de varios meses de la madre, un abrazo tan íntimo, tan profundo y tan unitivo, que hace que pueda hablarse de dualidad en la unidad. El hijo no sólo no puede rechazar este abrazo, sino que lo desea con toda vehemencia, porque sabe que ahí está su vida. Si la madre lo rechaza, entonces el otro sujeto del abrazo se pierde para siempre. Tal es la importancia del abrazo para la vida: hemos comenzado a existir rodeados de amor y por causa del amor. Este abrazo hace plausible la hipótesis de que el sello puesto sobre la existencia humana sea el del amor.

El abrazo es una manifestación de afecto entre personas, una manifestación que une los cuerpos de los que se aman. Pues bien, el embarazo es un abrazo de una intensidad tan grande que nunca más podrá experimentar el hombre. Como muy bien dice Carlo Casini, “cada uno ha nacido porque ha sido abrazado durante muchos meses por una mujer”. Desde este punto de vista, el ser y el amor coinciden. Esto nos hace pensar en lo que dice la primera carta de Juan: el Dios Creador es Amor (1 Jn 4,8). En esta misma carta se dice: “hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quién no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14). Podríamos parafrasear: hemos entrado en la vida porque nos han amado. Y sólo podemos vivir si amamos. Sin amor hay muerte.

Lo que hace posible el inicio de toda vida, hace también posible su continuación. ¿Qué son las guerras, que destruyen y matan sino actos de no amor? ¿Qué son las discusiones entre las personas y las familias, que destruyen, separan y matan, sino actos de no amor? ¿Por qué hay niños a los que se impide nacer, pobres a quiénes se hace difícil vivir, hombres y mujeres víctimas de violencia inhumana, ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una presunta piedad, personas que huyen del miedo, de la violencia, de la miseria y a las que se impide la entrada en nuestros ricos países, países en los que sólo importa el dinero, y cuando importa la política también es porque importa el dinero?

Ir al artículo

4
Mar
2024
Misericordia, síntesis de la cuaresma
5 comentarios

misericordia

El Papa Francisco dice que el desafío de una buena homilía es evangelizar la síntesis, porque “donde está tu síntesis, allí está tu corazón”. Voy a ir más allá de la homilía para atreverme a decir donde está mi síntesis de la cuaresma: en la palabra misericordia, tal como decimos en el responsorio de vísperas de cada día: “yo dije: Señor, ten misericordia”.

En realidad, como de hecho ocurre con toda oración de petición, no le estamos pidiendo a Dios que tenga un corazón solidario con nuestras necesidades. Lo que en realidad estamos haciendo es recordarnos a nosotros este corazón solidario, misericordioso de Dios, un corazón que nunca deja de compadecerse, de padecer con nosotros, porque nos ama como no se puede amar más. Pedir a Dios que tenga misericordia es reconocer su inmenso amor hacia nosotros. Y, por tanto, esta petición debe convertirse enseguida en una oración de acción de gracias por este desborde de amor.

Si hacemos caso a las palabras que el evangelista Lucas pone en boca de Jesús: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”, resulta que la misericordia debe ser la ley fundamental que habita en nuestro corazón cuando miramos con ojos sinceros al hermano que encontramos en el camino de la vida. Si hemos sido creados a imagen de Dios, y Dios es por esencia misericordioso, entonces en nuestra misericordia se refleja la imagen de Dios.

La misericordia no es una virtud más, sino la única manera de empezar a parecernos a Dios. El modo de mirar al mundo con compasión, el mirar a las personas con compasión, el mirar los acontecimientos y la vida entera con compasión, es la mejor manera de asemejarnos a Dios. Puede parecer que esto de la compasión no está muy de moda, puede confundirse con sentimentalismo, pero no es así. Para Jesús la compasión es un principio de actuación; sencillamente es interiorizar el dolor ajeno, que me duela a mí el sufrimiento de los demás, reaccionar haciendo lo posible por esa persona y aliviando su sufrimiento en la medida en que yo pueda.

Por otra parte, creer en un Dios misericordioso es abrirnos a la esperanza de ser amados a pesar de nuestro pecado. Nuestros pecados no son un obstáculo para que Dios nos ame. Dios ama siempre. Y esta es nuestra esperanza, fundada no en nuestras fuerzas o méritos, sino en la benevolencia de Dios. Por eso, la esperanza es segura, o por decirlo con palabras de san Pablo: la esperanza no falla, porque su fundamento es el amor que Dios nos tiene. Evidentemente, quién no ama a Dios es incapaz de acoger su amor y, por tanto, no vive la esperanza. El que no viva la esperanza no quiere decir que no haya esperanza para él. Quiere decir que él se priva de una vivencia que le podría hacer feliz.

En una carta a un hermano ministro (o sea, al responsable de una comunidad, al guardián como dicen los franciscanos), san Francisco de Asís le escribió algo que vale para todos y cada uno: “que no haya nadie en el mundo que se aleje de ti sin haber visto en tus ojos misericordia”.

Ir al artículo

1
Mar
2024
Cuando la religión es un mercado
3 comentarios

mandamientos

La primera lectura del domingo tercero de cuaresma de este año 2024, ofrece la primera versión de los diez mandamientos que aparece en el Antiguo Testamento. Aunque está escrito en un lenguaje negativo y arcaico, lo que dice se entiende perfectamente y se adelanta en muchos siglos a la conciencia que hoy tenemos de los derechos humanos. Uno de los grandes problemas de hoy es que no sabemos discernir el bien y el mal. Nos hemos olvidado de eso tan fundamental: respetar al otro, respetar siempre su dignidad. Cualquier atentado contra el ser humano es un atentado contra Dios.

Que está formulado en un lenguaje arcaico se ve cuando dice que los esclavos tienen derecho al descanso. En el contexto de la época es una afirmación revolucionaria, pues el esclavo no tenía absolutamente ningún derecho. Otro ejemplo de lenguaje arcaico, pero que bien entendido dice algo maravilloso, es esa comparación que hace entre el castigo que recae hasta la cuarta generación y la misericordia de Dios que dura por mil generaciones. El acento no está en el castigo. Lo que dice el texto es que no hay comparación entre la misericordia de Dios, que es infinita, que no tiene límites, y el castigo que merecen nuestros pecados. No se puede comparar cuatro con mil dice en un lenguaje simplista e infantil. Dicho en un lenguaje más elaborado: la misericordia de Dios supera con creces nuestras maldades. Porque nuestro mal siempre es limitado, el amor de Dios no tiene límites.

En el evangelio no aparece ningún Jesús violento. Jesús no la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales. La cuestión de fondo en este gesto profético es caer en la cuenta de que Jesús es mayor que el templo; él es el verdadero lugar del encuentro con Dios: hablaba del templo de su cuerpo. Encontrándonos con Jesús nos encontramos con Dios, siguiendo sus mandatos cumplimos la voluntad de Dios.

El gesto de Jesús señala la necesidad de una religión donde importa el encuentro y la relación personal con Dios, una religión nueva, personal, donde lo único que importa es el amor. A veces hacemos de la religión una especie de mercado: rece usted tres avemarías a la virgen, o póngale una velita a su imagen, y conseguirá lo que le pida. No, la oración no es pedir, es agradecer y estar. Sí, estar con el amado. Oración es amor, y el amor no es pedir. El amor es dar, agradecer y esperar, pero no pedir.

Esta escena es una crítica a nuestra religión sin corazón, con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de una religión sin fe y sin espiritualidad, una religión hecha de ritos. Lo que Jesús propone es una religión de vida, no de posturas o gestos. Uno de los reproches de Jesús a sus contemporáneos era: “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi”. El culto a Dios ha de ir acompañado siempre por el amor a Dios y al prójimo.

Una de las cosas que deberíamos anunciar es la gratuidad de Dios. Los criterios del mundo no son de gratuidad, son de comercio, de intercambio, de compras y ventas. El mercado lo marca todo, también nuestra relación con Dios y con el prójimo. Todo es exigido, comprado, ganado. Solo lo gratuito puede sorprender, porque es el signo auténtico del amor.

Ir al artículo

26
Feb
2024
Esperando un domingo sin ocaso
5 comentarios

domingosinocaso

Dijimos en el post anterior que el ser humano es constitutivamente un ser temporal, un ser de deseos y un ser que pregunta. ¿La temporalidad termina con la muerte o puede abrirse a una nueva dimensión? ¿Los deseos necesariamente se cumplen y las preguntas necesariamente encuentran respuesta satisfactoria, o siempre quedan frustradas?

Las búsquedas, los deseos, las preguntas no implican necesariamente su realización. La búsqueda puede no dar resultado, el deseo quedar insatisfecho y la pregunta quedarse sin respuesta. Pero estas tres actitudes, que nos abren al futuro, manifiestan mi capacidad de acogida y de recepción, y encuentran una sorprendente respuesta en la revelación cristiana. Allí se descubre un Dios que siempre nos espera, que puede ir más allá de todo deseo y que dará respuesta a todas las inquietudes humanas, “a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solo los alimentos terrenos” (así se expresa el Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes, 41).

Este Dios no puede ser alcanzado como exigencia de nuestros deseos. Es siempre pura gracia, puro don. Un regalo, una sorpresa. Y, aunque no podamos saber nada de este regalo, porque desborda toda imaginación (lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni corazón pudo jamás imaginar: 1 Cor 2,9), el cristiano espera que esta sorpresa sea una pura maravilla. El cristiano espera un mañana, sin lágrimas, sin dolor y sin muerte, que no tendrá mañana, pues será un día luminoso que nunca acaba. El cristiano espera, tal como dice uno de los prefacios de la Eucaristía dominical, “el domingo sin ocaso en el que la humanidad entrará en el descanso de Dios”. La humanidad, o sea, todos los seres humanos. “Entonces contemplaremos su rostro y alabaremos por siempre su misericordia”.

Esta es la “gozosa esperanza” con la que debe vivir el cristiano. Una esperanza que da sentido a la vida y la llena de alegría, a pesar de todos las penas y dolores con las que con demasiada frecuencia nos encontramos.

Ir al artículo

Posteriores


Logo dominicos dominicos