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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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2
Sep
2021
Mandamiento anterior a los diez mandamientos
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darfruto

En Gen 1,28 nos encontramos con las primeras palabras que Dios dice al ser humano, empleando dos verbos que no son sinónimos. Normalmente suelen traducirse así: “creced y multiplicaos”. El segundo verbo, multiplicarse va claramente en línea de aumentar la descendencia. Dios da la vida y encomienda al ser humano que la transmita, pues los dones recibidos de Dios no son para guardarlos egoístamente, sino para compartirlos fraternalmente. Aquí me interesa el primer verbo, crecer. Este verbo (en su original hebreo) indica fecundidad, pero una fecundidad distinta del multiplicarse. Esta fecundidad expresa un crecimiento en todas las dimensiones de la persona; se trata de desarrollarse humana y espiritualmente.

Ante de multiplicarse es necesario crecer, porque multiplicarse implica una seria responsabilidad que sólo puede encomendarse a personas maduras. Estrictamente hablando, la primera palabra que Dios dirige al ser humano es: “sed fecundos” que, para distinguirla del “multiplicaos”, debemos traducir por: “dad fruto”. Este “dad fruto” es “el mandamiento que precede a los diez mandamientos” (Frabrice Hadjadj). Pues para ser buen colaborador de Dios, para cumplir con los derechos y deberes humanos (y eso son los diez mandamientos) se requiere ser persona cabal, responsable, madura. Solo desde esta base es posible dar fruto.

La primera orientación que Dios da al ser humano no es: “fabricad”, producid muchas cosas para así hacer negocios, sino algo que tiene que ver con el propio crecimiento personal. Pues lo que importa en la vida no es acumular, es repartir. Una vida fecunda se despliega en el don. Para eso no basta saber mucho. Sabiendo muchas cosas uno puede ser un perfecto egoísta. Para compartir hace falta sabiduría, crecer como persona.

La exhortación a dar fruto se encuentra también en boca de Jesús, cuando recuerda que no basta con seguirle y estar injertado en él. El discípulo también tiene que dar fruto: “la gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos” (Jn 15,8). Solo dan fruto los árboles maduros. Para madurar, a veces, hay que podar, limpiar (Jn 15,2), desprenderse de aquello que nos estorba y nos impide crecer. Madurar es desarrollarnos en lo único que importa, en vivir en el amor. Dicho en cristiano: madurar es “crecer hasta Cristo” (Ef 4,15), para alcanzar así “la plenitud” y “el estado de hombre perfecto” (Ef 4,13).

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29
Ago
2021
¿Qué pasa en el corazón humano?
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remolino02

“De dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad” (Mc 7, 22-23).

Estas palabras de Jesús siempre han sido actuales. Desgraciadamente hoy lo son más que nunca. Podríamos hablar de Afganistán y de la perversa ideología talibán. Sería posible encontrar paralelos de fanatismo ciego, religioso y laico, en el pasado (¿hace falta nombrar a la inquisición?) y en otros lugares (¡se podrían nombrar tantos!). ¿Tan difícil es dejar en paz al que no me gusta? Si, además, el que no me gusta no me hace nada, sino que huye de mí, ¿por qué ir a buscarle para dañarle? Más cerca de nosotros, en nuestro país, tenemos el caso reciente de un padre que, supuestamente (digo supuestamente, porque me parece que no ha sido juzgado) ha matado a un bebé, a su hijo de dos años, para hacer daño a su mujer. Eso se llama técnicamente violencia vicaria. Realmente eso es odio y falta de corazón.

Hay casos menos extremosos en las familias, en los grupos, en las comunidades. Deseamos que el otro desaparezca de nuestra vista. Pero como el corazón del que odia es insaciable, no le basta con que desaparezca de su vista, tiene que hacerle daño mientras está lejos de su vista. ¿Tan difícil es respetar al otro? Respetar es un mínimo. A veces ni eso. Más difícil es ponerse en la piel del otro. Pero ese es el buen camino para tender puentes, perdonar, reconciliar los opuestos. Hay también dureza de corazón en estos familiares del enfermo que buscan “acabar cuanto antes”, entre otras cosas, para hacerse cuanto antes con la herencia.

Eso sí, como nadie se atreve a confesar que actúa en función del odio y del rencor, tenemos la desfachatez de decir que actuamos buscando el bien (el bien de las mujeres o de las niñas en el caso de los talibanes, el bien del anciano en estado terminal), o que el otro se lo merecía (es “un tal” o “no hace más que enredar”) y, si se lo merecía, entonces bien está lo que le hemos dado o lo que le hemos hecho

El egoísmo humano, ese es el gran pecado. Cuando ese egoísmo llega a algunos de los extremos a los que antes me he referido se hace insoportable. Los casos extremos, que nos conmueven, deberían hacernos pensar en los casos menos extremos que a todos nos tientan. El egoísmo humano, ¿será un defecto de fábrica inevitable? O se nos fabrica con ese “defecto” o no se nos fabrica. Pero eso no quita que el “defecto” pueda ser sanado. Ahí está la gracia de Dios, ahí está el amor que puede cambiar el corazón. Ya se lo advirtió Yahvé al primer colérico de la historia: “¿por qué andas irritado y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo?  Más, si no obras bien, a la puerta está el pecado, acechando como fiera que te codicia, y a quién tienes que dominar” (Gen 4,7).

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27
Ago
2021
¿Honrar con los labios o con el corazón?
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monumentobasilica

En el evangelio del próximo domingo escucharemos una queja de Jesús, citando al profeta Isaías, a propósito del culto: “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”. En principio, no tendría que haber oposición entre honrar con los labios y honrar con el corazón. Cabría aquí recordar otra palabra de Jesús: “de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Lc 6,45). En este último dicho hay coherencia entre lo que vive el corazón y lo que la boca manifiesta. Pero pudiera darse el caso, bastante frecuente, de una falta de coherencia entre lo que siente el corazón y lo que se manifiesta al exterior. El rostro, a veces, es el espejo del alma. Pero otras veces el rostro es engañoso, es un rostro mentiroso que oculta los verdaderos sentimientos y las verdaderas intenciones.

Esta incoherencia entre lo que el rostro manifiesta y los sentimientos que anidan en lo profundo del corazón es uno de los peligros del poder: propalar una falsedad para conseguir algo que jamás se conseguiría diciendo la verdad. Cuando esta incoherencia se da entre amigos, estamos ante la mejor prueba de la ruptura de la amistad. Y cuando esta incoherencia entre los labios y el corazón se da en el terreno religioso, estamos ante una pretensión imposible, porque mientras el hombre mira las apariencias, Dios mira el corazón (1 Sam 16,7) y conoce todo (1 Jn 3,20). Puesto que sondea los corazones, puede dar a cada uno lo que de verdad se merece (Ap 2,23). La incoherencia entre los labios y el corazón nos retrata a nosotros, pero no engaña a Dios.

En lo que se refiere a nuestras relaciones con Dios todos necesitamos convertirnos cada día, ser conscientes de nuestra debilidad. Cuando me reconozco pecador no hay incoherencia entre mi vida y mi fe. En materia religiosa la incoherencia se manifiesta cuando, consciente o inconscientemente, trato de engañar a los hombres, aparentando una piedad que no responde a lo que en realidad es mi vida.

Inspirándonos en la carta de Santiago (1,27) podemos decir que “la religión pura e intachable ante Dios Padre”, y también ante los humanos, es tratar con misericordia a los necesitados, no de forma puntual para salir en la foto (ahí está la incoherencia entre los labios y el corazón, ahí está la manifestación de un corazón pervertido y egoísta), sino como consecuencia de un corazón abierto y misericordioso, un corazón lleno de Dios, como ese que describe la carta a los romanos (5,5): “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.

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23
Ago
2021
Culto y fraternidad
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barcaiglesia

La eucaristía está esencialmente orientada a la constitución de la fraternidad humana. Un texto del evangelio es muy claro en lo que concierne a las relaciones entre culto y fraternidad: "Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda" (Mt 5,23-24). El texto cobra toda su fuerza si se nota que no se pregunta quien tiene la culpa de que tu hermano tenga algo contra ti. A lo mejor toda la culpa es suya, y tú eres víctima de sus manías, de sus complejos, de sus egoísmos. Pues bien, a ti te toca dar el primer paso, a ti te toca ceder si quieres celebrar correctamente la eucaristía, misterio de una vida que se entrega totalmente por amor sin poner ninguna condición.

En el Nuevo Testamento hay un vocablo que sintetiza muy bien la relación que hay entre culto y fraternidad. Es la palabra koinonia, o sea, comunión. Esta palabra expresa tres realidades a la vez: en primer lugar, koinonia significa la puesta en común de los bienes necesarios para vivir (Heb 13,16; Hech 2,44; 4,32). La koinonia es un gesto concreto de caridad fraterna; por esto, Pablo empleará esta palabra para hablar de la colecta a favor de los cristianos de Jerusalén; éstos glorifican a Dios, dice Pablo a los corintios, "por la generosidad de vuestra comunión con ellos y con todos" (2 Co 9,13; cf. 2 Co 8,34; Rm 15,26-27). La koinonia designa también la unión de los fieles con Cristo por medio de la eucaristía: "la copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?" (1 Co 10,16). La koinonia significa, finalmente, la unión de los cristianos con el Padre (1 Jn 1,6; 1,3), con el Hijo (1 Co 1,9; 1 Jn 1,3) y con el Espíritu (2 Co 13,13; Flp 2,1).

Entiendo que es buena esta síntesis: la fraternidad humana tiene su fundamento en la comunión plena con las tres personas de la Trinidad: "toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", dice el Vaticano II, citando a San Cipriano. El lazo que une estas dos realidades se celebra, es decir, se recuerda y anuncia de forma eficaz en la eucaristía, que nos une con los hermanos al unirnos con Dios. "Hacer memoria de Cristo" es mucho más que realizar un acto cultual: es comulgar con una vida, que es la vida de Dios, vida que se entrega totalmente por amor a los otros.

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20
Ago
2021
Experiencia de determinados amores
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ramosflores

La segunda lectura de la eucaristía del domingo próximo (XXI del tiempo ordinario, ciclo B), bien explicada, es maravillosa. Todo se puede explicar mal. Cuando la mala explicación se debe al desconocimiento, puede disculparse; cuando se hace con mala intención, lo mejor es no hacer caso. Dejo eso. La lectura de la carta del apóstol Pablo a los Efesios pudiera parecer que exhorta a las mujeres a “someterse” a sus maridos. Si nos quedamos con esa idea, hacemos una mala y falseada lectura de lo que dice la carta de san Pablo.

Este “someterse” las mujeres a sus maridos es la primera consecuencia de un principio general que luego tiene consecuencias para el marido. De lo que habla san Pablo es de una relación matrimonial, en la que hay un sometimiento mutuo (“unos a otros”) en el temor de Cristo. Si es mutuo y es “en el temor de Cristo” (que no tiene nada de amenazante, y mucho de respeto y reverencia admirativa), entonces estamos ante la maravilla del amor cristiano, que encuentra en el matrimonio una de sus mejores realizaciones. Se trata de un amor muto, recíproco, en el que cada persona busca siempre complacer a la otra y da gracias por la maravilla que es la otra persona para él o para ella.

Cierto, cuando toca hacer la aplicación al marido de la “sumisión recíproca”, san Pablo deja de lado el lenguaje de la sumisión para utilizar otro que es más exigente si cabe: amar como Cristo. El marido debe amar a su mujer como Cristo ama a su Iglesia. Y el mínimo de un amor así es amar al otro o a la otra como se ama uno a sí mismo, porque al ser el esposo y la esposa una sola carne, al amar al otro, aman su propia carne.

Hablando de amores vale la pena notar la respuesta que da Pedro (en nombre de todos los discípulos y discípulas), cuando Jesús constata apenado que muchos le abandonan. Entonces se dirige a sus mas íntimos y les pregunta si ellos también van a marcharse. He aquí la respuesta de Pedro (insisto: en nombre de todas y todos): si te dejamos, “¿a quién vamos a acudir?”. ¿A dónde vamos a ir sin ti? Cuando se ha hecho la experiencia de determinados amores, uno ya no comprende como puede ser la vida sin ese amor. Eso vale para el encuentro con Cristo, para la relación esponsal y para toda amistad que se precie: ¿a dónde voy a ir sin ti?, ¿qué será de mi si tu me dejas? El auténtico amor requiere eternidad. Si no puedes decirle al amado: “no me dejes nunca” ¡nunca!, “no te vayas jamás”, ¡jamás!, “quédate siempre a mi lado”, ¡siempre!, entonces es que todavía no amas de verdad.

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17
Ago
2021
Comunión que hace comunidad
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capillaburriana

Todo en la Eucaristía está ordenado a la comunión, y todo en la eucaristía tiene sentido en relación con la comunidad. Hay quien habla de “Misas privadas”. Pero la Misa no es un acto solitario y, en este sentido, siempre es pública; no es una acción individual, porque es un acto comunitario.

En la Eucaristía todo está ordenado a la comunión. En efecto, la eucaristía está para ser comida y bebida: "tomad y comed"; "tomad y bebed". Lo que se come y bebe es el cuerpo de Cristo. Esto significa que quién recibe los signos sacramentales del pan y del vino recibe la misma vida de Cristo, uniéndose con él, disponiéndose así a hacer de su propia vida una vida animada por el mismo espíritu, los mismos sentimientos de Cristo. Quién recibe el sacramento comulga con Cristo, está de acuerdo con él, dispone su mente y su voluntad, su vida toda, en sintonía con Cristo.

La comunión en y con la eucaristía está al servicio de la comunidad y tiene sentido en relación con la comunidad. Y eso desde un doble punto de vista. Quién celebra la eucaristía es la comunidad. La eucaristía es sacramento de la Iglesia, expresa lo que es la Iglesia, una comunidad de hermanos. Sin comunidad no hay eucaristía. No se trata de un rito que pudiera realizarse por creyentes solitarios. Se trata de un acto y una celebración eclesial. Por eso, la liturgia eucarística "habla" siempre en plural: te pedimos, te rogamos, ten misericordia de todos nosotros, nuestro pan... Supone además un permanente diálogo entre el presidente (que representa a Cristo) y la comunidad (que representa al pueblo que acoge y responde a Cristo). El diálogo es siempre comunitario.

Desde otro punto de vista tiene la eucaristía que ver con la comunidad. Pues si en la eucaristía nos unimos profundamente a Cristo, esto se verifica (se hace verdadero) en la fraternidad. Cuanto más se une uno a Cristo, tanto más solidario es. No hay unión con Cristo sin unión con los hermanos. Y el grado de nuestra unión con Cristo se mide por nuestra mayor o menor fraternidad. Se comprende ahora lo que San Pablo dice a los corintios: al comulgar con Cristo, siendo muchos, nos hacemos todos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan (1 Co 10,17). De ahí también la condición indispensable para poder recibir la eucaristía que san Pablo recuerda a los corintios: la ausencia de división y los sentimientos fraternos entre los asistentes (1 Co 11, 17 ss). En efecto, sería una contradicción que unos cristianos divididos y en mala relación recibieran el signo sacramental de que forman un solo cuerpo.

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13
Ago
2021
Asunción, apuntando a la meta
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asuncion

La Asunción de la Virgen María apunta al destino al que todos aspiramos. Lo que todos buscamos es vida y vida en plenitud. A esa meta ha llegado ya María. Recordar la meta ayuda a soportar las dificultades que encontramos en el camino. La vida, a veces, es dura. No sólo en el mundo, también en la Iglesia coexisten el trigo y la cizaña. Lo justo y lo injusto no puede ser eliminado de la vida histórica de la Iglesia. Ante la injusticia, a veces, nos encolerizamos; otras veces la soportamos con resignación. Pero siempre duele porque hiere. Una forma de mitigar el dolor es precisamente pensar en la meta

En estos pasados días nos hemos entretenido con los juegos olímpicos de Tokio. Este acontecimiento deportivo enlaza con otro que se celebraba en la antigua Grecia, en Olimpia. Es posible que san Pablo aludiera al esfuerzo y sacrificio que debían hacer los atletas para competir en Olimpia cuando escribe: “los atletas se privan de todo; y esto ¡por una corona corruptible!”. Y añade enseguida, comparando al cristiano con un atleta: “nosotros, en cambio, por una incorruptible” (1 Cor 9,25). ¿Cómo es posible sobrellevar las dificultades, los sin sabores que, a veces, nos asaltan, incluso injustamente como antes he dicho? Como si fuéramos atletas. O sea, pensando en la corona, en la meta, en el destino. Pensar en la alegría que nos espera al llegar al destino, ayuda a la mente a dejar de dar vueltas a lo que nos entristece.

María es una buena referencia de nuestro destino. Al definir el dogma de la Asunción, Pío XII, utilizando una antropología común, definió que la Madre de Dios, “terminado el curso de su vida terrenal, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste”. La vida terrenal termina con la muerte. Pero para el cristiano la muerte no es una barrera, sino una puerta, un puente a la gloria celeste, a la salvación. Y en ella entramos con toda nuestra realidad, con todas nuestras dimensiones, en cuerpo y alma. Porque si nos faltase algo, la salvación no sería completa. La salvación, la gloria celeste (para emplear la terminología de Pío XII) tiene que ser un proyecto de felicidad estable, completa, permanente, en el que todas las dimensiones de la persona queden saciadas.

A esa felicidad estable y completa apunta el dogma de la Asunción. Mientras tanto, mientras estamos en camino, conviviendo con lo injusto, pensar en la meta pueda ser un buen lenitivo para las penas de la vida, y un estímulo para centrarnos en lo importante y no dejarnos desanimar por lo pasajero.

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9
Ago
2021
Las comidas de Jesús
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comidasjesus

Para Jesús las comidas eran algo muy importante, porque apuntaban, señalaban, presagiaban una comida mejor, una comida que quién la gustase ya no pasaría más hambre.

Las comidas de Jesús con los pecadores llamaban la atención. Los fariseos, al ver con quién se sentaba Jesús a la mesa, decían escandalizados: “¿Cómo es que come con los publicanos y pecadores?” (Mc 2,15-16). Jesús comía porque era hombre y tenía necesidad, pero es curioso que también necesitaba dormir y, sin embargo, sólo una vez en los evangelios, se dice que “durmió” (Lc 8,23). ¿No será porque las comidas tenían en Él un sentido más profundo? ¿Saben que significa compañero? El que come pan conmigo. Compañero es una palabra muy cercana a amistad. A Jesús les gustaba comer con otros, porque así se hacía compañero de aquellos con los que comía, entablaba amistad con los otros comensales. Las comidas de Jesús eran signo del amor del Padre hacia los hombres.  El amor del Padre nos hace hermanos. Zaqueo comprendió bien lo que significaba que Jesús comiera en su casa: “Mira, le dijo, la mitad de mis bienes se los doy a los pobres” (Lc 19,8).

Estas comidas de Jesús apuntaban a otra comida, más importante y definitiva. Un día, en el monte, Jesús alimentó a la muchedumbre con unos pocos panes y unos peces (Jn 6). A la vista del prodigio, la gente le quiso proclamar rey. Pero él, que había venido no para ser servido, sino para servir, huyó a la soledad. Al día siguiente, la gente le encontró y Jesús les recriminó: “Me buscáis porque os di de comer hasta saciaros”. Y Jesús les anuncia el hambre de otro pan, uno que no perece y alimenta hasta la vida eterna: vuestros padres, en el desierto, comieron el maná y seguían teniendo hambre, y murieron. Pero hay otro pan, que baja del cielo, y el que lo come ya no tiene hambre. Yo soy el pan que baja del cielo, el que lo come vive para siempre y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.

Muchos se escandalizaron y le abandonaron: ¿cómo puede este darnos a comer su carne? En el cenáculo, de forma inesperada, Jesús realizó lo prometido: Tomad y comed, esto es mi cuerpo.  Verdaderamente, este es el misterio de nuestra fe. Insisto: de nuestra fe. La eucaristía se profana cuando se la quiere someter a prueba. Y no digo más.

También el resucitado se hace presente en torno a una Mesa. Estas comidas del resucitado son claramente eucarísticas. Un resucitado no necesita comer. Sólo comen los terrestres, los carnales. Y el resucitado ya no está en nuestro mundo, tiene otra condición, la condición de los que ya viven la vida que no acaba, la vida de Dios, la vida para siempre. Lo dejo ahí, porque no quiero ahora entrar en la condición de Cristo resucitado, sino solamente notar que el resucitado se hace presente en un contexto eucarístico, el primer día de la semana, cuando los apóstoles estaban reunidos para la fracción del pan.

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4
Ago
2021
Domingo de Guzmán, predicador de la misericordia
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partirelpan

A santo Domingo de Guzmán se le califica de “predicador de la gracia”. Una de las más importantes manifestaciones de la gracia es la misericordia. Cuando la gracia, amor gratuito e incondicional, no es bien acogida, entonces la fuerza del amor se manifiesta en forma de perdón. La misericordia apunta a un amor incondicional que, por ser incondicional, es capaz de vencer todos los obstáculos que el ser humano pueda oponerle. La misericordia es expresión del corazón amante de Dios que perdona los pecados y se hace presente en todos los infiernos.

Pero el anuncio de la misericordia tiene también repercusiones sociales y muestra su verdad en nuestro comportamiento con el prójimo necesitado. Domingo de Guzmán era una persona misericordiosa que creyó en un Dios misericordioso. Esta misericordia se manifestó en una doble dirección: por una parte, en su compasión por los pobres, por los que sufren y por los necesitados, ayudándoles con sus propios bienes. Y por otra, en su oración por los pecadores, hasta el punto de que, según sus biógrafos, también oró por los condenados en el infierno, lo que podría entenderse como una expresión límite que une al orante con un Dios cuya misericordia no excluye a nadie.

También hoy la predicación de la misericordia debe desplegarse en esta doble dirección: en primer lugar, solidaridad efectiva y eficaz con todos los necesitados y los marginados de la sociedad, por medio de un serio compromiso por la justicia. Pero también, anuncio de un Dios con el que siempre es posible “volver a empezar”. La misericordia siempre despierta la esperanza y mueve a la acción de gracias. Esperanza para “el aquí y el ahora”, dando sentido y ofreciendo razones para vivir; y esperanza en una salvación definitiva que solo Dios puede otorgar. La acción de gracias es la prueba de que la misericordia ha sido bien acogida y comprendida.

El anuncio de la misericordia, de ningún modo puede entenderse como una gracia barata. Es más bien una manifestación de la grandeza de la gracia porque nos mueve a compartir nuestros bienes con los necesitados, a socorrer a los indigentes, a comprometer nuestra vida a favor de la justicia, de la paz y del entendimiento entre las personas. Y lejos de ser barata, la misericordia es la mejor manifestación del poder de Dios. En efecto, tiene poder quien consigue lo que quiere. Dios manifiesta, especialmente, su poder con el perdón y la misericordia porque perdonando los pecados y teniendo misericordia de todos logra lo que pretende, que es la salvación de todos y cada uno de los seres humanos.

Quien interprete la misericordia como una gracia barata no solo no ha entendido nada del amor, sino que entra en la peligrosa dinámica de despreciarlo y, por tanto, de rechazarlo.

 

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31
Jul
2021
Domingo de Guzmán: nacer al morir
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Domingoguzman

La Orden de Predicadores celebra durante este año de 2021 un jubileo, o sea, una gran fiesta conmemorativa. El motivo de la fiesta es celebrar el “dies natalis” de Santo Domingo, o sea, literalmente, su cumpleaños. Si de cumpleaños se trata, en el sentido corriente que damos a esa palabra, entonces hay que decir claramente que no se sabe documentalmente la fecha del nacimiento de Domingo de Guzmán. Por conjeturas (sobre todo por la fecha del matrimonio de sus padres) se estima como probable año de nacimiento de Santo Domingo el 1174. Entonces, en esta celebración del “dies natalis”, ¿de qué nacimiento se trata?

Doy un dato que ayudará a comprender el sentido de la celebración: hace 800 años, exactamente el 6 de agosto de 1221, Domingo de Guzmán falleció en Bolonia. Como para los cristianos el día de nuestra muerte es el día de nuestra entrada en el cielo, de nuestro encuentro definitivo con Dios, y una vez realizado este encuentro ya no se muere más porque se participa de la vida divina, la vida del Eterno, entonces bien podemos considerar ese encuentro como el día del nacimiento definitivo. Nacemos a una nueva vida en la que ya no se muere más. Una vida que es nueva por sus características y modalidades, pero que sigue siendo nuestra propia vida, aunque en una situación nueva y definitivamente feliz. Ese es el cumpleaños que celebramos: el nacimiento de Santo Domingo a la vida eterna.

Los cristianos podemos hablar de tres nacimientos que marcan decisivamente nuestra vida: el día en que nuestra madre nos dio a luz y empezó para cada uno una aventura llena de posibilidades; el día de nuestro bautismo, sacramento del nuevo nacimiento por el agua, la palabra y el Espíritu, que nos hace miembros del Cuerpo de Cristo y nos incorpora a la Iglesia; y finalmente, el día de nuestra entrada en la vida eterna. Los tres nacimientos son importantes. Los dos primeros son condición indispensable del tercero que es el verdaderamente decisivo, pues en el nos jugamos literalmente la vida, la vida plena, feliz, eterna.

En este mundo, prácticamente todas las personas celebran cada año el día de su nacimiento a la vida terrena; muy pocos celebran el día de su bautismo; la Iglesia celebra el día del nacimiento a la vida eterna de algunos de sus miembros, aquellos que están beatificados o canonizados Normalmente su fiesta litúrgica, el “día del santo”, coincide precisamente con el día de su entrada en el cielo, el día de su muerte a la tierra. Celebrar el “dies natalis” de Santo Domingo y celebrar cada año, según el calendario litúrgico el “dies natalis” de aquellas y aquellos que Iglesia presenta como modelos de santidad, podría ser una buena ocasión para invitar a los cristianos a recordar el “día de la muerte” no como el día de la partida para siempre, sino como el día en el que nuestros amigos y allegados entraron en posesión de la mansión eterna que, a todos, nos está reservada en el cielo.

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