2
Sep2021Mandamiento anterior a los diez mandamientos
4 comentarios
Sep
En Gen 1,28 nos encontramos con las primeras palabras que Dios dice al ser humano, empleando dos verbos que no son sinónimos. Normalmente suelen traducirse así: “creced y multiplicaos”. El segundo verbo, multiplicarse va claramente en línea de aumentar la descendencia. Dios da la vida y encomienda al ser humano que la transmita, pues los dones recibidos de Dios no son para guardarlos egoístamente, sino para compartirlos fraternalmente. Aquí me interesa el primer verbo, crecer. Este verbo (en su original hebreo) indica fecundidad, pero una fecundidad distinta del multiplicarse. Esta fecundidad expresa un crecimiento en todas las dimensiones de la persona; se trata de desarrollarse humana y espiritualmente.
Ante de multiplicarse es necesario crecer, porque multiplicarse implica una seria responsabilidad que sólo puede encomendarse a personas maduras. Estrictamente hablando, la primera palabra que Dios dirige al ser humano es: “sed fecundos” que, para distinguirla del “multiplicaos”, debemos traducir por: “dad fruto”. Este “dad fruto” es “el mandamiento que precede a los diez mandamientos” (Frabrice Hadjadj). Pues para ser buen colaborador de Dios, para cumplir con los derechos y deberes humanos (y eso son los diez mandamientos) se requiere ser persona cabal, responsable, madura. Solo desde esta base es posible dar fruto.
La primera orientación que Dios da al ser humano no es: “fabricad”, producid muchas cosas para así hacer negocios, sino algo que tiene que ver con el propio crecimiento personal. Pues lo que importa en la vida no es acumular, es repartir. Una vida fecunda se despliega en el don. Para eso no basta saber mucho. Sabiendo muchas cosas uno puede ser un perfecto egoísta. Para compartir hace falta sabiduría, crecer como persona.
La exhortación a dar fruto se encuentra también en boca de Jesús, cuando recuerda que no basta con seguirle y estar injertado en él. El discípulo también tiene que dar fruto: “la gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos” (Jn 15,8). Solo dan fruto los árboles maduros. Para madurar, a veces, hay que podar, limpiar (Jn 15,2), desprenderse de aquello que nos estorba y nos impide crecer. Madurar es desarrollarnos en lo único que importa, en vivir en el amor. Dicho en cristiano: madurar es “crecer hasta Cristo” (Ef 4,15), para alcanzar así “la plenitud” y “el estado de hombre perfecto” (Ef 4,13).