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Dic2015Año 2016: amor más allá de la misericordia
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El término «misericordia» está compuesto por dos palabras: miseria y corazón. El corazón indica la capacidad de amar; la misericordia es el amor que abraza la miseria de la persona humana. Estas palabras del Papa sitúan en su justo lugar a la misericordia: es una forma de amar, que se despliega a la vista de la necesidad del prójimo. Pero el amor no se agota en la misericordia. Hace posible la misericordia, pero no se reduce a ella. El ideal del amor cristiano no es la misericordia. San Agustín tiene un texto iluminador a este respecto: “No debemos desear que haya pordioseros para ejercer con ellos las obras de misericordia. Das pan al hambriento, pero mejor sería que nadie tuviese hambre, y así no darías a nadie de comer… Quita los indigentes y cesarán las obras de misericordia. Cesarán las obras de misericordia, ¿pero acaso se apagará el fuego de la caridad?”. San Agustín termina diciendo que el auténtico amor no es el que damos al necesitado, sino el amor entre iguales. En cierto modo, cuando socorremos al necesitado nos ponemos por encima de él.
Estas reflexiones de san Agustín inciden en un aspecto importante de la relación entre amor y misericordia y nos hacen caer en la cuenta de que el auténtico amor es el que se da entre iguales. Por eso Dios, para amarnos como no se podía amar más, se hizo uno de nosotros. Es posible decir que el amor de Dios empieza siendo misericordioso, porque él tiene la iniciativa de despojarse de su categoría de Dios y hacerse uno de nosotros. Pero esta misericordia divina se diría que queda superada una vez que Dios se ha hecho uno de nosotros y se ha puesto a nuestro nivel. Entonces el amor entre Dios y el hombre, manifestado en Cristo, adquiere la categoría de amistad.
La misericordia tiene muchas vertientes. El año jubilar puede ser una estupenda ocasión para profundizar en ellas. Siempre es fruto del amor, pero el amor no se queda en el mero socorrer la indigencia. Busca una relación en la que no pueda decirse: te amo por lo que me das (o sea, me amas porque necesitas mis bienes). Este amar sin ambicionar las riquezas del otro, solo es posible si los amantes están en un plano de igualdad. Si hay necesidad no es de los bienes del otro, sino del otro como bien al que mi corazón amante le desea bien sin buscar compensación alguna. Esta igualdad entre los amantes, que se necesitan por sí mismos, pero no por lo que se pueden dar, es condición de perfección del amor. Incluso en el caso del Dios que perdona los pecados, su amor va más allá del perdón, pues este perdón es el primer paso para que el pecador pueda convertirse en amigo y en hijo. También ahí la misericordia del perdón queda superada para entrar en una relación de amor, en cierto modo entre iguales.
Las penosas urgencias de muchos hacen necesaria la misericordia. Pero es preciso caminar hacia un mundo en el que haya cada vez menos penosas urgencias, para que sea posible el mejor amor. El mejor amor es gratuito y desinteresado.
La fe cristológica, de la que da testimonio el Nuevo Testamento, presenta una tensión entre el origen divino de Jesús y su origen humano. El cuarto evangelio presenta las cosas desde arriba, desde el lado de Dios: “el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Por su parte, los evangelios de Mateo y de Lucas describen la realización concreta de este acontecimiento en la trama de la historia. Tanto Mateo como Lucas hacen notar la intervención directa del Padre y del Espíritu Santo en el nacimiento de Jesús. Pero también notan que María acoge libremente el misterio. Aunque tiene muchos protagonistas, la encarnación tiene un doble causa: la voluntad de Dios de entrar en la historia humana, haciéndose hombre; y la acogida libre de la criatura humana representada por María.
Un año más celebramos la Navidad, el nacimiento de Jesús, el misterio de la Encarnación. Sí, el misterio de la Encarnación. Sin duda es maravilloso el nacimiento de un niño. Pero lo verdaderamente maravilloso, hasta el punto de que resulta increíble, es que este niño que nace sea el Hijo de Dios. Lo verdaderamente maravilloso es que Dios se haga hombre. Y para hacerse hombre tiene que nacer de una mujer. Y pasar por todas las etapas de lo humano: crecer, sufrir, llorar, aprender… Dios se hace hombre. ¿Cómo explicar algo tan sorprendente? Porque Dios, por definición, no necesita de nada ni de nadie. Lo tiene todo. Pero sobre todo tiene Amor. Y el amor es determinante de todo lo que es y hace. Por eso se hace hombre: tanto amó Dios al mundo que quiso hacerse uno de nosotros. Dios es un amante tan grande que quiere hacerse como el amado.
A lo largo de la historia de la Iglesia se ha cantado a Jesús como luz gozosa y esplendorosa. El es el sol que nace de lo alto, el sol de la vida, el sol de la gracia, el sol de la alegría, el sol de las almas, el sol de la justicia, la estrella de Jacob, la estrella de la mañana, la luz que brilla en las tinieblas. Todas estas imágenes pretenden destacar el significado especialísimo de esta “verdadera luz”, que consiste en que Cristo ha vencido a los poderes del mal, ha inaugurado el reino de Dios en la humanidad y ha prometido a todos la participación en esa victoria.
Cuando el Vaticano II califica a Jesús de “hombre perfecto” está dando un paso adelante en relación a lo que decía el Concilio de Calcedonia. Cristo no es solo perfectamente humano, verdadero hombre; es también la perfección de lo humano, el hombre que Dios, desde siempre, ha querido y buscado. En la humanidad de Jesús, Dios se ve reflejado. Pero precisamente por esto, la humanidad de Jesús es la humanidad más lograda, más acabada, mejor realizada, la que se corresponde totalmente con el proyecto de Dios. Por eso, Cristo, Hombre perfecto, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Mirándole a él, sabemos a qué atenernos para realizar la imagen de Dios con la que todos hemos sido creados.
Un ocho de diciembre de hace 50 años se clausuraba el Concilio Vaticano II. El próximo día 8, fiesta de la Inmaculada, el Papa abrirá la puerta santa de la Basílica vaticana y comenzará así el año dedicado a la misericordia. Es todo un acierto que coincida el inicio de este año jubilar con la fiesta de la Virgen Inmaculada, porque ella proclamó que la misericordia de Dios se extiende de generación en generación. No es extraño que la Iglesia la proclame madre de misericordia y le pida que mire a cada uno de sus hijos con ojos misericordiosos.
En este mundo hay mucha necesidad de diálogo y de entendimiento entre personas y pueblos. Hay grupos y personas que no se hablan. Peor aún, esta falta de diálogo es fuente de malentendidos y de odios. María es un buen icono del diálogo. Allí donde aparece María, aparece el diálogo. Con el ángel en la Anunciación, María entabla un diálogo y expone las dificultades que ella encuentra. Es necesario escuchar las dificultades que tiene el otro para que pueda aceptar mis propuestas. En su visita a Isabel, también aparece el diálogo. Esta vez es Isabel la que pregunta a María: ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a mi?. En el viaje a Jerusalén, con el niño adolescente, perdido y luego encontrado en el templo, de nuevo es María la que pregunta, porque no entiende, y quiere clarificarse: ¿cómo nos has tratado así a tu padre y a mi?
Adviento, tiempo de esperanza. Es doble la esperanza de la que habla el adviento: la del retorno glorioso de Jesús al final de los tiempos, y la que suscitó el Mesías nacido de María hace dos mil años. La esperanza del retorno glorioso de Jesús nos asegura que el final de los finales no será una vuelta al caos primigenio, sino la llegada del definitivo cosmos, una tierra nueva en donde todo estará en su lugar, cosa que ahora no siempre sucede. Ahora hay demasiada violencia, demasiada mentira, muchas armas que se venden y mucho dinero que se consigue a base de crear las condiciones más favorables para la guerra y el terror. Llegará un día en que Dios pondrá orden en todas las cosas, cuando Dios sea “todo en todos”, la realidad que todo lo determine. Porque cuando Dios determina la realidad, todo funciona necesariamente bien.