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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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12
Ene
2010
Del "ruega por nosotros" al "¡presente!"
10 comentarios

Muchas asambleas orantes funcionan con el modelo del patronazgo, según el cual María y los santos son nuestros intercesores ante un Dios distante. María y los santos hacen el papel de puente que nos ayuda en nuestras peticiones ante Dios: “ruega por nosotros”. Hay otro modelo más estimulante de relación con María y los santos, que les sitúa, no entre Dios y los que habitamos en la tierra, sino junto con nosotros, todos unidos en comunión con Cristo.

 

Un ejemplo concreto del segundo modelo lo podemos encontrar en algunos pueblos de El Salvador. Allí la gente recita la tradicional letanía de los santos añadiendo los nombres de sus propios mártires por causa de la justicia, Oscar Romero e Ignacio Ellacuría, por citar dos más conocidos. A cada nombre el pueblo responde: ¡presente!, está con nosotros. Y así el fuego de estas vidas prende de nuevo en los que hacen memoria de ellos.

 

El primer modelo es más pasivo: se trata de pedirle a Dios que solucione nuestros problemas, buscando ayuda en aquellos que consideramos que tienen más influencia sobre el patrón. El segundo modelo es más activo y nos compromete a nosotros en la búsqueda de soluciones justas. La clave de este segundo modelo no es el recuerdo sentimental, sino el coraje de las derrotas y victorias de los que trabajaron duro antes que nosotros para hacer nuestras sus lecciones de ánimo. La memoria del pasado se convierte así en esperanza para el presente.

En todo caso, y más allá de los modelos, me parece que no acabamos de encontrar la fórmula adecuada de nuestras oraciones de petición. “Te pedimos, Señor, que ayudes a los pobres”, es una mala oración que presupone que el Señor es tu criado. “Te pido, Señor, que me des coraje y decisión suficiente para ser tu mano que ayuda al pobre”, es una buena oración que compromete al orante a realizar aquello por lo que ora. Si el orante, además, hace memoria de los santos, memoria en la que el santo se convierte en compañero de viaje, ¡presente! a su lado, entonces puede sentirse más estimulado para convertir la oración en práctica real.

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10
Ene
2010
Jesús dando la comunión
7 comentarios

En una de las sacristías que hay en los pueblos y ciudades de España me encontré con un retablo en el que se representaba la Cena de despedida de Jesús con sus discípulos. Ante mi sorpresa, el artista, por llamarle de algún modo, porque hay licencias que más que arte denotan ignorancia, representaba a los discípulos de Jesús sentados alrededor de una mesa. En uno de los lados de la mesa estaba solo Jesús y desde su lugar central y presidencial repartía el pan metiéndolo en la boca de sus discípulos, en forma de hostia redonda, que asemejaba las actuales. La imaginación del pintor, por llamarlo de algún modo, era realmente pobre. Se le podría haber ocurrido poner a Jesús frente a la mesa, de espaldas a los que estaban cenando con él, y hablándoles en un idioma que no entendían, como era entonces el caso del hebreo.

La celebración actual de la Eucaristía quiere ser y es una “copia” del “modelo” original de la Cena de Jesús. Sin embargo, es obvio que las coincidencias entre nuestro modo de celebrar y aquella Cena son mínimas. Eso nos debería hacer pensar en la libertad con la que la Iglesia ha procedido en la configuración del rito eucarístico. Y debería animarnos a buscar nuevas formas litúrgicas, atentas a la sensibilidad de cada época, que hagan transparente, comprensible y eficaz un simbolismo tan rico y fecundo. Un ejemplo son las mismas especies del pan y del vino en culturas en las que son desconocidos o no constituyen alimentos básicos. Algunos se preguntan qué impediría que la Iglesia autorizase a tomar como especies aquellos productos básicos que en cada cultura ayudan a ver a Cristo como alimento fundamental de la Vida. Eso dejando aparte que la identidad de nuestro pan y vino con los de los tiempos de Jesús es muy relativa. Basta recordar que el capítulo sexto del cuarto evangelio, capítulo eminentemente eucarístico, nota expresamente que el pan repartido no era de trigo, sino de cebada, o sea, el pan de los pobres.

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7
Ene
2010
Caperucita Roja y Moisés
6 comentarios

Salvando las distancias, Moisés tiene algún parecido con Caperucita Roja. Ambos están llamados a una misión: llevar al pueblo de Dios a la Tierra Prometida y llevar la comida a la abuelita. Ambos se enfrentan con un poderoso enemigo: el faraón y el lobo; ambos tienen que atravesar una tierra inhóspita, llena de peligros para cumplir su misión: el desierto y el bosque. Hay una diferencia fundamental entre estas figuras: mientras Caperucita es un personaje claramente fantasioso, Moisés es el referente de la fe israelita y apunta a lo real. Como tal referente es también figura y anticipo del definitivo y verdadero Moisés, de Jesús, que conduce a quienes le siguen a la verdadera Tierra Prometida, que es el seno del Padre.

La figura de Moisés pide ser actualizada por cada uno de los creyentes, que tenemos una misión que cumplir en la vida, superando para ello muchas dificultades. Es interesante notar que, según cuenta la Biblia, Moisés no pudo entrar en la Tierra Prometida, no pudo disfrutar de los frutos de su esfuerzo. La Tierra Prometida la vio de lejos, pero no la alcanzó. Su misión es liberar al pueblo de la esclavitud y llevarlo a una tierra que mana leche y miel, una tierra de fraternidad. Pero quien disfrutará de esta tierra serán otros. ¿No es duro que otros sean los beneficiarios de mi trabajo?

La historia de Moisés es nuestra propia historia: disfrutamos de unos bienes que otros nos han dejado, y nosotros dejamos a nuestros hijos el fruto de nuestro trabajo. Eso, más que motivo de tristeza, debería ser motivo de gran alegría. Hemos cumplido con nuestra misión. Muchos de nuestros esfuerzos están orientados a dejar un mundo mejor a nuestros hijos, a las generaciones futuras. Posiblemente no veremos nosotros las consecuencias, positivas o negativas, del mundo que estamos construyendo.

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5
Ene
2010
Atentados eucarísticos y atentados fraternos
16 comentarios

Cada vez estoy más convencido de la necesidad de una buena cultura religiosa, al menos en los cristianos. Para evitar afirmaciones que, quizás dichas con buena voluntad, resultan aberrantes y hacen odiosa la religión. No es fácil desprenderse de la sensibilidad y, sin duda, algunos temas, tocan muy de cerca la sensibilidad de mucha buena gente. Por eso es todavía si cabe más importante una buena formación, para controlar dentro de sus justos límites esa sensibilidad.

No hace mucho, Lucía Caram lamentaba que hubiera personas que iban a la caza de políticos que se confiesan católicos, para comprobar si se atrevían a comulgar tras haber votado leyes contrarias a la moral católica. En este asunto, me importa la reacción de uno de sus lectores, que argumentó que el cuerpo de un bebé es menos inocente que el cuerpo de Cristo y tomar sacrílegamente el cuerpo de Cristo es algo así como una pederastia eucarística. Es una reacción extrema. Pero enlaza con la sensibilidad de quienes consideran que profanar la eucaristía es mucho más grave que un atentado contra un niño. Y no es así. Porque en la Eucaristía Cristo está presente “sacramentalmente”, bajo la forma de pan y de vino. Si se profana el sacramento, nunca se manipula a Dios, ni se hiere físicamente a Cristo.

Dicho de forma provocativa: si se pincha la hostia consagrada, de allí no sale sangre, porque no la hay. Una cosa es que el sacramento merezca un gran respeto y otra confundir los planos y pasar de lo sacramental a lo físico, deduciendo que una profanación del sacramento es una herida al Cuerpo de Cristo, supongo que al celestial (porque mundano ya no lo hay) y, por tanto, es más punible que una herida al ser humano, dada la mayor dignidad del ofendido. Cada vez que intentamos manipular a Dios, solo nos encontramos con el mundo. Y a través del mundo, sobre todo a través del prójimo, es como nos encontramos sacramentalmente con Dios. Por eso, se puede y debe decir que un atentado contra el ser humano es un atentado contra Dios. Lo que no se puede ni debe es comparar un atentado contra el sacramento con un atentado contra el ser humano, porque no hay atentados directos contra Dios.

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