Ene
Tomás de Aquino, místico y teólogo
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En su sentido más propio mística hace referencia al misterio, al encuentro con el misterio insondable de Dios. Tomás de Aquino era un buen teólogo porque tuvo una profunda experiencia de Dios. Añado que no hay buena experiencia de Dios sin buena teología. Mística y teología se fecundan mutuamente. Tomás es un hombre de fe, que ha aprendido más en la contemplación que en el estudio, un santo que se ha dejado moldear por el Espíritu. Su sabiduría es más fruto del amor que de la ciencia. Su vida se realizaba en una especie de círculo. Ascendía hacia Dios por el camino de la contemplación, en la oración y en el estudio; y, puesto al temple de lo divino, descendía hacia el prójimo en la predicación y en la cátedra.
La enseñanza de Santo Tomás es en gran parte el desborde de una experiencia mística. Tomás no es un filósofo, sino un creyente, que vive intensamente la fe. Un fraile ejemplar, va a coro todos los días, es fraterno y sencillo en el trato con los demás. Puede decirse de él, como de Santo Domingo, que “no hablaba sino de Dios o con Dios”. En el momento en que la conversación se salía de esos temas, se retiraba de forma discreta. Pone al servicio del Evangelio su inteligencia clara y extraordinaria. Quiere saber por qué cree y qué es lo que debe creer. Aquí empieza su estudio. En él, estudio y oración van a la par. No se apoya en la filosofía para creer; pero, creyendo, razona y busca. Vive lo que enseña; enseña lo que vive. Verdad y Vida se abrazan. Hay en sus escritos muchos signos inequívocos de sus experiencias místicas. Sin embargo, nunca se refería a ello, ni las utilizaba como criterio de su enseñanza.
Una escena de su vida confirma esta dimensión contemplativa de nuestro santo. Cuando redactaba su comentario al libro de Isaías, se detuvo durante largo tiempo frente a un texto difícil. Tomás se puso a orar. Una noche, mientras descansaba en su celda, su secretario, fray Reginaldo, que dormía en la celda de al lado, creyó escuchar una especie de conversación. Cuando se acabó, fray Tomás llamó a Reginaldo: “enciende la luz y escribe en la libreta de costumbre lo que te dictaré”. Y durante una hora, como si estuviera leyendo un libro, Tomás dictó a Reginaldo el sentido del texto que hasta entonces no había logrado desentrañar. La contemplación es, en Tomás de Aquino, el principio y el fin de su vida y de su teología.