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Santos de mi devoción
4 comentariosEn el lenguaje coloquial calificamos a algunas personas de santos que son o no son “de mi devoción”. Con esto queremos manifestar nuestra aprobación o desaprobación de la persona en cuestión. Pero, ¿por qué implicamos a los santos para hablar de personas que nos gustan o nos disgustan? Porque también entre los santos oficialmente canonizados, hay unos con los que nos sentimos más en sintonía que con otros. Cosa normal. El acto oficial de la canonización no dice nada sobre la mayor o menor simpatía que puede despertar el canonizado o canonizada.
No debemos olvidar que en la comunidad de los creyentes hay una pluralidad de sensibilidades. Y que el seguimiento de Cristo puede realizarse según estilos y modos de vida diferentes. Cada uno escoge el que más le conviene y mejor se acomoda a su carácter. Entre los santos y santas inscritos en el martirologio (o lista de los santos) de la Iglesia hay muchos modelos de santidad. Y no todos los modelos manifiestan la misma significatividad en diferentes épocas y sociedades o para diferentes personas. Sin duda, un testigo de la fe siempre pretende señalar u orientar a Cristo. Pero su significado profundo o la buena orientación a la que tiende, no se desvela automáticamente. En la captación del correcto significado interviene la sintonía cultural entre el testimoniante y los que reciben el testimonio. Hombres y mujeres que en su momento dieron lugar a un fuerte movimiento religioso, pierden su fuerza en otras épocas o en otras áreas culturales. Por esto, cada cristiano es muy libre de escoger su modelo de santa o santo. Y debe, además, respetar las elecciones que otros puedan hacer.
No hay que pensar tampoco que los canonizados sean los únicos o los mejores. Ya sabemos que una canonización no se hace sin una seria investigación de las virtudes de aquel que va a ser elevado a los altares. Pero además de las virtudes, también intervienen otros motivos en las canonizaciones. Cosa que no debería escandalizar a nadie. Los humanos somos así. Pero tampoco debería confundir a nadie, en el sentido de pensar que no hay otros que, con las mismas o mejores razones, pudieran resultar verdaderos modelos para los creyentes.