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Responder sin insultos a los insultos
11 comentariosEn un post reciente un lector preguntaba de qué modo debemos “actuar los cristianos cuando nos encontramos con personas que, en el transcurso de una conversación, insultan a Dios, sienten deseos de asesinarle, y le atribuyen la culpa de todos los males de la humanidad”. Ofrecí una rápida respuesta que me gustaría completar centrándome “en el modo de actuar de los cristianos”. Lo primero que debemos hacer es mantener la calma, porque normalmente la gente que así reacciona suele ser, como intuye el comentarista del blog, gente frustrada, dolida o decepcionada. No podemos responder agresivamente, porque no saben lo que dicen (aunque nosotros no tenemos que decírselo; que no saben lo que dicen nos lo guardamos para nosotros y como regulador de nuestro pacífico comportamiento).
Otra cosa que debemos hacer es conceder gustosamente la parte de razón que tengan, aunque en ocasiones esta razón se exprese de forma violenta o inadecuada. Debajo de muchas reacciones desconcertantes está la imagen de un Dios muy alejada del Dios de Jesús. Sus insultos no se dirigen al verdadero Dios, sino a la caricatura de Dios que han recibido, y en algunas ocasiones recibido de los mismos cristianos, como ocurre cuando presentamos un Dios represivo en lo moral, garante del poder o del orden establecido, enemigo de la felicidad y del progreso. Cuando nuestra respuesta comienza diciendo: “tienes razón en algunas de las cosas que dices, este Dios del que tú hablas no debería existir”, empezamos a ganarnos la atención y hasta la simpatía del interlocutor.
Finalmente debemos ofrecer respuestas razonadas, explicadas y fundamentadas, si es que la persona está abierta al diálogo. Si sólo está dispuesta al insulto no hay modo de entenderse. Pero si el insulto es una reacción visceral que tiene sus motivos en una mala experiencia, entonces una vez reconocida la legitimidad del motivo, es posible entablar un diálogo. Una vez me encontré con una persona que lanzó un exabrupto contra el párroco de su pueblo, porque en su momento no le dejó enterrar a su madre, pretextando que el comentario del pueblo era de la parroquia y él no era practicante. En cuanto le dije: “si es como usted lo cuenta, este párroco no lo hizo bien”, se calmó y él mismo entabló conmigo un interesante diálogo sobre temas religiosos. La gente busca buena doctrina. De ahí la necesidad que tenemos los creyentes de estar siempre preparados para dar razones de nuestra fe a quién las solicite.