Oct
Promesas que superan todo deseo
7 comentariosLas promesas de Dios superan todo deseo. Así se expresa una de las oraciones dominicales (la del Domingo XX del tiempo ordinario). Esta esperanza en unas promesas que van más allá de lo que cualquier ser humano pueda imaginar o desear puede ser un buen motivo de reflexión ante las celebraciones de los días 1 y 2 de noviembre: fiesta de todos los santos y conmemoración de los fieles difuntos. En el fondo se trata de celebrar lo mismo desde dos puntos de vista complementarios, pues los santos y los fieles difuntos son aquellos que han alcanzado ya esos bienes inefables que Dios tiene preparados para los que le aman (para decirlo con palabras que también emplea esa oración del domingo XX).
Bienes inefables, promesas que superan todo deseo, en el fondo son dos maneras de designar a Dios mismo. Pues el bien inefable y la promesa por excelencia es ese Dios soberanamente amante y amable, en el que el ser humano se sentirá plenamente realizado, sin que nada le falte, colmado del todo y, sin embargo, saciándose de nuevo cada día, pues con el amor nunca se acaba y resulta siempre nuevo. Parece lógico que, siendo Dios amor infinito e incondicional, quiera darse totalmente. Lo propio del amor es no reservarse nada y darse totalmente al amado. Dios se da por entero. Parece indigno de Dios el dar menos de lo que puede: “de Dios no se puede esperar un bien menor que Él”, decía Tomás de Aquino.
“Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza” (2Tes 2,16) es la promesa que supera todo deseo. Pues por mucha imaginación que le pongamos, Dios siempre está más allá. Su presencia será una sorpresa inaudita, aunque, por otra parte, nos resultará extrañamente familiar, porque el Amor, de una un otra forma, siempre resulta conocido. Dios es el “siempre más”, pero también es el “siempre deseado”. El deseado que va más allá de todos nuestros deseos. Nuestro verdadero deseo está aún velado para nosotros.
Los santos son aquellos que ya se han encontrado con Dios. El único modo de encontrarlo cara a cara es saliendo de este mundo. Y no hay otro modo de salir que mediante la muerte. En este sentido, recordar a los fieles difuntos no es un motivo de nostalgia o de tristeza, sino un motivo de esperanza.