Jun
No basta llenar la boca que tiene hambre
3 comentariosLa caridad, o el amor cristiano, sin dejar de lado las ayudas eficaces y urgentes que requieren tantos hermanos nuestros, debe también comprenderles y acompañarles en su sufrimiento. Para que la caridad alcance su plenitud con una persona necesitada no basta con llenar la boca que tiene hambre; también hay que escuchar la boca que habla.
Tenía razón Miguel de Unamuno cuando escribió: “El hombre quiere que se sientan y se compartan sus penas y sus dolores. Hay algo más que una artimaña para obtener limosna en eso de los mendigos que a la vera del camino muestran al viandante su llaga o su gangrenoso muñón. La limosna más bien que socorro para sobrellevar los trabajos de la vida, es compasión. No agradece el pordiosero la limosna al que se la da volviéndole la cara por no verle y para quitárselo de al lado, sino que agradece mejor el que se compadezca no socorriéndole a no que socorriéndole no se le compadezca, aunque por otra parte prefiera esto. Ved, si no, con qué complacencia cuenta sus cuitas al que se conmueve oyéndolas. Quiere ser compadecido, amado”.
Evidentemente, el hambriento busca comida; el desnudo busca vestido; el enfermo busca remedios. Y hay que dárselos. Aunque también hay que preguntarse por qué hay gente sin comida, sin vestido, sin techo y sin trabajo. Y hay que luchar por cambiar esas políticas y esa economía que producen sufrimiento y desgracia. Dicho esto, también es cierto que en todas esas personas necesitadas hay mucha necesidad de ser escuchadas, de ser comprendidas, de ser queridas. Hay mucha soledad. Por eso, el pobre acepta gustoso nuestra conversación. Se muestra agradecido cuando nos interesamos por sus necesidades, pero más agradecido aún cuando nos interesamos por su persona.
Una persona amiga, jubilada, con tiempo libre, me contaba lo mucho que estaba aprendiendo del mendigo que pide a la puerta de su parroquia. Un día, me decía esa persona, me puse a hablar con él y nos hicimos amigos. He aprendido muchas cosas, por ejemplo, cómo puede uno lavarse sin tener agua corriente, o cómo puede uno dormir sin tener cama. Y sobre todo, he aprendido a apreciar la sabiduría del pobre, la necesidad de afecto que todos tenemos. Cuando el pobre me ha contado su historia personal y familiar, cuando he comprendido sus motivos y he sabido de sus desgarros y abandonos, entonces he encontrado nada menos que a todo un hombre, y quién ha salido enriquecido de este encuentro he sido yo.
Esta consideración sobre el pobre que espera pan, pero sobre todo espera que alguien le escuche, es aplicable a todos y cada uno de nosotros. En el fondo, lo que todos buscamos es afecto y comprensión. Si hay amor, las estrecheces de la vida se sobrellevan mejor. Me parece acertado este refrán francés: “toda petición es una petición de amor” (toute demande est une demande d’amour).