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Monte Carmelo: el fuego y el degüello
4 comentariosComienzo unas reflexiones suscitadas por la visita a algunos lugares de Tierra Santa. No pretendo resultar intempestivo. Me gustaría, más bien, que mis consideraciones se tomasen como una lectura alternativa y complementaria de otras que puedan hacerse.
Cerca de Tel Aviv se encuentra el Monte Carmelo. Allí comenzó la Orden del Carmen cuando unos cruzados dejaron sus armas y consagraron sus vidas a la Virgen. Este dejar las armas contrasta con lo que, según el primer libro de los Reyes, sucedió tiempo atrás. El profeta Elías desafió, en este monte, a los sacerdotes de Baal. Como Elías, y no los sacerdotes de Baal, logró que bajase fuego del cielo, quedo claro cuál era el verdadero Dios. Como consecuencia de tanta claridad, Elías degolló a los 40 sacerdotes de Baal.
Esta historia de sangre, fuego y degüello del enemigo, es una buena parábola de lo que actualmente ocurre en la tierra de Israel. Cierto, leída de forma espiritual, esta historia podría expresar el poder y la superioridad de Yahvé sobre los ídolos. Pero el presupuesto de la interpretación espiritual, se tome o no como histórico, es cuando menos peligroso, porque orienta a lo más violento de la naturaleza humana y a lo más perverso de la religión.
Hay en el Nuevo Testamento una escena que evoca esta historia. “¿Quién dice la gente que soy yo?”, pregunta Jesús. Los discípulos responden: “unos dicen que Elías, otros que Juan el Bautista”. La gente confunde a Jesús con dos amantes del fuego y del castigo que, en nombre de Dios, debería recaer sobre sus enemigos. Pero Jesús, después de que los discípulos le confiesan como Mesías, aclara que su mesianismo no se concibe en términos de poder, fuego y castigo, sino de servicio y cruz. Cosa que escandaliza a los discípulos; también ellos entendían el mesianismo en términos de poder.
La vista al Monte Carmelo puede servir para hacer un recordatorio crítico de Elías y para leer su historia como contrapunto de la única historia que interesa: la de un Jesús nada amante del fuego ni del degüello. Un Jesús que, tal como están las cosas en la que fue su tierra, debe sufrir viendo que la violencia sigue siendo el plato preferido de los que hoy la habitan.