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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

2
Jun
2010

Monte Carmelo: el fuego y el degüello

4 comentarios

Comienzo unas reflexiones suscitadas por la visita a algunos lugares de Tierra Santa. No pretendo resultar intempestivo. Me gustaría, más bien, que mis consideraciones se tomasen como una lectura alternativa y complementaria de otras que puedan hacerse.

Cerca de Tel Aviv se encuentra el Monte Carmelo. Allí comenzó la Orden del Carmen cuando unos cruzados dejaron sus armas y consagraron sus vidas a la Virgen. Este dejar las armas contrasta con lo que, según el primer libro de los Reyes, sucedió tiempo atrás. El profeta Elías desafió, en este monte, a los sacerdotes de Baal. Como Elías, y no los sacerdotes de Baal, logró que bajase fuego del cielo, quedo claro cuál era el verdadero Dios. Como consecuencia de tanta claridad, Elías degolló a los 40 sacerdotes de Baal.

Esta historia de sangre, fuego y degüello del enemigo, es una buena parábola de lo que actualmente ocurre en la tierra de Israel. Cierto, leída de forma espiritual, esta historia podría expresar el poder y la superioridad de Yahvé sobre los ídolos. Pero el presupuesto de la interpretación espiritual, se tome o no como histórico, es cuando menos peligroso, porque orienta a lo más violento de la naturaleza humana y a lo más perverso de la religión.

Hay en el Nuevo Testamento una escena que evoca esta historia. “¿Quién dice la gente que soy yo?”, pregunta Jesús. Los discípulos responden: “unos dicen que Elías, otros que Juan el Bautista”. La gente confunde a Jesús con dos amantes del fuego y del castigo que, en nombre de Dios, debería recaer sobre sus enemigos. Pero Jesús, después de que los discípulos le confiesan como Mesías, aclara que su mesianismo no se concibe en términos de poder, fuego y castigo, sino de servicio y cruz. Cosa que escandaliza a los discípulos; también ellos entendían el mesianismo en términos de poder.

La vista al Monte Carmelo puede servir para hacer un recordatorio crítico de Elías y para leer su historia como contrapunto de la única historia que interesa: la de un Jesús nada amante del fuego ni del degüello. Un Jesús que, tal como están las cosas en la que fue su tierra, debe sufrir viendo que la violencia sigue siendo el plato preferido de los que hoy la habitan.

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Bernardo
2 de junio de 2010 a las 21:05

Querido Martín, bieenvenido y cuidado porque las meigas haberlas haylas. Un comentario en el anterior post no ha entrado. No importa, era para saludar tu regreso y tenerte ya por fin "en directo". Ha sido una experiencia extraña, esa de tenerte enlatado.
Créeme que envidio el viaje, aunque sé que todo lo humano es ambiguo y también en Tierra Santa habrá mezcla de cosas demasiado humanas. Como bien dices en el post, todo depende de la interpretación, pero el contacto con el lugar, el aire, el sol y hasta los acentos que van quedando donde estuvo Jesús es apasionante.

Un abrazo

Perpetuo Socorro
3 de junio de 2010 a las 11:11

No hay duda lo mejor es ser manso y humilde, asunque eso sin duda te llevara al desprecio, la critica y la incomprension, ¿no le paso eso a Jesus?, pues si eso nos ocurre estamos en el camino
Gracias P martin

Pepe Gonzalez
3 de junio de 2010 a las 19:05

Mientras llega la PAZ PERPETUA en la que se haga realidad la profecia de Isaias " Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantarán espada nación contra nación, ni se ejercitarán más para la guerra." Is 2,4b.¿ No es necesario que alguien esté dispuesto a empuñar las armas ?

Alguien chiquitito
3 de junio de 2010 a las 21:16

Estimado Pepe, no tengo el gusto de conocerle, pero,el arma del cristiano nunca es la espada, es sólo la Cruz. No cabe, al menos en los que nos decimos cristiano, esa otra opción. Si esto no lo tenemos claro, no hemos entendido nada, pero absolutamente nada. El simple hecho de hacerse esa pregunta debería espantarnos. Por cierto P. Martín bienvenido a otra tierra no tan santa.

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