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Lapidar a las adúlteras
4 comentariosLapidar a las adúlteras tiene raigambres religiosas y culturales. Jesús defendió la dignidad de las mujeres adúlteras y manifestó la indignidad de la lapidación. No porque estuviera de acuerdo con el adulterio, sino porque estaba a favor de la vida y confiaba en la capacidad de arrepentimiento de las personas infieles a sus deberes matrimoniales. Personalmente estoy a favor de la abolición de la pena de muerte, aunque comprendo que hay crímenes especialmente aberrantes y personas siniestras. Considero, además, que entre los distintos modos “legales” de dar muerte a alguien, la lapidación parece de lo más cruel. Si además, esta pena se aplica a actos relacionados con lo sexual me parece, además de cruel, degradante para las personas que la promueven o favorecen, incluso con su silencio. ¿Qué tendrá el sexo que, por una parte, resulta tan atractivo cuando uno lo practica y luego, incoherentemente, resulta culpable cuando lo cometen los demás? Estoy pensando en sexo libremente consentido y entre personas adultas.
Viene esto a propósito de esta mujer iraní, acusada de adulterio y condenada a ser lapidada, aún cuando las garantías procesales han sido vulneradas, ya que la confesión ha sido arrancada tras propinarle 99 latigazos. Más aún: sus hijos varones defienden la inocencia de la madre, cuando lo habitual en estos casos es renegar del familiar acusado de adulterio. ¿En nombre de qué principios se puede aplicar no ya una condena de muerte, sino una condena de muerte tan cruel y por un motivo tan desproporcionado? Esa es la cuestión: el tipo de muerte y el motivo. ¿Cuestión cultural? Si cultura viene de cultivo, entonces hay cultivos que son perjudiciales y que cuanto antes se erradiquen más sano resultará el ambiente. ¿Cuestión religiosa? Peor aún. Un Dios que pregona estas prácticas es mejor que no exista. Y los “religiosos” que apelan a ese diablo al que llaman dios, son eso, hijos de Satanás. Porque Dios, de existir, seguro que está en contra de todos los sacrificios humanos, aunque desgraciadamente alguna vez se haya apelado a él para practicarlos. Estoy convencido que esta apelación es uno de los pecados contra el Espíritu Santo, esos que no tienen perdón.
Tenía preparada otra reflexión que continuaba la del pan del que no sólo vive el hombre. La ofreceré otro día.