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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

22
Nov
2015

La fe como búsqueda

6 comentarios

Si hace unos años se realzaban las dimensiones doctrinales de la fe, hoy tanto la teología como el Magisterio insisten en las dimensiones personales de la fe. La fe es, ante todo, un encuentro del creyente con el Dios vivo que se nos da a conocer en Jesucristo. Por la fe nos encontramos con el Dios fiel que establece una relación de amor con el ser humano. Por eso, como muy bien dijo el Papa Francisco, la fe nos saca de nosotros mismos, de nuestra autorreferencialidad: “el conocimiento de la fe no invita a mirar a una verdad puramente interior. La verdad que la fe nos desvela está centrada en el encuentro con Cristo, en la contemplación de su vida, en la percepción de su presencia”.

Esta dimensión de encuentro no debe ocultar que la fe es también una búsqueda. Toda persona religiosa debe recorrer un camino para encontrar al Dios que sorprende siempre. En esta búsqueda podemos encontrarnos los seguidores de las diversas religiones. Pero la dimensión de búsqueda concierne también a la vida de los que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. Este segundo sentido de la búsqueda se aproxima a la experiencia de muchos contemporáneos que, en lo referente a Dios se plantean preguntas, referidas sobre todo al silencio de Dios frente al mal y la violencia, a veces cometida en su nombre. Los creyentes deberíamos aprovechar esta experiencia de búsqueda para encontrar puentes de diálogo con esos que preguntan. Pues en la búsqueda hay un aspecto que introduce en la misma fe.

En efecto, la fe, en cuanto tal, tiene una dimensión de búsqueda. Tomás de Aquino explica que en la fe hay una adhesión firme a Dios, pero también hay un aspecto de inquisición y de búsqueda. El santo llega a decir que este aspecto de búsqueda tiene coincidencias con la duda. Lo interesante del análisis tomista es que este aspecto de búsqueda no es un momento inicial en la fe, que podría ser superado, sino un momento permanente, que nunca desaparece. La claridad no es lo propio de la fe, puesto que el creyente se encuentra con un Dios misterioso, el misterio por excelencia, que siempre se nos escapa. Esto explica que, en todo auténtico creyente, puedan surgir fácilmente movimientos de duda y vacilación, contrarios a aquello que firmísimamente acepta, como bien reconoce Tomás de Aquino.

Ser consciente de la búsqueda irremediable que comporta la fe, por una parte facilitaría la comprensión de los no creyentes y el diálogo con ellos. Y, por otra, facilitaría la mejor comprensión del propio creyente que, a veces, tiene la impresión de que cuánto más avanza en el camino de la fe, más preguntas se le suscitan y menos respuestas encuentra. Si el camino de la fe nos acerca al Misterio de Dios, es lógico que cuanto más cerca estamos del Misterio, más misterioso nos resulte. En cierto sentido, el encuentro con la luz es también encuentro con la oscuridad. Así se comprende que los místicos digan que avanzan en las tinieblas de la fe.

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JM Valderas
22 de noviembre de 2015 a las 21:40

¿Búsqueda de qué? En mi opinión, fray Martín, búsqueda de sentido, de razón, de explicación. Cuansdo un magisterio abdica de ello, se produce inevitablemente la confusión y el desconcierto. Juan Pablo II subrayó ese planteamiento al abordar la fides quaerens intellectum del teólogo y el intellectus quaerens fidem del hombre inquieto que busca una luz superior que dé sentido a todo lo inexplicable, ahora y siempre. Para el cristiano, el deseo del ciego, “ut videam”, se convierte a menudo en “ut credam”. Cada día con sus afanes, que traen dudas, como dice usted. La fe como encuentro pertenece a la entraña de la Iglesia como sacramento y, en última instancia, al núcleo de la entrega a Cristo como sacramento fontal.

Visión femenina
24 de noviembre de 2015 a las 11:26

Muy acertado su comentario P. Martín, es usted un especialista en la materia que trata.
Me gusta su planteamiento porque es un yo que se encuentra con un TU de manera personal y experiencial. Lo plantea como un salir del ensimismamiento egoísta y posibililita la relación y el diálogo. La fe experimentada, según mi entender conduce al orden, a la paz de espíritu, no al caos y desorden. Conlleva implícita una conversión, a lo mejor, un cambio de vida o de rutinas.
Es apertura al amor y a la vida y estos en plenitud. Es necesaria para alcanzar la propia realización personal, para llegar a ser lo que se es en realidad: hombre o en mi caso mujer.

Juanjo
24 de noviembre de 2015 a las 17:42

Por eso... Jesús, también tenía fe. es más, es el prototipo, el modelo de hombre de fe.

Antonio Saavedra
24 de noviembre de 2015 a las 19:29

Bienvenida sea la personalización de la fe, más allá de dogmas y creencias impuestos como presunta "palabra de Dios".

Anónimo
25 de noviembre de 2015 a las 11:28

Queridos amigos: no basta leer el Catecismo de la Iglesia, hay que vivir y experimentar lo que allí de manera teórica está escrito y explicado. La religión no es teoría sino practica. No basta que nos cuenten las cosas, hay que experimentarlas, como experimentamos el perdón y la misericordia de nuestros pecados. Comprender la fe, es comprender la vida de fe.
No se trata de copiar o imitar a Jesús sino dar respuesta a nuestro mundo, que es diferente del que vivió Jesús. No es escupir o toser cómo lo hacia S. Francisco o Santo Domingo, es ser originales, no copias. Ver su espíritu, e ir a un nivel más profundo.

Anónimo
25 de noviembre de 2015 a las 11:39

Algunas precisiones al respecto:

Creencia; es la adhesión a un conjunto de principios, de valores y de ideas que la persona acepta como expresión de la verdad de su vida. pertenece al terreno del conocimiento.

Fe: es la adhesión personal a alguien en el cual confiamos por su modo de ser o de comportarse con nosotros. Pertenece al terreno de la relación personal.

Somos personas de fe? o bien, solamente creyentes?

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