May
La caridad supone y supera la justicia
2 comentariosLos dos calificativos son absolutamente necesarios para entender la relación entre caridad y justicia: la primera supone y supera a la segunda. Supone quiere decir que sin justicia no puede vivirse la caridad. Por tanto, cuando decimos que la caridad supone la justicia no estamos prescindiendo de la justicia para saltar directamente (por decirlo con una imagen gráfica) a la caridad. Sin la base, sin la realización efectiva, sin la práctica real de la justicia no hay caridad que valga. La justicia, pues, forma parte de la predicación del Evangelio. Sin duda, la justicia es una virtud propia de todo ser humano. Pero los cristianos, en nombre de una supuesta originalidad del evangelio, no podemos dejarla de lado. Lo cristiano supone lo humano y construye sobre lo humano. Nunca prescinde de lo humano.
Que la justicia sea una virtud humana que el evangelio ratifica debería alegrarnos, porque ahí encontramos un elemento de comunión entre todos los hombres. Pero el que la justicia sea una virtud humana no debe conducirnos a olvidarla en nuestra predicación del evangelio. Porque por muy propia de lo humano que sea la justicia, lo cierto es que en demasiadas ocasiones lo que vivimos los humanos es la injusticia. Hay demasiada corrupción en la política y la economía, hay demasiado egoísmo en nuestras vidas a costa de lo que es propio del prójimo y en justicia se le debe, como para que los cristianos dejemos de predicar, anunciar y reclamar la justicia.
¿En qué supera la caridad a la justicia? La caridad va más allá de la justicia, porque el amor cristiano supera “lo debido” para entrar en el terreno de la gratuidad, de la misericordia y del perdón. La justicia puede obligar a un padre a dar el pan a sus hijos; ningún tribunal puede obligar a un marido a amar a su mujer, ni a un mujer a perdonar las ingratitudes de sus hijos o de su marido. La parábola del samaritano misericordioso, que va más allá de lo que se podía esperar “razonablemente” es un buen modelo del amor cristiano: una persona que pierde su tiempo y su dinero para favorecer a quien podía considerarse su enemigo y que probablemente nunca hubiera hecho por el samaritano lo que éste hacía por el judío.