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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

1
Jun
2016

Escuchar antes de predicar

5 comentarios

El predicador es un testigo, no es un profesor. El profesor puede explicar perfectamente una doctrina o una teoría, y hasta resultar convincente, estando un completo desacuerdo con ella. El testigo, por el contrario, está implicado en lo que explica, no es sólo un buen orador. El testigo transmite una noticia que antes le ha afectado personalmente, más aún, que le ha cambiado, le ha transformado. “Quien quiera predicar, dice el Papa Francisco, debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y hacerla carne de su existencia concreta”. Y añade, citando a Tomás de Aquino: “De esta manera, la predicación consistirá en esta actividad tan intensa y fecunda que es comunicar a otros lo que uno ha contemplado”. Condición ineludible de todo testimonio de Jesucristo es un encuentro previo con Jesucristo.

La Iglesia antes de anunciar la Palabra, y para poder hacerlo, debe primero escucharla devotamente, obedeciendo a aquellas palabras del apóstol Juan: “os anunciamos lo que hemos visto y oído” (1Jn 1,3). La Palabra solo puede escucharse en un clima de fe y oración. La escucha de la Palabra, en la celebración litúrgica y en el diálogo de la oración, ocupa un lugar central en la vida de todo predicador, ya que así acontece un conocimiento personal e íntimo con el Señor. Sin este acercamiento personal, Cristo se convierte en tema y deja de ser persona. Anunciamos entonces una doctrina (con el peligro de ideología que conlleva), no invitamos a un encuentro personal. Solo si previamente nos hemos encontrado personalmente con Dios, podemos hablar de Dios.

Además de escuchar primero y principalmente a la Palabra de Dios, el predicador debe conocer a los destinatarios de su predicación. Para conocerlos hay que escucharlos. Por eso, antes de hablar, el predicador pregunta. Como el misterioso personaje a los discípulos de Emaús: de qué hablabais por el camino, cuáles son vuestras preocupaciones, vuestras inquietudes, vuestros problemas. Así nos ponemos en sintonía con el destinatario de la Palabra. Nuestra predicación es muy distinta cuando antes hemos escuchado que cuando empezamos nuestro discurso desde la teoría o la doctrina pre-establecida. No porque no tenga importancia la doctrina, sino porque se presenta con unas modulaciones y unos matices si antes se conoce al destinatario y sus problemas.

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Diego Rojas
2 de junio de 2016 a las 07:16

El secreto de saber hablar es saber escuchar. "Nuestra predicación es muy distinta cuando antes hemos escuchado que cuando empezamos nuestro discurso desde la teoría o la doctrina pre-establecida". Aunque sepamos y manejemos contenidos, si no sabemos lo que realmente necesita oír la gente y cómo se le ha de comunicar para que verdaderamente sea escuchado el mensaje, no sirve de nada. Solo sirve para arrogarse el poseer un conocimiento que al final no dará fruto.

Definitivamente muy identificado con las ideas de éste escrito.

Juanjo
2 de junio de 2016 a las 20:05

A mí me parece de vital importancia que la predicación no debe basarse únicamente en el "voluntarismo", la improvisación o la espontaneidad. creo que a veces se olvida lo que "recomienda" la Verbum Dei (por no decir que se ignora totalmente en ciertos ambientes y hasta parece que la formación haga "sospechoso" a quien procura tener una mínima cultura bíblica.
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior".....

un desliz
2 de junio de 2016 a las 20:14

Fe de erratas; Dei Verbum (en lugar de Verbum Dei)

feliciano lópez robles
2 de junio de 2016 a las 20:23

Soy un simple seglar, no más.- A lo largo de los años se adquiere una experiencia que, en cierto modo, nos enseña y descubre el proceder humano.- Escuchar antes de predicar, también estudiar y preparar el contenido de la homilía, no confiarlo todo al conocer y saber adquirido.- Además de por otras razones, se nota la falta de preparación en algunos predicadores.- Ésto es evidente.- La homilía preparada oracionalmente y sin prisas, ofrece frutos en el acto: atención y escucha, alegría y gozo interior, etc.- Estos efectos pueden ser pasajeros, pero eso es otro tema.- La gracia de Dios es la que trabaja.- Cuando la predicación es fruto de lo vivido junto a Jesús, cuando se expone la propia vida, la propia experiencia, la predicación tiene sentido.- La Palabra solo pude escucharse en un clima de fe y oración, dice usted Padre; es verdad, la vida del creyente lo atestigua.- Un párroco puede conocer, más o menos, a sus feligreses.- Pulsar a éstos es otro cantar.- Termino, agradezco su comentario, gracias.-

Salvador M.
3 de junio de 2016 a las 00:39

Muy de acuerdo con la entrada y los comentarios previos. Las homilías que nacen de la oración, del trabajo y de la vocación de pastor del sacerdote son las que llegan realmente. Como laico agradezco especialmente la por desgracia rara avis que se atreve a tratar de dirigir a las almas desde el púlpito en el acercamiento al Señor y lo hace concretando: cómo vivir mejor la oración, los sacramentos, las virtudes teologales, cardinales y las humanas. Pero bajando al ejemplo concreto, a la experiencia cotidiana y desde la perspectiva de quien lleva años recorriendo ese mismo camino.

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