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Encíclica que avala predicciones catastróficas
4 comentarios“Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones”. Es difícil sintetizar en pocas palabras la encíclica del Papa Francisco sobre “el cuidado de la casa común”, que es esta hermosa tierra que Dios nos ha regalado. Las que acabo de citar sirven para darse cuenta de cuál es su orientación. Se trata de un grito de alarma, de una llamada profética que, como todas las buenas profecías no busca destruir sino construir, no busca condenar sino convertir, no busca alarmar sino mejorar.
Esta encíclica no gustará a todos. No gustará a los que niegan el calentamiento global, a las grandes petroleras, al sector del carbono y de la minería, y a los políticos que les protegen. Tampoco gustará a los bancos, las instituciones que más se han enriquecido con la crisis financiera de 2007-2008. Pero quizás esta sea una prueba más de la oportunidad y necesidad de la encíclica. A veces el valor de una denuncia o de una propuesta se mide por la oposición y el rechazo que suscita.
La encíclica es una defensa del medio ambiente. Pero es sobre todo una defensa de la humanidad. Especialmente de los más pobres, de los que más sufren las consecuencias de este crecimiento desmesurado, de esta explotación indiscriminada de los recursos. Esta defensa requiere un cambio del paradigma tecnoeconómico, consumista y de rentabilidad inmediata, por otro de diálogo, colaboración y solidaridad.
Una clave: Todo está relacionado, los distintos componentes del planeta, las especies vivas. Esta relación alcanza dimensiones personales cuando se trata de la relación del ser humano con Dios, de los seres humanos entre sí y de los seres humanos con el conjunto de la naturaleza. La clave del universo es la comunión, porque Dios es comunión. Pero esta comunión hay que entenderla en sentido fuerte. No es una mera relación desde fuera. Es una interpenetración, en el sentido de que nos pertenecemos mutuamente; por eso dependemos unos de otros.
Un principio tomista dice que el conocimiento de la fe presupone el conocimiento natural. La encíclica es una buena aplicación de este principio. El Papa ha tenido bien en cuenta los datos más seguros y fehacientes de la ciencia que, en los últimos decenios, han llevado a la conclusión de que “esto no puede seguir así”, porque si sigue así nos quedaremos sin casa. Y si nos quedamos sin casa, no tendremos dónde vivir.