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Dios es luz
2 comentariosPodemos calificar a Cristo de luz (“yo soy la luz del mundo”) y al cristiano de luz (“vosotros sois la luz del mundo”) porque “Dios es Luz”. El Nuevo Testamento, y más en concreto, los escritos joánicos parece que ofrecen tres “definiciones” de Dios. La más conocida es “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16). Pero también “Dios es espíritu” (Jn 4,24), y finalmente “Dios es luz” (1 Jn 1,5). Es amor y solo amor. Es luz y solo luz. Precisamente porque en Dios no hay ningún mal, ninguna carencia, ninguna oscuridad, y que en él todo es positivo, luminoso y amoroso, la carta de Juan precisa: “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5). En la misma perspectiva se sitúa la carta de Santiago al referirse al “Padre de las luces en quién no hay cambio ni sombra de rotación” (Stg 1,17).
Sin embargo, Dios es indefinible. Todo intento de definirlo lo empequeñece. Estas fórmulas que hemos citado ponen de relieve un valor esencial de Dios, un valor que puede sintetizar todo su ser desde una determinada perspectiva. Decir que Dios es Luz es afirmar que toda la realidad queda iluminada desde Dios, empezando por los seres humanos y sus obras, que deben conformarse con lo que Dios es y juzgarse en conformidad con su voluntad.
Estas fórmulas se refuerzan unas a otras y tienen incidencia directa en la vida del creyente. Podríamos decir que Dios es luz porque es amor y porque es espíritu. El amor todo lo ilumina mostrando la cara buena de toda realidad. El espíritu no conoce contornos ni sombras. El amor es luz, y por eso el que vive según Dios, que es amor, posee una vista interior que le permite, por decirlo con palabras de Unamuno, “mirar desde Dios”.
Unamuno tiene una página admirable en la que relaciona el amor con la luz y con el espíritu. Afirma que la luz del amor es más clara y penetrante que la razón: “con ésta, si es poderosa, puede el hombre, aunque sea malo, comprender y abarcar el mundo temporal, llegar a las razones de las cosas; pero sentir y ver el mundo eterno, llegar a la verdad de todo, no ya solo a su razón, no es dado más que a la fe, a la fe que la bondad atrae sobre nosotros y que la bondad sustenta como cimiento inconmovible”. Y sigue D. Miguel hablando de “la entrañable lumbre que es la bondad, la divina potencia de visión con que reviste al espíritu”. Se puede “mirar desde Dios, a través de la bondad, que más que trasparentísimo cristal es la vista misma interior”.
Dios es Espíritu, Amor y Luz. Y por eso, en el plano divino y en su repercusión humana, el espíritu, el amor y la luz son intercambiables y están mutuamente implicados.