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Descendió a los infiernos
4 comentariosMuchas personas siguen preguntando por el sentido de este extraño artículo del Credo. Extraño por el desconocimiento de lo que significa. Porque una vez explicado, el artículo resulta “lo más normal del mundo” para cualquier creyente.
Infiernos, en plural, eran para los antiguos el lugar al que iban los muertos. Por tanto el sentido más directo de este artículo del Credo es que Cristo, al morir, fue al lugar a donde van todos los muertos. Jesús conoció la muerte igual que todos los humanos y se reunió con ellos en la “morada” de los muertos. Entendido así este artículo sería la última consecuencia de la Encarnación de Cristo, de su realísima humanidad, una humanidad como la nuestra, limitada y finita como la nuestra. La solidaridad de Cristo con nuestra humanidad no tuvo nada de ideal y sí mucho de real.
Conviene aclarar que, para los antiguos, había, al menos tres “moradas” a las que podían ir los muertos: el lugar de condenación, el de purificación y el de la gloria. Uno de los infiernos podía ser, por tanto, lo que nosotros llamamos cielo. El descenso de Cristo a los infiernos podría ser su entrada en la gloria del Padre. También así este artículo sería una prolongación de la Encarnación: gracias a ella, se han abierto para todos las puertas de la esperanza y Jesús se ha convertido en el primero de una larga lista de hermanos que el Padre introduce en la salvación. Se comprende así que este artículo siempre haya ido unido de forma indisoluble con la siguiente afirmación del Credo: “y al tercer día resucitó de entre los muertos”. De modo que ambas afirmaciones: descendió a los infiernos y al tercer día resucitó forman un único artículo: la muerte de Cristo (como la de todo cristiano y posiblemente como la de todo ser humano) es la entrada en la gloria del Padre.
Finalmente, los antiguos entendían que Cristo libró en los infiernos un combate contra la muerte y todo lo que nos mata. En este combate, resultó vencedor. Cristo atraviesa las fuerzas del destino. Descender a los infiernos para vencerlos es mostrar que ningún destino pesa sobre el hombre hasta el punto de que Dios no pueda forzarlo. La esperanza cristiana es lo opuesto a la sumisión al destino, y su fuente es el acto por el que Cristo ha afrontado y ha vencido al destino de la muerte. Incluso en esos lugares impenetrables, Jesús nos precede abriendo camino y ofreciendo futuro a todos aquellos que aparentemente no tienen futuro.