Jul
¿Cómo hablar de la bondad de Dios?
5 comentariosTodo lo que decimos de él, se queda corto ante la realidad de su ser. Por este motivo, de Dios y su bondad sólo se puede hablar a base de parábolas, de imágenes abiertas que remiten más allá de ellas. Así hablaba Jesús de Dios: “se parece a”. O sea, en el parecido tenemos una línea indicativa, pero la realidad es mucho mayor, tanto que no podemos imaginarla. ¿A qué se parece un Dios bueno? Al propietario de un campo que ofrece el mismo salario a los trabajadores de la última hora que a los que se han esforzado todo el día (Mt 20,1-15). Eso choca con nuestra sensibilidad social, pero también chocó a quienes lo escucharon por primera vez. ¡Dios es así! ¡Igual de bueno con todos, aunque no todos seamos igual de buenos con él! Su amor no es como el nuestro, que siempre funciona a base de comparaciones, de más y de menos, de celos y rivalidades. Su amor tampoco está condicionado por respuesta alguna. La parábola quiere hacernos descubrir un mundo extraño, sorprendente, que no se refiere sólo a Dios, sino también a nosotros, al mostrarnos una nueva posibilidad de vida en medio de lo cotidiano. Nosotros, al escuchar la parábola, estamos invitamos a ser como Dios. Más aún, sólo la comprendemos cuando buscamos el modo de repetirla en nuestra vida.
La bondad del Padre Dios es tan sorprendente que Jesús llega a decir que “es bondadoso con los malos y desagradecidos” (Lc 6,35). No es bueno porque le gusta o, al menos, porque no le importa que sean malos y desagradecidos, sino porque su bondad y su amor son incondicionales. Como es bueno no le gusta que nosotros seamos malos, quiere que seamos como él. Y no le gusta que seamos malos porque el mal sólo conduce a la catástrofe. Por eso, Él nunca actúa con maldad. Dios no hace daño a los pecadores, son los pecadores los que se hacen daño a sí mismos. Dios busca el bien de todos, y así “hace salir su sol sobre malos y buenos” (Mt 5,45). Además, quiere darles tiempo para que se conviertan y enmienden, porque no quiere que nadie perezca. Su bondad se manifiesta en la paciencia que tiene con todos (cf. 2 Pe 3,9), aprovechando cualquier resquicio y oportunidad para orientar nuestra vida hacia el bien. Porque nos quiere felices. Y sólo en el bien, en la bondad, hay felicidad.