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Carrera eclesiástica
8 comentariosEn la audiencia del pasado miércoles, Benedicto XVI presentó a los fieles la figura de Domingo de Guzmán. Al recordar que Sto. Domingo fue canónigo de Osma dijo que, aunque este nombramiento podía representar un motivo de prestigio personal, él no lo interpretó como el inicio de una brillante carrera eclesiástica, sino como un servicio. Y al respecto se preguntó: el poder, el hacer carrera, ¿no es una fuerte tentación de la que no están inmunes los responsables del gobierno de la Iglesia? Y añadió: la Iglesia sufre cuando una persona a la que se le confieren responsabilidades trabaja para acrecentar su poder, prestigio y estima, y no para la comunidad.
Nunca me ha gustado la expresión “carrera eclesiástica”. Porque, de algún modo, implica la búsqueda de promoción y prestigio, precisamente en nombre de lo que debería conducir al servicio y al último puesto. Es llamativa la cantidad de veces que en el Nuevo Testamento se lanzan serias advertencias contra el poder. Pero ¡atención!, no precisamente contra el poder civil, sino contra el eclesiástico. Y aclaro que cuando la carta a los romanos afirma que el poder viene de Dios, se refiere al poder civil. Cierto, esta afirmación queda compensada con otra del Apocalipsis, que dice que el poder viene de Satanás, y Lucas nota que Satanás lo reparte entre sus amigos. Buscar poder en la Iglesia es asemejarse al mundo.
Las palabras del Papa son siempre oportunas. La pena es que, a veces, no tienen más remedio que ser genéricas. Aunque detrás de lo genérico está lo personal. La tentación eclesiástica del poder es tan grande que, a mi entender, solo puede paliarse mediante una reforma estructural: ¿qué impediría –hablo de motivos teológicos- que los nombramientos episcopales fueran por un tiempo limitado?; ¿qué impediría que algunas decisiones del pastor o del párroco tuvieran que contar con el consentimiento del consejo presbiteral o parroquial?; ¿qué impediría que determinados nombramientos fueran consultados a estos consejos? Las advertencias siempre son sanas. Pero también es sano que se pongan los medios necesarios para que las tentaciones causen menos sufrimiento a la Iglesia.