Mar
Bendecir
1 comentariosLa palabra castellana “bendecir” proviene del latín: benedicere, literalmente: decir bien. Este “decir bien” va asociado al “desear bien”. El equivalente bíblico, el término hebreo que responde a bendecir es barak (berakah = bendición). Esta palabra une dos realidades: por un lado, expresa la benevolente aprobación de una realidad creada por parte del Creador. Dios bendice, dice cosas buenas de su creación. Por otro lado se refiere a la respuesta agradecida de la criatura así bendecida. Los hombres “dicen bien”, “bendicen” al Creador.
Las primeras bendiciones de la historia de la salvación las pronuncia Dios al crear: “Vio Dios que las cosas eran buenas”, que todo estaba bien hecho. El sacerdote propiamente no bendice. Proclama o anuncia que la bendición de Dios se derrama o desciende sobre una persona. Por eso, cuando le decimos a un sacerdote, o a un obispo, o al Papa: “bendígame Padre”, en realidad estamos diciendo: “recuérdeme que Dios me bendice”, o bien: “ayúdeme a enterarme de que Dios me ama”. Según el libro de los Números (6,22-27), esta es la fórmula que los sacerdotes deben emplear para bendecir: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
La bendición de Dios significa protección. Pedir la bendición de Dios es cobrar conciencia de que nuestra existencia humana es insegura y está expuesta a riesgos. A pesar de todas las precauciones que tomamos, nunca es posible hallar protección segura para la vida. Por otra parte, pedir la bendición de Dios es un gesto de esperanza, la esperanza de que Dios quiere para nosotros una vida lograda y feliz. Y es también expresión de nuestra confianza en que Dios nos acompaña en todos los caminos de nuestra vida, en los agradables y en los fatigosos.
Por lo demás, no debemos confundir la bendición con una fórmula mágica. A este respecto viene bien recordar que una cosa es la desdicha (o sea, la pérdida de una dicha o de un bienestar) y otra la desgracia (la pérdida de la gracia o de la amistad con Dios). Para que la desdicha no llegue a la desgracia, para esto sobre todo actúan la fe, la oración y la bendición.