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Amor y libertad, una mutua interrelación
5 comentariosMe gusta el comienzo de uno de los himnos de la liturgia de las horas: “solo desde el amor la libertad germina”. A veces me dan ganas de añadir: y solo desde la libertad germina el amor. Según dice el himno un clima de amor hace posible la libertad, porque solo cuando hay amor las personas pueden manifestarse como son, sin miedo a ser condenadas o juzgadas. El amor hace posibles unas relaciones sanas, equilibradas, en las que cada uno hace lo que quiere, pero quiere siempre el bien del otro. No es menos cierto que un clima de libertad hace posible el amor, porque el amor no puede nacer donde hay miedo, donde hay coacción, donde uno quiere imponerse al otro, donde uno manda y otros obedecen, donde uno se cree dueño exclusivo de la razón. No hay libertad sin amor, pero tampoco hay amor sin libertad.
La Iglesia, según dice una de las plegarias eucarísticas, es un “recinto de amor y libertad”, y eso hace posible que todos encuentren en ella “un motivo para seguir esperando”. Esto no es teoría, esto es la ley de la fe, ya que es también la ley de la oración. Creemos lo que oramos y oramos lo que creemos. Pero lo que creemos y oramos encuentra la prueba de su autenticidad en lo que hacemos. La oración y la fe invitan a una acción consecuente. De lo contrario se produce una ruptura entre fe y vida que, al decir de los últimos Papas, es uno de los más graves errores de nuestro tiempo. Y con la ruptura la Iglesia pierde credibilidad. Más aún, si la libertad es siempre para el bien, cuando ésta se utiliza para abusar del otro se destruye, a la vez, la libertad y el amor. Y cuando uno destruye, la sociedad –la sociedad eclesial la primera- tiene obligación de impedirlo, precisamente en nombre del amor y de la libertad.