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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

29
Mar
2009
Lo posible y lo concluyente
2 comentarios

En estos últimos días han aparecido dos manifiestos muy distintos sobre el aborto, autocalificados de “científicos”, a los que se han adherido expertos de reconocido prestigio. En uno, con el que estoy fundamentalmente de acuerdo, se deja claro que el aborto es la supresión de una vida que, además, deja secuelas psicológicas en la mujer. En el otro se afirma que, desde el punto de vista científico no es posible afirmar cuando comienza la vida humana. Una cosa es hablar de vida desde el momento de la fecundación y otra es afirmar que esta vida es humana. En todo caso, me parece a mi, que no soy ni médico ni biólogo, que lo menos que se puede decir es que la vida fecundada es teleológicamente (=tiene una finalidad) humana. Y quizás en este mínimo podríamos estar de acuerdo todos, aunque no lo estemos en las consecuencias que se derivan.

A la vista de estos documentos se me ocurre una reflexión que va más allá de la ciencia. Cuando se dice que hay asuntos que deben ser resueltos por la ciencia, debemos antes preguntarnos si hay un consenso suficiente entre los científicos. De la misma forma que cuando decimos que buscamos dialogar -por ejemplo con el Islam- desde la razón “que todos se ven obligados a aceptar” (como decía Tomás de Aquino), no debemos olvidar que no todos estamos de acuerdo en el alcance de lo “razonable”. Lo mismo cabría decir de la Escritura: todos los cristianos apelamos a este texto sagrado, pero no estamos de acuerdo en lo que allí se dice. Cuando apelamos a la ciencia o a la Sagrada Escritura, la tradición en la que nos situamos, los intereses y las experiencias que hemos vivido, nos conducen a una u otra lectura de los mismos datos. Importa, pues, distinguir entre lo razonablemente posible y lo razonablemente concluyente.

Partiendo de los mismos datos no todos interpretamos lo mismo. De entrada, eso debería conducirnos a la escucha mutua y al diálogo. El problema comienza cuando alguien pretende apropiarse la razón para sí solo y, en consecuencia, descalifica como no razonables a los discrepantes de su posición. Así es imposible el diálogo.

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26
Mar
2009
La Eucaristía perdona los pecados
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Hay un texto olvidado del Concilio de Trento que afirma que el sacrificio eucarístico concede el perdón de todos los pecados “por grandes que sean”. De hecho, en el momento central de la Eucaristía la Iglesia recuerda que en la Cruz, Cristo derramó su sangre “por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Cristo no entrega su vida para premiar a los justos, sino para salvar a los pecadores. Y a lo largo de toda la celebración se repiten palabras y gestos que nos recuerdan que la Eucaristía es centro y fuente de toda reconciliación. El inicio de la celebración es un rito penitencial: “yo confieso que he pecado mucho”, y viene luego la absolución: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados”. Esta fórmula eucarística es la que luego se repite en el sacramento de la penitencia. La penitencia prolonga la eucaristía, la aplica, la repite, y no a la inversa.

La reconciliación y la penitencia hay que situarlas en el contexto de la eucaristía, o sea, en el contexto de una vida que se entrega por amor, sin reservarse nada. Es la iniciativa de Dios, su amor incondicional, expresado en la eucaristía, lo que explica el perdón y lo hace posible. De este modo el sacramento de la reconciliación o penitencia se convierte en signo y continuación de algo previamente dado en la eucaristía: la amistad de Dios con el hombre, una amistad incondicional, porque tiene su razón primera y única en el amor de Dios, que nos amó cuando éramos pecadores.

Desde esta perspectiva podríamos distinguir entre reconciliación y penitencia. La reconciliación se da en la Eucaristía. Su razón está en el amor gratuito e incondicional de Dios. La penitencia es el signo que se le pide al hombre para expresar la acogida de esta reconciliación y se manifiesta en el sacramento de la penitencia. Un amor no acogido no alcanza su objetivo. Un perdón otorgado y no acogido frustra su pretensión. En la eucaristía Dios nos ofrece su amor. Gratis. Pero lo gratuito exige un contradón de reconocimiento, al menos una sonrisa, una palabra de gratitud, un gesto de acogida. El amor es gratis, pero pide ser acogido. El perdón pide la penitencia, una expresión de dolor por parte del que ha ofendido y ha sido perdonado gratuitamente.

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23
Mar
2009
Curas con pareja y alegres celebraciones
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Dos preocupaciones se traslucen en el discurso de Benedicto XVI a los Obispos de Camerún: 1) que obispos y curas prediquen dando ejemplo, para que no haya diferencia entre lo que enseñan y como viven; 2) que las exuberantes y alegres celebraciones africanas no distorsionen la dignidad de la liturgia.

¿Qué hay detrás de la primera preocupación? Pues que bastantes sacerdotes africanos tienen pareja o familia. De ahí la advertencia: “la autenticidad de su testimonio exige que no haya diferencia alguna entre lo que enseñan y lo que viven cotidianamente” y, para ello, es necesaria “la fidelidad a los compromisos contraídos”. No es una situación fácil. Alguien que lo presenció me contó que en una reunión del presbiterio de una diócesis africana, los miembros no africanos propusieron ser los primeros en firmar una petición a Roma para que estudiase la posibilidad de que, en determinadas circunstancias, los sacerdotes africanos pudieran estar casados. Los africanos se opusieron con este argumento: nosotros no queremos ser presbíteros de segunda clase. O sea: un cura legítimamente casado parece de “segunda clase”. Un cura que lleva una doble vida parece “de primera”, si lo hace con discreción. Amen de lamentable, resulta necesario un cambio de mentalidad.

La otra preocupación es la liturgia. Me temo que para muchos africanos la liturgia romana padece de rigidez y anorexia emocional. De ahí la importancia de tomar en serio algo un poco olvidado: la inculturación de la teología, de la fe y de la liturgia. El Evangelio de Jesucristo no está ligado a ninguna cultura, pero se puede expresar en todas. Con más razón la teología y la liturgia. Las querencias papales por un estilo y unos modos no deben hacernos olvidar que hay otras querencias legítimas que también pueden expresarse. Cuento otra anécdota: para justificar la comunión en la boca, un amante de este modo de recibirla, me dijo: “eso es lo que el Papa quiere”. Perdone usted: no identifique lo que parece que al Papa le gusta más con lo único permitido. Los gustos personales de los que gobiernan son respetables, pero el buen gobernante sabe que hay otros gustos igualmente legítimos.

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21
Mar
2009
Humanizar la sexualidad
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En una conversación con periodistas, con respuestas no preparadas de antemano, se corre el riesgo de decir alguna que otra imprecisión. Es lo que ocurrió a bordo del avión que llevaba al Papa a África, cuando afirmó que distribuyendo profilácticos “existe el riesgo de aumentar el problema” del sida. Esta expresión se presta a ser mal comprendida, como de hecho así fue. Hasta el punto de que el portavoz de la Santa Sede se vio obligado a aclarar que la difusión de preservativos “no constituye el mejor camino, el de más amplias miras, ni el más eficaz para afrontar el flagelo del sida y tutelar la vida humana”. Las precisiones del portavoz y el contexto en el que Benedicto XVI pronunció sus palabras ofrecen una visión más positiva y completa del problema que la visión que han transmitido los medios. El Papa se refería a la humanización de la sexualidad, cosa que se logra plenamente dentro del contexto del amor. Como expresión de amor, el sexo, además de más placentero, es más humano y humanizador.

Dicho lo cual, y en sintonía con la búsqueda de los mejores y más eficaces caminos en la lucha contra el sida, parece legítima la pregunta por la licitud de un sexo seguro, y por la seguridad de un sexo lícito, en lugares como el África subsahariana en el que, según datos de la Organización Mundial de la Salud, el principal modo de transmisión del virus del sida es el de las relaciones heterosexuales, siendo el matrimonio el mayor factor de riesgo por el que las mujeres contraen el virus. El matrimonio, ese lugar de amor en el que es lícito el acto sexual, se ha convertido para muchas mujeres africanas en un trampa mortal. De ahí la necesidad de una teología de la sexualidad que tenga en cuenta los datos reales del problema, entre ellos la situación social de la mujer en la cosmovisión cultural africana y, por supuesto, la luz de la revelación evangélica.

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18
Mar
2009
Sorpresas episcopales
3 comentarios

La noticia saltó a la prensa y provocó un gran revuelo porque el obispo de Olinda y Recife se apresuró a declarar que, según el derecho canónico, estaban excomulgados la madre y los médicos que ayudaron a abortar a una niña de 9 años, embarazada de mellizos de cuatro meses, tras haber sido violada desde la edad de seis años por su padrastro. Parece chocante: no hay pena canónica contra el violador.

 

El obispo de Nanterre es el primero en reaccionar, enviando una carta pública a su colega brasileño, en la que manifiesta su desacuerdo con la declaración de excomunión. Otros obispos se han manifestado después en línea similar, entre ellos el conocido teólogo y obispo auxiliar de Roma, Rino Fisichella.

 

El obispo de Nanterre manifiesta desde el principio su oposición al aborto como supresión de una vida; lo que no comparte es la excomunión como forma de condena pública, pues añade dolor al dolor, provoca sufrimiento y escándalo en muchas personas, y no contribuye a la curación y conversión, sobre todo del primero que necesita convertirse que es el violador al que, como he dicho, la excomunión no le afecta. El obispo francés insinúa que estamos ante un caso límite, un embarazo de alto riesgo que pone en peligro tres vidas, puesto que un útero de nueve años no se dilata indefinidamente.

 

Traigo a colación la postura del obispo de Nanterre porque es importante qus se sepa que la Iglesia es plural y que, en ella, no todo es intransigencia; y que hay casos límite, en los que el pronunciamiento episcopal, caso de ser necesario, debe ser expresado con mucha delicadeza. Estando, por principio, a favor de la vida y de la dignidad humana. Pero se puede estar a favor sin condenar, sin posturas viscerales. Y se puede estar en desacuerdo desde la comprensión y el perdón.

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15
Mar
2009
Las quejas de los hermanos
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El Papa ha escrito una carta explicando los motivos que le movieron a levantar la excomunión a los Obispos consagrados por Mons. Lefebvre. Escrita en un estilo personal, manifiesta varias cosas: una, el malestar que tal decisión ha causado en círculos eclesiales, hasta el punto de que el Papa dice que su carta pretende contribuir a “la paz en la Iglesia”; dos, la sorpresa del Papa ante “el revuelo tan grande” que ha suscitado su decisión; tres, la contrariedad del Papa ante lo que considera malas interpretaciones de su decisión, fundamentalmente provocadas por “el caso Williamson”; cuatro, el Papa percibe que “existe hoy en la Iglesia un morder y devorar”, junto con “odio” hacia su persona.

La carta apela al texto de Mt 5,23s (“si tu hermano tiene quejas contra ti, vete primero a reconciliarte con tu hermano”) para justificar el gesto de levantar la excomunión. La cita es pertinente, porque en ella no se dice que debes reconciliarte si tú eres el culpable, sino que sean cuales sean las razones de la queja, incluso si se deben a que tu hermano es un neurótico, a ti te toca dar el paso de la reconciliación. A este texto le puede hacer eco otro de 2Co 5,19: en Cristo, Dios reconciliaba consigo al mundo. No se dice que, puesto que somos malos y pecadores, los seres humanos debemos reconciliarnos con Dios, sino algo verdaderamente inaudito, a saber, que Dios se adelanta y se reconcilia con nosotros.

De la carta del Papa destaco tres preguntas, con aplicaciones a muchos niveles, para este y para otros casos, más allá de la oportunidad e incluso de la intención que las ha suscitado: 1) ¿Es una equivocación salir al encuentro del hermano que tiene quejas contra ti y buscar la reconciliación?; 2) ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios -en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar las consecuencias de su segregación?; 3) ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto?

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12
Mar
2009
Males y bienes de la crisis
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El P. Guillermo Santomé ha ofrecido una atinada y oportuna reflexión en el “Con acento” de esta semana sobre esta crisis nuestra de cada día, que provoca que muchas personas se queden sin trabajo. Con todo lo que eso conlleva, no solo en lo económico, sino también como peligro de otra crisis que puede afectar a lo humano y familiar.

Ayer recibí dos correos que hablan de la crisis en primera persona. Uno de Santiago de Chile abunda en los males; el otro, de Valencia, ofrece una reflexión más positiva. Mi comunicante chileno me cuenta que en el norte del país varias compañías mineras, controladas por accionistas extranjeros, pudiendo seguir operando con menos ganancia, han preferido cerrar y despedir a todos sus trabajadores, para volver a sacar el mineral cuando el precio suba. Se puede mantener la empresa, aunque sea ganando menos, pero la avaricia mueve a profundizar en la crisis y dejar a la gente sin trabajo.

Desde Valencia me comentan un aspecto positivo de la crisis. Los hábitos están cambiando, me dicen. Una gran superficie ha renovado sus expositores, dando prioridad a marcas “blancas”, o sea, a producto genéricos, igual de buenos, pero sin marca. También ofrece frutas y verduras a granel, sin envases, eliminando lo superfluo, abaratando costes. La gente va dejando atrás la “marquitis” y volviendo a un consumo razonable. En algunos establecimientos están sustituyendo las bolsas de plástico por otras de papel.

El dato chileno es una invitación a vivir en la verdad, a no decir que no tenemos cuando tenemos; a no aprovechar la crisis para enriquecerse y explotar mejor a los demás. El dato valenciano invita a dejar lo superficial, a volver a la sencillez, a los productos básicos, a vivir desde lo profundo, para ser así solidarios, cercanos. Más plenamente humanos.

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9
Mar
2009
Con confesión individual
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Que el rito más adecuado para celebrar el sacramento de la reconciliación sea el comunitario, no quita para nada la necesidad del momento individual de la confesión de los pecados. En nuestra sociedad secularizada se han puesto de moda las confesiones públicas de los grandes pecados privados. En la televisión y en las revistas del corazón una serie de pseudo-personajes cuentan sus fantasías más eróticas, sus infidelidades matrimoniales o sus aventuras extraconyugales. En cambio, este momento personal y hasta escondido del sacramento de la Reconciliación puede ser el paso decisivo hacia la curación. Porque este sacramento no pretende solamente poner de manifiesto los errores y los pecados, sino también sanarlos y transformarlos. La confesión individual responde así no solo a una necesidad psicológica y antropológica (la de sentirse acogido, comprendido y perdonado), sino también teológica: ahí se garantiza la seriedad del arrepentimiento, pues a solas nadie se engaña, y menos aún en presencia de Cristo, que sacramentalmente se nos hace presente.

En las confesiones públicas de los programas televisivos, todos tratan de disculparse y de culpabilizar a la otra parte. En nuestra sociedad hay una tendencia a negar, reprimir, marginar la culpa propia. Quizás porque no hemos descubierto el perdón de los pecados como buena noticia. El cristiano no cree en el pecado: eso es algo evidente. Cree en el perdón de los pecados. Cree que Dios ama al pecador, le perdona y le acoge. Y envía su Espíritu Santo para el perdón de los pecados. El Espíritu es fuente de gozo y alegría.

Jesús nos llama a la conversión. No es una llamada que busca culpabilizar, agobiar y obligar a hacer penitencia. Lo que Jesús pretende es realizar un cambio interior, que nos permita volver a Dios y a una vida en pro de los demás. Para Jesús no se trata en el pecado de un Dios ofendido, sino del hombre que ha contraído culpa y es desgraciado, del hombre que él no quiere condenar ni castigar, sino liberar y reintegrar a la comunidad del amor.

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6
Mar
2009
Dos ojos de mujer por uno de varón
4 comentarios

Las declaraciones de Ameneh Bahrami, una mujer iraní de 30 años, que se quedó ciega cuando un pretendiente despechado le arrojó ácido a la cara, son comprensibles, dan mucha pena, pero eso no quita que sean un cúmulo de despropósitos. Evidentemente, lo grave e inaceptable es lo que tuvo que sufrir y sigue sufriendo. El joven que la desfiguró ha sido condenado aplicando literalmente la ley del talión: ojo por ojo. Pero no del todo. Porque las leyes iraníes establecen que dos ojos de mujer equivalen a uno de varón. Aunque es posible dejar al agresor ciego de los dos ojos si la víctima paga 20.000 euros. Un cúmulo de despropósitos. Machismo, espiral de violencia, venganza, humillación para la víctima que, incluso en su desgracia, es tasada a mitad de precio que el varón…

El Antiguo Testamento, lugar que recoge la ley del talión, procedente del Código de Hammurabi, cuenta una historia que contrasta con esa ley: Caín, tras matar a su hermano, encuentra un defensor inesperado, Yahvé mismo, que se erige en su protector para que nadie le dañe. No hablemos ya del Nuevo Testamento, en el que quedan superadas todas las leyes de venganza, al tiempo que se nos invita a poner la mirada en el Justo por excelencia, que carga con los pecados del mundo y entrega la vida por sus enemigos.

Diciendo esto no pretendo que se deje de castigar al agresor de Ameneh Bahrami, pero sí digo que la superación de la ley del talión es un avance en humanidad. Y que, si castigo tiene que haber, han de ejecutarlo los poderes públicos, desde el respeto a la dignidad del agresor. Añado: con la víctima toda solidaridad, ayuda y comprensión será poca. Entre otras cosas, porque sólo dentro del contexto del amor, la víctima podrá asumir su situación e incluso recobrar las ganas de vivir. Lo fundamental con la víctima es que tenga el máximo bienestar posible y recupere la paz del corazón. Con la ley del talión no lo logrará. Y aplicada de este modo menos. Es una humillación para ella: dos ojos de mujer valen uno de varón. ¡Qué vergüenza! ¡Qué asco!

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5
Mar
2009
El mejor modo de celebrar la reconciliación
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Ahora que estamos en cuaresma, y contra quienes identifican tradición con pasados estáticos, afirmo que el mejor modo de celebrar el sacramento de la reconciliación es el rito comunitario con confesión y absolución individual. Y eso por varias razones.

La primera, porque todos los sacramentos son sacramentos de la Iglesia. En el modo comunitario de celebrar la reconciliación aparece más claramente la dimensión eclesial del sacramento: nadie va solo al encuentro con el Señor, siempre vamos acompañados de las hermanas y los hermanos. Hay un segundo motivo: la lectura de la Palabra de Dios forma parte esencial de todo sacramento; no es una introducción, algo accesorio; repito: es parte del sacramento. Por este motivo está mandado que cuando se celebra el sacramento en su forma individual el confesor debe leer un texto breve de la Palabra de Dios. Ya sé que la mayoría no lo hacen y, al no hacerlo, no cumplen con lo mandado y, lo que es peor, en cierto modo, mutilan el sacramento. Pues bien, este aspecto tan importante queda mejor realzado y mejor vivido en la celebración comunitaria. Además, la proclamación de la Palabra de Dios debe ir acompañada de una homilía que invita a los fieles a acoger la gracia sacramental, cosa que también se realiza en la celebración comunitaria. Una tercera razón deriva de la mediación antropológica y eclesial de la gracia y del pecado: si el pecado ofende a Dios no es porque le hiera o le dañe, sino porque Dios se entristece al ver que estamos mal. El pecado directamente es siempre un atentado contra uno mismo o contra los demás. La ofensa a Dios pasa por esta mediación antropológica. Pues bien, en la celebración comunitaria queda mejor expresada la dimensión fraterna de la culpa y del perdón.

La reconciliación es la fiesta del reencuentro. La alegría no puede contenerse, necesita compartirse. Para que haya fiesta se necesita pueblo. El modo comunitario es el que mejor significa todos estos aspectos del sacramento de la reconciliación.

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