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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

10
Oct
2010
Perder la paz por el Nobel de la paz
4 comentarios

El gobierno de China, ese país en el que los novicios y seminaristas se ven obligados a vivir y formarse en la clandestinidad, se ha considerado gravemente ofendido por la concesión del premio Nobel de la paz al disidente Liu Xiaobo. Entre los múltiples motivos de irritación, uno muy frecuente es el no tener razón y ser consciente de ello. Es lo que le ocurre en estos momentos al gobierno chino, como antes le ocurrió al gobierno iraní cuando las asociaciones de derechos humanos elevaron la voz contra la condena a ser lapidada de Sakineh Mohamadi Ashtiani, condena sustituida después por otra no menos salvaje, como es la horca. Por cierto hablando de salvajadas y de injusticias cometidas por el gobierno iraní no conviene olvidar la condena a muerte de un joven de 18 años, Tabriz Ebahim por el gravísimo delito de ser homosexual.
 

No me olvido del Nobel. Con toda seguridad, provocar el enfado del gobierno chino no tendrá efectos prácticos. Y si los tiene serán muy limitados. La hipotética liberación de Liu Xiaobo, o de la mujer iraní, no impedirá que esos gobiernos sigan burlándose de los derechos humanos y que muchas otras personas, tan o más inocentes que ellos, pero menos conocidas, sigan en la cárcel. Escudándose en la poca efectividad de las protestas y porque poderoso caballero es el don dinero chino, muchos gobiernos democráticos protestan tímidamente, o sea, cobardemente, ante estas violaciones. Pero ya que otros no lo hacen, o lo hacen mal, hagámoslo nosotros todo lo bien que sepamos, antes de que griten las piedras.
 

Nuestra protesta será sólo un pequeño signo. Pero un signo importante. Al fin y al cabo las personas de bien necesitamos signos que den sentido a la vida. También los cristianos. ¿O no son signos los sacramentos? Pues las personas son el sacramento más importante, el signo por excelencia de la presencia de Dios. El Nobel de la paz ha hecho perder la paz al gobierno chino. Esa pérdida es una buena contribución a la causa de la paz. Nuestra protesta también.

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7
Oct
2010
Odio transformado por el amor
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En el seguimiento de Cristo, los cristianos estamos llamados a transformar las dificultades y crisis de la vida en momentos de gracia; dicho de otra manera: estamos llamados a sacar vida de la muerte. El libro del Apocalipsis dice de los mártires “que no amaron tanto su vida que temieran la muerte”. O sea, para ellos era más importante la fidelidad a Dios que la propia muerte. La muerte se convierte en algo despreciable cuando está en juego el ser o no ser de Cristo.

Esto que se manifiesta en el martirio, el cristiano está llamado a hacerlo presente en todos los momentos de su vida, en los más ordinarios y normales. Por eso San Pablo invita a sus comunidades de Corinto (1Co 13) y Roma (Rm 12) a adoptar actitudes positivas ante la malicia y la debilidad del prójimo: la caridad es paciente, no es envidiosa, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, no devuelve a nadie mal por mal (porque devolviendo mal por mal, el amor retrocede y el mal se multiplica), sino que vence al mal con el bien (único modo de que triunfe el amor). Llega a decir san Pablo que “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer”, porque así, aunque siga odiándote, al menos harás que se muera de vergüenza. De esta forma desactivas el odio, lo transformas en vergüenza, desorientas al enemigo, porque allí donde él esperaba odio encuentra amor, y así, como hacía Jesús, manifiestas la sin razón del odio.

En muchos aspectos de la vida, la crisis puede ser una oportunidad. En Jesús los cristianos encontramos el más acabado modelo de alguien que supo hacer de la crisis que produce el odio una oportunidad de amor, incluso en el momento decisivo de la cruz. Allí Jesús muere perdonando a sus enemigos. No sólo eso, justificándoles, dando una buena razón al Padre para que les perdone: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. No saben lo que hacen, creen que soy un impostor, están engañados, el odio les ha cegado; por eso merecen el perdón. El odio transformado por el amor.

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5
Oct
2010
Hacer de la crisis una oportunidad
6 comentarios

Crisis significa dificultad; y también momento decisivo. La palabra misma indica que la crisis puede ser una oportunidad. En la crisis la dificultad que aparentemente nos conduce a lo negativo puede convertirse en la posibilidad de lo positivo. Por ejemplo, cuando alguien quiere quitarme lo mío, yo puedo transformar el acto malo de mi adversario en un acto bueno mío, si en vez de sufrir pasivamente la sustracción la convierto en donación. El otro pretendía quitarme algo, yo se lo doy libre y gratuitamente, demostrando así mi generosidad y mi desprendimiento.

Eso es lo que ocurre cuando a Jesús quieren quitarle la vida. En este momento decisivo, en el que parece que Jesús va a perder la iniciativa porque otros le obligan a hacer lo que no quiere, Jesús transforma el odio de los que quieren matarle en un acto de amor hacia sus enemigos. De modo que, incluso en ese momento en el que parece que no hay ningún motivo para amar, Jesús sigue siendo el dueño de su destino y mantiene firme la actitud amorosa que ha orientado toda su vida. Jesús corta así la lógica de la violencia. Si Jesús, en el momento de su muerte, hubiera respondido con el desprecio, se hubiera comportado lógicamente y todos lo comprenderían, sus amigos le hubieran aprobado. Pero eso hubiera sido dar un motivo para que sus adversarios le hubieran respondido con un nuevo acto de violencia. Al responder al odio con amor, Jesús muestra la sin razón del odio: “me han odiado sin motivo” (Jn 15,25).

¿Cómo es posible transformar un momento de crisis en una oportunidad de nueva vida? Es posible cuando uno está más adherido a los valores positivos que a los negativos, cuando uno ama más el bien que puede hacer que la violencia con la que humanamente estaría tentado a responder. Jesús se niega a poner el mal en el mismo plano que el bien. No tienen el mismo valor. El amor de Jesús era tan radical que ya no tenían importancia las consecuencias para la propia vida. Porque el amor vale más que la muerte. Si esto es así, entonces Jesús, que había hecho del amor el valor supremo, no podía de ningún modo morir odiando. Eso hubiera sido renegar del amor. El Reino de Dios es incompatible con devolver mal por mal.

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3
Oct
2010
El bien, todo bien, sumo bien
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Francisco de Asís es un extraño personaje que inquieta y atrae al mismo tiempo. Inquieta porque nos recuerda la gravedad y seriedad del evangelio. Y atrae porque vemos en él un ideal humano y cristiano que también quisiéramos realizar nosotros.

Lo que de verdad interesa de San Francisco viene expresado sintéticamente al comienzo de las Florecillas: “Primeramente es de advertir que el glorioso Padre San Francisco en todos los hechos de su vida fue conforme a Jesucristo”. Recordar a san Francisco es un estímulo para conformar nuestra vida a Jesucristo. Lo que Francisco recomienda a sus hermanos es seguir la doctrina y la vida de Nuestro Señor Jesucristo y guardar el Santo Evangelio del Señor Jesús. La vida y escritos de Francisco son una clara confesión de fe y una descripción de su itinerario ininterrumpido hacia Dios: “Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, Tú eres grande. Tú eres altísimo. Tú eres el bien, todo bien, sumo bien”, escribió en un papel que entregó a fray León. Si el Señor es el único bien, no hay tierras que sean sagradas, no hay negocios que sean intocables, no hay estandartes que se defienden a cualquier precio, no hay partidos que nunca se equivocan, no hay pasiones que siempre me dominan, no hay intereses que me hacen perder la cabeza.

En este contexto se entiende su amor a la pobreza. Ella no es un fin, sino un medio para vivir mejor el evangelio, para hacer verdadero el “Tú eres santo, tú el sumo bien”. Para Francisco la pobreza va unida al amor. Ella nos libera de nuestro egoísmo, de nuestro afán de posesión, de toda inquietud, confunde toda codicia, toda avaricia (Saludo a las virtudes), y nos permite estar pendientes del otro, atentos a su persona. Hay una hermosa leyenda que narra los desposorios de Francisco y sus hijos con la pobreza. Cuando la dama pobreza comprende que ha topado con sus más fieles servidores, abre su cobre y obsequia a los hermanos. Y entonces los hermanos “se hartaron de amor y de paz en aquella pobre mesa, llena de promesas de lealtad”. La pobreza es un camino de amor: nada puede interponerse entre el otro y yo. Ponte siempre en lugar del otro, dice Francisco a sus hermanos, sobre todo si tienes poder de mandar. Cuando recibía a un joven postulante, daba gracias a Dios, diciendo: “Gracias, Señor, por el amigo que me has dado”.

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30
Sep
2010
La ley no salva
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Todo grupo humano necesita un mínimo de organización. También la Iglesia y las instituciones religiosas. Pero una cosa es el buen orden en los grupos y en las instituciones y otra hacer de la religión un conjunto de normas y preceptos que, para colmo, se consideran salvíficos. San Pablo, en sus cartas, dejó muy claro que la salvación ofrecida por Dios en la cruz de Cristo reemplazaba definitivamente a la obediencia a la ley como medio de justificación ante él. Por ser oferta de amor, encuentro y reconciliación, la salvación es gratuita. Pretender obtenerla por el cumplimiento de una ley sería desvirtuar totalmente su gratuidad. Si la salvación no depende del cumplimiento de la ley, eso significa que Dios pone la salvación a disposición de todos los hombres, sin condiciones onerosas. Sin ley, la salvación puede ser universal.

Por otra parte, la liberación de la ley abre a la universalidad del cristianismo. Deberíamos recordarlo cada vez que buscamos signos unificadores de la fe en la liturgia, en las costumbres o en la teología. Precisamente lo propio del cristianismo es su capacidad de adaptación a nuevos lenguajes y culturas. Liberados de la ley, podemos ser universales. Una uniformidad impositiva es colonización. No hay un único modo de celebrar, de explicar la fe, de organizar la parroquia, de vivir en comunidad. El pluralismo como principio forma parte de la universalidad del Evangelio, para todos los hombres, de todos los tiempos y culturas.

La ley, dice también san Pablo, encuentra todo su sentido en el único precepto del amor. El mandamiento del amor, que reemplaza a la ley, tiene capacidad primero de relativizar normas, de orientar todo en función del bien de la persona, y luego de adaptarse a distintas circunstancias. Si la ley de Dios es ley de amor, no puede confundirse con el derecho religioso y, mucho menos, con el derecho del más fuerte. Cuando se trata de cuestiones organizativas y, sobre todo, de leyes que afectan sólo a la persona, por ejemplo determinadas leyes sobre alimentos o costumbres piadosas, no convendría vivirlas como un carga que culpabiliza a quien no las cumple. Se trataría más bien de cumplirlas como personas libres bajo la gracia.

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29
Sep
2010
Huelga sí, pobreza no
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Escribo poco antes de las 13 horas del día de la huelga. Leo que la incidencia ha sido alta en la construcción, industria, mercados y transporte; y poco significativa en comercio, banca, administración, oficinas y enseñanza. En la ciudad de Valencia el poco seguimiento del paro en comercio, enseñanza, banca y oficinas era evidente. Todo estaba abierto. En algunos locales había carteles con el anuncio de la huelga, pero el comercio funcionaba con normalidad. Cuento como sintomático lo que he visto en “El corte inglés”. El edificio más céntrico de esta cadena de almacenes tiene cuatro puertas en Valencia. En la puerta uno había cinco policías y delante de los policías un grupo de sindicalistas con banderas. A las personas que querían entrar por esa puerta, la policía les indicaba que fuesen a la puerta de al lado. En esta puerta, la número 2, no había ni policía ni manifestantes y la gente circulaba con toda normalidad. En las puertas 3 y 4 no había policía, sí había manifestantes con banderas, pero no impedían el paso de la gente, que circulaba con toda tranquilidad.

Gracias a Dios, en este país nuestro hay derecho a la huelga. También hay derecho al trabajo. Porque hay unos niveles aceptables de libertad. Mi sospecha es que las personas más pobres no pueden hacer huelga. Unos porque cobran tan poco que si dejan de trabajar, dejan de comer. Y otros porque no tienen trabajo. Esos son los problemas que habría que solucionar. Es legítimo defender los sueldos y protestar por los recortes. Los funcionarios han visto recortado su sueldo y eso hace daño. Pero hay otros que no tienen recortes porque no tienen sueldo. A esos tampoco hay que olvidarlos. Yo de economía y política entiendo poco. Pero algo hay que hacer para que cambie ese sistema basado en el egoísmo y la codicia. Ese sistema en el que los ricos nunca pierden. Peor aún, siempre ganan más. Eso es lo escandaloso. Yo no sé que diría Jesús ante la huelga. Es posible que dijera algo así como: “¿quién me ha nombrado juez de vuestros repartos monetarios?”; pero también es posible que añadiera: “los pobres siempre están ahí”. Precisamente por eso, porque siempre están ahí, yo doy por supuesto que los comedores sociales no han hecho huelga. Aunque no estaría mal que una de las reivindicaciones de la huelga fueran políticas que hicieran innecesarios esos comedores.

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26
Sep
2010
Estado laico, claro que sí
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Laico es una palabra que, en boca de algunos políticos y para algunos oídos, tiene connotaciones de opuesto a religioso. En realidad es una palabra de origen cristiano y su contrapartida no es lo religioso, sino lo clerical. Laico quiere decir “uno del pueblo” y, más en concreto, uno del pueblo de Dios. Laico es el cristiano que no es clérigo.

La Iglesia católica no pretende tener en sus manos el gobierno de los asuntos temporales. Es doctrina católica que estos asuntos están encomendados a los laicos, sean o no cristianos. Por tanto, estado laico puede significar que los negocios del mundo y la organización de la sociedad son responsabilidad de los laicos. Dice Benedicto XVI: “El deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública”. Los cristianos laicos realizan su deber de configurar rectamente la vida social “cooperando con los otros ciudadanos”.

En la famosa palabra de Jesús: “dad al Cesar lo que es del Cesar” podemos encontrar un buen antecedente a favor de lo que hoy se suele entender por estado laico. Esta y otras muchas realidades que parecen conquistas de la modernidad tienen orígenes cristianos. Piénsese en los derechos humanos o en los ideales de igualdad, libertad, solidaridad y fraternidad. La Iglesia no pretende hacer valer políticamente su doctrina. Solo pide poder ser escuchada y respetada. Y cuando argumenta a favor o en contra de determinadas leyes lo hace desde la razón y el derecho natural, aunque su inspiración última provenga del Evangelio.

Por su parte, el estado laico debería evitar hacer del laicismo una “confesión” o una “religión”. Dicho de otro modo: el estado laico no puede olvidar que algunos ciudadanos son religiosos. Y, tanto si son mayoría como minoría, debe facilitar el libre ejercicio de la religión, como derecho fundamental de la persona, no solo en sus manifestaciones privadas, sino también en las públicas. Si en vez de favorecer la religión la dificultase, se convertiría en un estado “militante” y haría de la anti-religiosidad una especie de religión del Estado.

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25
Sep
2010
Clérigos y sexualidad
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Célibes y casados tienen que humanizar su sexualidad. Cuando el célibe es religioso o presbítero, mucha gente le presupone un plus de ejemplaridad. De modo que, cuando se da publicidad a algún acto suyo que parece contradecir lo que predica, al error, pecado o delito se añade el escándalo o la indignación. Pero, ¿qué pasa cuando la noticia es errónea? En la última semana dos clérigos en la diócesis de Valencia han sido acusados de delitos sexuales. Pero uno, del que se han publicado datos personales con foto incluida, ha sido falsamente señalado. ¿Quién repara el daño causado?

La reacción del Arzobispado, en ambos casos, ha sido modélica. En el caso del presunto culpable no sólo son de alabar las medidas tomadas, sino también la discreta actitud con el implicado. Una cosa no quita la otra. La exigencia de responsabilidades no tiene que impedir la misericordia y la comprensión. Misericordia que todos necesitamos. Tanto más cuanto peor estamos. Y comprensión, que no significa aprobación.

En el caso de los clérigos el problema no es el buen o mal uso de la sexualidad; el problema no es que, como todo ser humano, sean tentados y en ocasiones caigan en la tentación. El problema son los modos, las maneras. El problema es el abuso de menores y de personas vulnerables. Eso es lo inaceptable.

Ocurre que, en lo relacionado con la sexualidad, se atribuyen a la Iglesia o a algunos eclesiásticos las posiciones más rígidas y, a veces, más intransigentes. Si la institución a la que uno representa se muestra dura en determinadas materias, cuando uno de sus miembros falla en asuntos relacionados con la materia, parece mayor la incoherencia, el asunto se convierte en morboso y algunos aprovechan la ocasión para airear la hipocresía de la institución.

Clérigos, frailes, monjas y curas, son gente débil. En materia sexual también. Y cuanto más claro lo digamos, mejor. No son personas santas, aunque aspiran a serlo. Y les cuesta. Como a todos. Ni más, ni menos. En su caso se añade la dificultad de compensar (sí, sí, compensar, aunque se puede compensar de muchos modos, con entrega apostólica o vida comunitaria por ejemplo) las dificultades del celibato.

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22
Sep
2010
Verbo gracioso
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Es posible algunos lectores del blog leyeran, en la última de mis crónicas del pasado Capítulo General de los dominicos, que en el antiguo Misal dominicano se pedía para los predicadores “la gracia de la predicación y el verbo gracioso”. Verbo gracioso, o sea, el uso elegante de la palabra. Porque las formas también son importantes. Ocurre lo mismo con los lectores en la Eucaristía: el criterio es leer bien, del mismo modo que el criterio para dirigir los cantos de la Misa es cantar bien. Porque si no se lee bien, la gente no entiende y la Palabra de Dios se bloquea. Igualmente si el predicador aburre, la gente no atiende. Y la buena noticia se desperdicia, el mensaje se pierde.

Ahora bien, el uso elegante de la palabra no es suficiente. No por oír a un buen predicador la gente se convierte. Buen ejemplo es lo que, a muchos que predican con cierta decencia, les suele ocurrir: en celebraciones a las que acude bastante gente que no suele frecuentar la Iglesia, como bodas y funerales, alguno de estos no practicantes se acerca al predicador para decirle: “si todos hablasen como usted, o si todos fuesen como usted, yo acudiría más a la Iglesia”. Cuando alguna vez se han dirigido a mí con estas palabras, me he sentido halagado, pero no engañado: las personas que eso dicen buscan justificarse ante ellas mismas y quizás ante mí por no acudir a la Iglesia.

La fe necesita testigos. Nace de la predicación. El testigo tiene que ser coherente con lo que testimonia y el predicador tiene que ser elocuente. Sólo así resultaran creíbles. Pero la credibilidad sola no garantiza la conversión del oyente. Lo que el oyente recibe no está bajo el control del testigo ni del predicador. Si la buena predicación es el camino que toma la Palabra para hacerse oír, la respuesta es responsabilidad del receptor. De modo que, oyendo la misma predicación, unos creen y otros no. Eso no quita para nada la responsabilidad del predicador, pero deja claro que la respuesta no es cosa suya. Lo suyo es solo la buena predicación. Que no es poco. Pues con ella se sostiene la fe de los creyentes, se puede hacer pensar a los no creyentes que la escuchen y quizás, a estos no creyentes, se les convenza de la seriedad de lo predicado.

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19
Sep
2010
Roma, un balance positivo
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El martes por la noche estaré de nuevo en Valencia. Con el curso a punto de empezar en la Facultad. Con la necesidad de “arreglar” programas y apuntes en función del nuevo curso. A mí me parece un gesto de respeto a los alumnos el presentar el primer día de clase el programa de la asignatura, materiales de estudio y trabajo, y una buena bibliografía, de modo que desde el principio todo quede claro y no haya sorpresas a lo largo del semestre. Pero no quería hablarles de mis clases, sino hacerles llegar mi balance, fundamentalmente positivo, de esos días pasados en Roma. El Capítulo casi ha terminado. Y ha terminado bien. Tenemos un buen Maestro, van a salir unas buenas actas.
 

Estos días pasados en Roma han ocurrido una serie de acontecimientos eclesiales importantes, como la visita del Papa al Reino Unido. No he podido hacerme eco de sus discursos en el blog, porque no he tenido tiempo material de leerlos. Me he dado cuenta de que los medios de comunicación social se interesan por lo más llamativo, que si lo curas pederastas, que si el posible atentado contra el Papa, que si la manifestación en contra de la visita de 15.000 personas (o las que fueran). A veces yo comento estas cosas, pero prefiero fijarme más en la buena doctrina que imparte Benedicto XVI. No porque lo otro no sea importante, sino porque de lo otro hablan muchos y de la doctrina, pocos. De todos modos, como los discursos papales están al alcance de todos, no hemos perdido nada con la ausencia de mis comentarios o subrayados.
 

Una cosa sobre el Capítulo, que no he puesto en las crónicas (la última saldrá dentro de unas horas). Me he dado cuenta de la gran libertad de palabra que hay en la Orden. Cierto, en nuestra Orden hay tendencias y sensibilidades distintas. Pero, en general, siempre es posible entenderse. No he visto radicalismos, no he visto a nadie aferrarse a sus posiciones. He visto muchas ganas de razonar, de explicarse, de convencer. No de vencer. Las posiciones más “extremas” que hay entre los dominicos tienen todas un punto de moderación, que hace que podamos sentirnos en comunión, precisamente porque estas posiciones se defienden con datos y razones. Una última cosa: en un Capítulo, tan importante como lo que se aprueba, es lo que no se aprueba, lo que la Asamblea no acepta, lo que no sale en los papeles. El non placet, a veces, es tan significativo como el placet.

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