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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

12
May
2011
Para el pecador el cielo es el peor infierno
3 comentarios

Lo fundamental de la teología del infierno no es el simbolismo del fuego, sino la ausencia de Dios y la falta de comunión con los hermanos; en suma, la falta de amor, consecuencia de la radical soledad del pecador, que al final tiene lo que siempre ha buscado: sólo a sí mismo. En esta línea dice J.H. Newman que si un pecador entrase en el cielo, no sería feliz.

A veces pensamos que en el cielo cada uno hará lo que le plazca, puesto que esa es la idea de felicidad que tenemos en este mundo. Pero el cielo es ese lugar en el que siempre estaremos en presencia de Dios cumpliendo su voluntad, un lugar en el que reinara el amor. Y el amor no es hacer lo que a uno le place, sino buscar siempre el bien del otro. Un pecador (cuyo propósito es precisamente no cumplir la voluntad de Dios) tendrá necesariamente que sentirse muy incómodo en un lugar en el que todo ocurre en contra de lo que él piensa y desea. Si fuera posible que un pecador entrase en el cielo se sentiría muy decepcionado, porque se encontraría con todo lo que él ha despreciado en este mundo. No encontraría nada que le hiciera sentirse como en su casa, ningún lugar en el que encontrase reposo. Por tanto, concluye Newman, el más terrible castigo que se le podría infringir a un pecador sería llevarle al cielo. Para un hombre irreligioso, el cielo se convertiría en un infierno. Viviría como en un país extranjero, entre gente desconocida, que habla una lengua que él no puede entender. No encontraría a nadie como él. Estaría totalmente solo. Y lo que es peor: sentiría que es imposible escapar de la mirada divina, y se sentiría juzgado. No porque Dios juzgue y condene, sino porque ante la presencia de Dios, vería con mayor contraste si cabe, su propia perversidad y maldad.

El infierno es la otra cara de la comunión, el reverso del amor. Es una posibilidad que no hay que descartar. Como bien dijo Benedicto XVI “puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo”. En algunos casos de nuestra propia historia: casi dan ganas de poner algunos nombres.

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10
May
2011
Crear empleo con dinero recaudado para la Iglesia
7 comentarios

El Sr. Cayo Lara, coordinador general de Izquierda Unida, en rueda de prensa en Alicante, propuso destinar el dinero que la Iglesia católica recibe como “subvención” del Estado a crear empleo. Una idea tan poco brillante merece algún comentario. Comentario hecho por alguien como yo que, como todos los religiosos y religiosas, no recibe directamente en calidad de religioso, ni un solo céntimo del dinero que el Estado recauda para la Iglesia. Digo bien recauda, como un intermediario, porque, y en eso el Sr. Lara se equivoca, el Estado no subvenciona a la Iglesia. Son algunos españoles los que voluntariamente, en su declaración de renta, destinan un dinero a la Iglesia, del mismo modo que pueden destinarlo a otros fines sociales.

Ya me gustaría a mí que en otros asuntos se pudiera adoptar un criterio parecido: pedir su opinión a los ciudadanos para saber a dónde quieren que vayan sus impuestos; y no estoy pensando en pedirles que opinen en cuestiones como defensa o asuntos exteriores, sin los que un Estado difícilmente puede funcionar. Estoy pensando en los sindicatos y los partidos políticos, que tienen todo el derecho del mundo a organizarse como quieran, pero no tienen porqué contar con subvenciones (en ese caso sí que son subvenciones) del Estado. Podrían alimentar sus arcas de aportaciones voluntarias de los ciudadanos, como es el caso de la Iglesia católica.

Cayo Lara ha hecho esas declaraciones dentro de la campaña para las elecciones municipales. Desgraciadamente no sólo él, sino la mayoría de los políticos, hacen sus discursos en clave nacional, y olvidan así los problemas que en estas elecciones deberían dirimirse. El discurso electoralista de Sr. Lara, apto para provocar el entusiasmo de los convencidos y para molestar a algunos católicos (porque a mí no me molesta), tiene muy poco de realista. Ya que se trata de municipios, basta pensar en un municipio pequeño con una sola parroquia. ¿Sabe el Sr. Lara cuánto dinero de ese que llama “del Estado” llega a ese pueblo? El sueldo del párroco, unos 800 euros. Ya me dirán cómo se crea empleo en el pueblo quitándole el sueldo al cura. Por lo demás, parte del dinero que la Conferencia Episcopal reparte, descontando sus gastos de personal, va a obras sociales. Si se suprime ese dinero, en vez de más trabajo, habrá más desgraciados.

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8
May
2011
La persona, hipostática y extática
9 comentarios

Somos seres eminentemente relacionales. Hemos sido creados como personas de comunión, ya que hemos sido creados a imagen de un Dios que es Comunión, relación de personas. La relación forma parte de nuestra naturaleza. Por eso afirmo que la persona humana es a la vez hipostática y extática. Hipostática porque cada persona es única, irrepetible y libre. Y extática porque nuestro ser persona no viene determinado por los límites de nuestro ser, sino por nuestra apertura, por el salir fuera de nosotros, por estar orientados hacia los demás. Esta dimensión extática no disminuye nuestra individualidad, sino que la capacita para existir. La comunión no amenaza nuestra particularidad personal; es constitutiva de ella.

La persona en singular no existe. Sólo existe en relación. Esto se deduce de las palabras que están en el origen del concepto de persona: la palabra griega prosopon significa literalmente “mirada hacia”; el prefijo pros (=dirigido hacia) implica la relación como elemento constitutivo. Lo mismo ocurre con la palabra latina persona: resonar a través de; también el prefijo per (=a través de, hacia) expresa la relación. En el concepto de persona está implicada la superación del singular. Las definiciones clásicas de la persona, a partir de la de Boecio, aceptada por Santo Tomás (“persona es la substancia individual de naturaleza racional”) insisten en la individualidad del ser racional, en su irrepetibilidad e incomunicabilidad, en su relativa “independencia”, en su ser distinto.

Resulta llamativa la ausencia de la dimensión relacional en estas definiciones, cuando las personas de la Trinidad vienen determinadas precisamente a partir de la relación. Por ello es importante insistir, como hace el pensamiento actual, en estas dos dimensiones como constitutivas de la persona, a saber: la individualidad y la apertura, la autoposesión y la comunicabilidad. Las dos son igualmente fundamentales y primarias. El yo y el tú se implican mutuamente. Y, en último término, no podemos olvidar que el hombre es un tú para Dios y que en la comunión con Dios y con los hermanos llega a plenitud nuestro ser personal, ser que es irrepetible y relacional a la vez.

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5
May
2011
Confianza que inspira la Iglesia
6 comentarios

De vez en cuando aparecen estudios sobre la confianza que inspiran a los españoles distintas instituciones o grupos sociales. El último que tengo ante mis ojos es un trabajo de Metroscopia que, fundamentalmente, coincide con otros similares. Se ha pedido a los encuestados que califiquen del 0 al 10 a 28 grupos sociales según el grado de confianza que les inspiran. En primer lugar aparecen los científicos, seguidos de la Universidad y la policía. A partir del puesto 20 empiezan los suspensos. La calificación más alta de los suspendidos la tienen los ayuntamientos, con un 4,9. Siguen luego el gobierno del Estado, la televisión y en el puesto 23 “la Iglesia católica”, con una nota de 4,2. Con una matización: si la calificación la hacemos por grupos de edad, resulta que los más jóvenes, los del grupo de 18 a 34 años, califican a la Iglesia con un 3,3. Solo las multinacionales son peor calificadas que la Iglesia en este grupo de edad.

Me pregunto en qué o en quién piensan exactamente los ciudadanos cuando califican a “la Iglesia católica”. No creo que sea en los laicos, y eso que ellos son fundamentalmente el "grueso" de la Iglesia ¿Piensan acaso en el Vaticano, en las misiones, en instituciones, o en determinadas personas, por ejemplo los clérigos, los religiosos, las monjas, los obispos, teólogas o teólogos? Si es en las religiosas y religiosos, ¿en algunas en especial, las monjas de clausura, las que atienden a colegios o las que atienden a ancianos o sidosos? ¿Piensan en algunos clérigos u obispos en particular? ¿En algún escándalo, en alguna decisión del Papa? Seguramente son las personas las que ofrecen una buena o mala imagen de la institución. Y según las personas que uno conoce, así califica al resto de católicos y a la Iglesia en general.

En ocasiones ocurre que cuando se conoce de cerca a un buen católico, sea seglar o clérigo, o se acude a una institución eclesial que trabaja a favor de los más necesitados, uno se sorprende agradablemente. En ocasiones esta sorpresa es porque “se imaginaba” otra cosa. Porque los que dan la imagen no son esas personas más o menos anónimas que uno encuentra de vez en cuando, sino otros que salen demasiado en los medios y que, unos con más razón que otros, producen escándalo o rechazo. Sospecho que son ese tipo de personas mediáticas en las que se piensa cuando se valora al conjunto de la institución. En eso, como en muchas otras cosas, pagan justos por pecadores. O se valora a los justos sin conocerlos o, lo que es más triste, identificándolos con los pecadores.

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3
May
2011
Santos de mi devoción
4 comentarios

En el lenguaje coloquial calificamos a algunas personas de santos que son o no son “de mi devoción”. Con esto queremos manifestar nuestra aprobación o desaprobación de la persona en cuestión. Pero, ¿por qué implicamos a los santos para hablar de personas que nos gustan o nos disgustan? Porque también entre los santos oficialmente canonizados, hay unos con los que nos sentimos más en sintonía que con otros. Cosa normal. El acto oficial de la canonización no dice nada sobre la mayor o menor simpatía que puede despertar el canonizado o canonizada.

No debemos olvidar que en la comunidad de los creyentes hay una pluralidad de sensibilidades. Y que el seguimiento de Cristo puede realizarse según estilos y modos de vida diferentes. Cada uno escoge el que más le conviene y mejor se acomoda a su carácter. Entre los santos y santas inscritos en el martirologio (o lista de los santos) de la Iglesia hay muchos modelos de santidad. Y no todos los modelos manifiestan la misma significatividad en diferentes épocas y sociedades o para diferentes personas. Sin duda, un testigo de la fe siempre pretende señalar u orientar a Cristo. Pero su significado profundo o la buena orientación a la que tiende, no se desvela automáticamente. En la captación del correcto significado interviene la sintonía cultural entre el testimoniante y los que reciben el testimonio. Hombres y mujeres que en su momento dieron lugar a un fuerte movimiento religioso, pierden su fuerza en otras épocas o en otras áreas culturales. Por esto, cada cristiano es muy libre de escoger su modelo de santa o santo. Y debe, además, respetar las elecciones que otros puedan hacer.

No hay que pensar tampoco que los canonizados sean los únicos o los mejores. Ya sabemos que una canonización no se hace sin una seria investigación de las virtudes de aquel que va a ser elevado a los altares. Pero además de las virtudes, también intervienen otros motivos en las canonizaciones. Cosa que no debería escandalizar a nadie. Los humanos somos así. Pero tampoco debería confundir a nadie, en el sentido de pensar que no hay otros que, con las mismas o mejores razones, pudieran resultar verdaderos modelos para los creyentes.

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1
May
2011
La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II
8 comentarios

La Misa de beatificación de Juan Pablo II ha comenzado con esta advertencia dicha en varios idiomas: “para crear el necesario clima de plegaria, se ruega se abstengan a partir de ese momento, de aplaudir y de agitar las banderas”. Aviso significativo, que sin duda pretendía evitar que la homilía fuera interrumpida con estrepitosos aplausos cada vez que el Papa nombraba a su predecesor. La advertencia no ha apagado del todo los aplausos, pero ha logrado que fueran bastante discretos. Los ha iniciado, al comienzo mismo de la homilía, el Cardenal Sodano, uno de los más estrechos colaboradores de Juan Pablo II. Por las imágenes de televisión parecía que se ha quedado con ganas de aplaudir más. En el banquillo de los Cardenales, encabezado por Sodano, faltaba el Cardenal de Valencia, Agustín García-Gascó. Se había desplazado a Roma para la ceremonia. Desgraciadamente ha fallecido mientras dormía, al parecer de un ataque cardíaco. Es la nota triste de la jornada. García Gascó fue un Pastor muy mediático y, aunque sus decisiones no gustaron a todos, en las distancias cortas era una persona amable y cariñosa, siempre y cuando no se tratasen asuntos que le contrariaban.

La homilía de Benedicto XVI ha sido un canto a la bienaventuranza de la fe, esa bienaventuranza con la que acaba el cuarto evangelio: “Felices los que crean sin haber visto”. La misma bienaventuranza que el tercer evangelio aplica a María: “Dichosa tú porque has creído”. Es una bienaventuranza en la que podemos y debemos sentirnos reconocidos todos los cristianos. Esta es “la bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy”, ha dicho Benedicto XVI. La fe, añade la segunda lectura de la Misa de hoy, produce una gran alegría en quienes la viven, “un gozo inefable y transfigurado”. Al final, en la vida de un cristiano, eso es lo importante y eso es lo que queda. Y es, sobre todo, lo que el Señor valora. Por eso, es de agradecer que, incluso en un día que se prestaba a cantar las glorias de Juan Pablo II, Benedicto XVI haya sido discreto con su vida y se haya dedicado a orientarnos hacia lo esencial, hacia aquello en lo que todos podemos coincidir, hacia lo verdaderamente salvífico: la bienaventuranza de la fe.

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28
Abr
2011
¿Una beatificación precipitada?
4 comentarios

Eso dicen algunos. Aunque otros parece que la deseaban el mismo día de su entierro. Una beatificación o una canonización es un acto que denota unas determinadas preocupaciones pastorales y eclesiales. También es una declaración que hace la Iglesia desde sus instancias más oficiales, presentando a una persona como modelo de vida cristiana. Modelo de vida cristiana por la globalidad de su vida. Con esto no se aprueban ni desaprueban determinadas actuaciones y, menos aún, aquellas en los que actuaba condicionado o en función de lo que otras personas le decían. La causa principal, yo diría que casi única, de una beatificación o canonización es la vida teologal, o sea la unión con Cristo por medio de la fe, la esperanza y el amor, de la persona que se declara santa, y no determinados actos de su vida.
 

En un pontificado tan largo como el de Juan Pablo II hubo tiempo para muchas cosas. Yo valoro particularmente su contribución a la teología del diálogo interreligioso, sus aportaciones en el campo de la antropología teológica, sus reflexiones en el ámbito de lo social y su clara toma de posición contra la guerra. Cito de memoria una frase que me ha impactado en cada uno de los tres primeros ámbitos: la mediación única de Jesucristo no excluye la posibilidad de otras mediaciones; la inviolabilidad de la persona es reflejo de la absoluta inviolabilidad del mismo Dios; sobre la propiedad privada grava una hipoteca social. Y un hecho referido al cuarto: su decisiva mediación para evitar un conflicto armado entre Chile y Argentina. Quiero decir con esto que, prescindiendo de la oportunidad de la beatificación, la figura de Juan Pablo II ha aportado grandes cosas a la Iglesia.
 

Sus viajes por el mundo, comenzados ya por Pablo VI, pero que con Juan Pablo II se convirtieron en uno de los signos de su pontificado, son una prueba de lucidez, más allá del aplauso fácil: ya que el mundo no va a la Iglesia, que sea la Iglesia la que vaya a buscar al mundo. En esto, como en muchas otras cosas, los santos son un modelo que debemos “personalizar” y adaptar a nuestra circunstancia. Pero el principio es valioso: la Iglesia debe ir hacia al encuentro del mundo para aportarle la luz de Cristo.

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26
Abr
2011
Sábanas y sudarios llamados santos
6 comentarios

El sudario de Oviedo, la sábana de Turín y el paño de la Verónica de Manoppello son tres objetos que hacen referencia a la vida de Jesús. De los tres hay amplia información en internet. Las opiniones sobre ellos son muy dispares, incluso contradictorias. Se me ha preguntado por qué estos tres objetos no son prácticamente tenidos en cuenta en la cristología actual para explicar la grandeza del Jesús histórico a partir del misterio de Dios.

He comprobado que este es un tema muy sensible. Muchas personas se muestran disgustadas ante cualquier explicación que ponga en duda la autenticidad de estas reliquias. Lo que, en parte, significa que en la valoración que se hace de ellas influyen no sólo factores racionales, sino también pasionales.

La pregunta que me han hecho es interesante: ¿por qué no son tenidos en cuenta por la cristología actual? Yo diría que no son tenidos en cuenta porque es mejor no arriesgarse a fundamentar la fe sobre algo que pudiera no ir en la línea de lo que se pretende demostrar. Suponiendo que la sábana de Turín sea un lienzo del siglo I, y suponiendo que en ella se hubiera envuelto el cadáver de un crucificado, todavía faltaría probar que este crucificado fue Jesús de Nazaret.

Más provechoso que discutir sobre la autenticidad o inautenticidad de estas reliquias, sería valorar si para algunos se han convertido en “disparadoras” de la fe. En última instancia lo importante no es lo que ha “disparado” la fe en Cristo: problemas personales, preguntas sobre el sentido de la vida, o visitas a un determinado santuario. Lo que importa es el encuentro con Cristo. Y si uno se ha encontrado con Cristo, aunque el sudario haya sido un disparador, sabe muy bien que su fe no se basa simplemente en el sudario. De modo que, si un día termina convenciéndose de su falsedad, la fe no se tambaleará.

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22
Abr
2011
Resurrección: no sólo lo que le pasó a Jesús
4 comentarios

Jesús no ha resucitado en nuestro mundo, sino en Dios. Como muy bien ha escrito Benedicto XVI en su aportación teológica sobre la figura de Jesús, con su resurrección “Jesús no ha vuelto a una vida humana normal de este mundo… El ha entrado en una vida distinta, nueva; en la inmensidad de Dios y, desde allí, Él se manifiesta a los suyos”. Este “desde allí se manifiesta a los suyos” es importante. Pues creer en Jesús resucitado no es sólo creer que “algo le pasó a Jesús”. Es también creer que esto que le pasó tiene repercusiones decisivas para cada ser humano. “En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad”.
 

A este respecto, el Papa nota que San Pablo ha vinculado inseparablemente la resurrección de los cristianos con la resurrección de Jesús: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó… ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos” (1 Cor 15,16.20). La resurrección de Cristo es un acontecimiento universal o no es nada, viene a decir san Pablo. Y sólo así, entendida como acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la existencia humana, interpretamos adecuadamente el testimonio de la resurrección en el Nuevo Testamento.
 

Si, según san Pablo, la resurrección de Cristo es “la primicia” de la nuestra (1 Cor 15,20), entonces nuestra suerte está ligada a la suya. Esta suerte se anticipa en este mundo cuando vivimos en comunión de vida con él, cuando recibimos el don que nos hace de su vida por medio de su Espíritu. Compartir la vida con Cristo, anticipar su vida resucitada, debe realizarse en una forma de vida común, en Iglesia, bajo su forma más sencilla que es la caridad fraterna. Por tanto, la fe en la resurrección de Jesús se vive en la existencia individual del creyente y con el estilo de su vida social.
 

El reino de Dios ha llegado a nosotros con la resurrección de Cristo. Pero no nos hagamos ilusiones: sin un estilo de vida acorde con el Reino, esta llegada se oscurece y corre el riesgo de perderse.

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20
Abr
2011
¿Nos salva la muerte de Jesús o su modo de morir?
9 comentarios

Nos salva Jesús, pero no sólo por su muerte, sino por el conjunto de su vida y, sobre todo, por su resurrección. Porque en su vida, muerte y resurrección, se manifiesta la actuación amorosa de Dios con todos los seres humanos. Aclaremos ahora el sentido salvífico de la muerte de Jesús.
 

Cuando decimos que esta muerte es salvífica no es por razones mágicas. La Escritura, utilizando imágenes propias del momento cultural en que se escribe y de la teología del Antiguo Testamento que conocían y comprendían los primeros cristianos, dice que hemos sido salvados por la sangre de su cruz. O sea, por su vida entregada. La sangre es la vida. Pero esta vida entregada es la vida que nosotros, los seres humanos, le hemos arrebatado, aunque por otra parte, él la entrega libremente.
 

De ahí la pregunta: ¿cómo nos salva Jesús por su vida entregada, cuando en realidad su muerte debería condenarnos? ¿No es la muerte de Cristo el mayor pecado que pueda cometer el ser humano, el rechazo del Mesías de Dios, la negación de la salvación que Dios ofrece? Esta muerte debería condenarnos. Pues ella no es el precio que Dios exige para sentirse satisfecho. Es el rechazo de Dios en Jesús. ¿Cómo iba a agradar a Dios la muerte de su Hijo, cómo iba a complacerle el rechazo del Hijo por parte de los seres humanos? Si resulta salvífica es por el modo como asume Jesús su muerte. Cuando los hombres rechazan al Hijo y no se convierten, sorprendentemente el Hijo no sólo perdona a los que le matan, sino que les justifica, ofrece una razón al Padre para que les perdone: “No saben lo que hacen”. Viven en el engaño, creen que crucifican a un impostor. Si supieran lo que hacen, no lo harían. Y en este gesto de justificación, el amor de Jesús se manifiesta como más fuerte que el mal del mundo, y su humanidad como más fuerte que la inhumanidad de los que le matan. Este amor revela a Dios. Y Dios puede así convertir el gesto de rechazo en expiación por los mismos seres humanos que rechazan a Jesús.
 

No nos salva la muerte de Jesús. Nos salva Jesús por su modo de morir. En la Cruz se manifiesta, hasta más no poder, el amor de Jesús y el de Dios por el ser humano. Y esta manifestación nos llama a la conversión. Jesús nos salva convirtiéndonos, llamándonos de nuevo a la amistad con Dios, llevándonos a Dios.

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