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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

9
Ene
2012
Al prójimo como a tí mismo
6 comentarios

Sigo hablando del amor. Me detengo en el segundo mandamiento: “amarás a tú prójimo como a ti mismo”. Ofrezco algunas reflexiones que, de tan obvias, pueden pasar desapercibidas. La palabra prójimo significa el que en cada caso, el que precisamente en el momento de amar, está más próximo; aquel que, en este momento, haya sido lo que haya sido y sea lo que vaya a ser después, es para mí en este instante tan sólo el más próximo. De esta manera el amor al prójimo se abre, sin escapatoria posible, a todos los seres humanos. Porque el prójimo es el representante de todos: no se le ama por sí mismo, por su hermoso rostro, sino sólo porque precisamente está ahí como el más próximo. En este mismo lugar podría estar igualmente otro. Todo prójimo puede ser cualquiera. No es lícito preguntar, distinguir.
 

A este prójimo hay que amarle como a sí mismo. El “como a ti mismo” va mucho más allá de la forma restringida: haz a tu prójimo lo que querrías que hicieran contigo. Como a ti mismo indica: tú prójimo es como tú. El hombre no debe renegar de sí. En el “cómo a ti mismo” no se le dice: “eso eres tú”. No, muy al contrario. Se le pone delante un prójimo y de él, y sólo de él, se le dice: “él es como tú”. Como tú, o sea: no tú. Tú sigues siendo tú y debes seguir siéndolo. Pero a él no debes considerarlo un ello. El es un tú como tú. O sea, un yo. Precisamente por eso no puedes no amarlo.
 

Entonces, ¿por qué se me recuerda que es un deber amar al prójimo? Porque desgraciadamente el ser humano, en su egoísmo innato, tiende siempre a amarse a sí mismo. El sólo amor a uno mismo termina desembocando en el odio al otro. Sólo el mandamiento, que se presenta como sabiduría divina, me recuerda que el prójimo no es “otro”, sino un “sí mismo”.

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6
Ene
2012
El amor, ¿un imperativo?
4 comentarios

Decía en el post anterior que el Dios que se revela en el judaísmo y el cristianismo pide, en primer lugar, la escucha: “Escucha, Israel”. Esta escucha se traduce en obediencia. La exhortación a oír es el preámbulo de un mandamiento. ¿Cuál es el mandamiento supremo, tanto para Israel como para el cristianismo? Todo el mundo sabe la respuesta: “Debes amar a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt 6,5). Debes amar. ¡Qué paradoja! ¿Es que se puede mandar el amor? Mi superior me puede obligar a cuidar de un enfermo que me repugna (no necesariamente físicamente, sino moralmente). Pero, ¿cómo puede mandarme que le ame? A primera vista el amor parece un placer, o un acto espontáneo; y siempre un acto libre. Un amor obligado no parece posible.

Cierto, entre los humanos el amor no se puede mandar. Pero cuando el mandamiento viene de la boca de Dios se trata de algo diferente. Porque Dios es el amante por excelencia. Sólo él puede decir en verdad: “Ámame”. En su boca, el mandamiento del amor no es algo extraño, es la propia voz del amor. El amor del amante sólo puede expresarse así: “ámame”. En imperativo. La mejor prueba de que el amor se expresa en imperativo la tenemos en el Cantar de los Cantares: llévame contigo, ven, ábreme, ponte en camino, date prisa. El amante quiere hacer suyo al amado. Y como es suyo le habla en imperativo. El “ámame” quiere decir: “yo te amo hasta más no poder; por eso quiero que me ames como yo te amo, porque mi amor no estará completo sin el tuyo”. El “ámame” del amante, más que una declaración de amor, es la expresión pura y plena del amor.

El mandamiento del amante es un indicativo de un amor que se ofrece totalmente en el instante presente. No piensa en el futuro. Si pensase en el futuro no sería un mandamiento, sería una ley. Por eso el “amarás” no puede interpretarse en términos de futuro (como alguna vez he oído): “llegarás a amar”. Lo que pide el amor es: “¡ojalá escuchéis hoy su voz!” (Sal 95,7). El amor espera su buen éxito en el momento mismo de darse. Se comprende así que el imperativo del mandamiento es el permanente hoy en el que vive el amor del amante. Un amor que siempre está ahí.

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3
Ene
2012
La Palabra de Dios no es un libro
3 comentarios

Cuando en las celebraciones litúrgicas leemos fragmentos de la Sagrada Escritura, solemos acabar la lectura diciendo: “palabra de Dios”. Este final de la lectura no debería confundirnos. El cristianismo no es la religión de un libro. Y la Biblia puede ser llamada palabra de Dios sólo en un sentido segundo y derivado. Porque, como muy bien ha hecho notar Benedicto XVI en la Verbum Domini, “la persona misma de Jesús, su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad”.
 

Ni para el judaísmo ni para el cristianismo la palabra de Dios es un libro. Para el judío la palabra de Dios es la expresión de la voluntad de Dios, manifestada por medio de la palabra humana de Moisés y los profetas. Por su medio, Dios dialogaba con su pueblo, en la palabra del profeta resonaba, al modo humano, la palabra divina. Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la Encarnación del Verbo en Jesús de Nazaret. La palabra de Dios ya no se expresa mediante un discurso. La persona misma de Jesús es la Palabra. En su humanidad Dios ha dicho todo lo que tenía que decir y lo ha dicho de forma definitiva.
 

De este modo la Revelación se convierte en un acontecimiento vivo entre Dios y el hombre, un acontecimiento en el que el propio Dios se regala a sí mismo. Para el Islam la Revelación es otra cosa: un libro que Dios pone en manos del hombre. Mientras a Israel se le repite continuamente: ¡escucha!, la primera palabra de la revelación a Mahoma es: ¡lee! Se le muestra la página de un libro y un libro es lo que trae el arcángel del cielo la noche de la Revelación. Para el judaísmo y el cristianismo la doctrina oral es más antigua y más santa que la escrita. De hecho, Jesús no dejó escrita ninguna palabra. El Islam es religión del libro. Un libro enviado del cielo. Dios mismo no desciende, no deja su celestial trono. Está sentado en lo más alto del cielo, y manda al hombre… un libro.

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31
Dic
2011
Si hay multiversos, Dios parece sobrar
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Hay un argumento que se utiliza como contrapartida a los argumentos cosmológicos que afirman la existencia de Dios a partir de la consideración de la experiencia y naturaleza del universo. El argumento a favor de Dios se resumiría así: La aparición de vida inteligente requiere de un “ajuste fino”, pues una mínima variación en las leyes del universo hubiera impedido que se desarrollase la vida. El universo es “bio-amistoso”. De ahí el creyente deduce que la existencia de un Dios creador parece coherente con un universo así. Más coherente que la afirmación de que es el azar el que ha producido el universo. La probabilidad de vida inteligente en una galaxia es inferior a uno sobre mil millones. Parece lógico concluir que si esta posibilidad se ha dado ha sido porque Dios la ha querido, la ha buscado y la ha hecho posible.
 

Frente a este argumento cosmológico del ajuste fino que requeriría de un Dios, responden algunos que Dios sería perfectamente prescindible si aceptamos la hipótesis del “multiverso”. Según esta hipótesis, nuestro universo sería uno más de un número infinito de universos. La fuerza del argumento no está en la posibilidad de universos múltiples, sino en el número infinito de universos. Si en este número infinito se dan todas las combinaciones posibles, lógicamente tiene que aparecer un universo como el nuestro. Si hubiera un mecanismo generador de universos, parecería muy probable que ocurriese al menos un universo ajustado para la vida. A esto algunos responden que la existencia de un multiverso con un mecanismo generador de universos es una hipótesis mucho más compleja que la existencia de un universo sin tal mecanismo.
 

Estos “otros universos” que se postulan, por su misma naturaleza, son totalmente inaccesibles, no podemos entrar en contacto con ellos, por muchas que sean las ecuaciones que sugieran que pueden existir. De alguna manera son ciencia ficción, y un modo de esquivar los problemas que no podemos resolver en este Universo que conocemos y comprobamos. Parece gratuito decir que todo lo matemáticamente posible debe existir de hecho. La matemática es un lenguaje que describe las relaciones cuantitativas que encontramos en la realidad, no una imposición sobre la naturaleza ni un encantamiento mágico para hacer que algo ocurra.
 

Una pregunta final: suponiendo que la hipótesis del multiverso fuera cierta, ¿qué es lo que contradice, la existencia de Dios o la teoría del diseño inteligente?

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28
Dic
2011
La religión, ¿carga o ayuda?
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Todavía quedan personas piadosas que se confiesan repetidamente de los “pecados de su vida pasada”, como si esos pecados representasen una carga de la que aún no se han liberado. Resulta, pues, legítima la pregunta: ¿la religión culpabiliza? ¿Es la religión una carga que oprime, una ley que exige, una sumisión que atemoriza? Antes de responder con un rotundo no, me parece que hay que reconocer que determinadas presentaciones y vivencias de la religión conducen a responder que sí.

Una de estas malas vivencias es la que entiende el cristianismo desde una clave moral: ser cristiano es cumplir una serie de leyes y preceptos, reprimir las alegrías de la vida, entender que todo placer es malo. Agradar a Dios significa vivir sacrificadamente. Entender el cristianismo en clave moral suele ir acompañado de una idea de Dios siempre vigilante, escrutador de los más secretos pensamientos, al que no se le escapa un pecado por muy oculto que sea. Ante esta mirada para la que no hay secretos, sólo cabe la vergüenza y el temor.

Importa, por tanto, aclarar que el cristianismo no impone nuevas cargas, no consiste en cumplir una serie de leyes, no puede entenderse como obligación o precepto. El lenguaje, a veces, nos condiciona para mal: el domingo no es un día de precepto (como dicen los españoles), sino un día santo (como dicen los portugueses). El precepto indica sumisión. La santidad es un modo de vida que se celebra con alegría. La vida cristiana se resume en un mandamiento que, en realidad, es una buena orientación para vivir mejor, y que se acoge libremente: el amor. Y el amor expulsa el temor (1 Jn 4,18). Pero sobre todo “hace capaz”, capacita para vivir de otra manera. De modo que el cristianismo no impone nuevas cargas, abre nuevas perspectivas, ofrece otras posibilidades de vida.

Y Dios no es el poderoso señor que vigila si se cumplen sus mandatos, sino el amigo que acompaña, alegrándose con nuestros éxitos y entristeciéndose con nuestras penas. El que comprende y estimula. Porque comprende y nos entiende mejor de lo que nos entendemos nosotros, precisamente por eso perdona, sostiene y anima. Nosotros, al no comprender, juzgamos y condenamos. El Dios de Jesús perdona porque comprende. Comprende porque sabe. Sabe porque le interesamos. Porque es Amor, y el amor se interesa por los amados, les tiene siempre en su corazón y en su memoria, les busca con la mirada. Una mirada llena de ternura y comprensión.

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25
Dic
2011
Navidad: paz o terror en la tierra
2 comentarios

La noche en que Jesús nació los ángeles suplicaban que esta tierra fuera un lugar de paz para las personas de buena voluntad. Esas personas han escaseado. Nuestra historia está plagada de violencia y guerras, enemistades e incomprensiones. En su mensaje del día de Navidad y en su homilía de la Misa de Nochebuena el Papa ha clamado a favor de la paz, citando por su nombre los diferentes lugares de la tierra en los que los conflictos son más escandalosos. Retengo una de sus súplicas: “Demuestra tu poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro".

Mientras tanto, un indeseable acto de violencia ha ocurrido en Nigeria el mismo día de Navidad. Un grupo de fanáticos han atacado varias Iglesias católicas, en distintas localidades, durante las celebraciones litúrgicas, con el resultado de decenas de muertos. Esos fanáticos pertenecen a un grupo islámico llamado “Boko Haram” que aspira a implantar una versión más radical de la Sharia o ley islámica y cuyo nombre significa "las enseñanzas occidentales son pecaminosas" en idioma hausa. Sin duda, hay enseñanzas occidentales que son pecaminosas, pero no hay que confundir las enseñanzas occidentales con las enseñanzas que en las Iglesias atacadas se impartían.

Los cristianos estamos a favor de la paz y de la reconciliación entre personas y pueblos. Y en contra de toda opresión y de todo acto terrorista, tanto más odioso cuanto que perpetrado contra personas inocentes reunidas en una Iglesia. Esta postura no nos lleva a condenar a ninguna religión. Grupos fanáticos que blasfeman y toman el nombre de Dios en vano, los hay en todas partes. Pero a mi me gustaría que cuando alguno de esos grupos se reclama de una determinada religión o creencia para matar, los primeros que salieran a la palestra a condenarlo con todas sus fuerzas, fueran los fieles de esta religión o creencia. Es posible que los representantes musulmanes sean los primeros que estén en contra de estos atentados habidos en Nigeria. Quizás a ellos también les perjudican. Desgraciadamente se les oye poco. ¿Acaso no hablan con la fuerza suficiente, o son pocos los que hablan, o nuestros altavoces occidentales no saben transmitirlo?

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23
Dic
2011
Esta Palabra que ha ocurrido allí
2 comentarios

Jesús es una bendición para todos porque es la Palabra definitiva que Dios dice. Palabra de amor, compasión y perdón. Una palabra de gracia. “Con él ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los seres humanos”, dice la segunda lectura de la noche de Navidad.

En el Evangelio de la Eucaristía de Nochebuena se proclama el gran anuncio, la gran alegría que los mensajeros celestiales ofrecen a los pastores: “Hoy ha nacido un Salvador”. Es una pena que sólo se lea hasta el versículo 14 del capítulo 2 de Lucas. Porque el versículo 15 dice algo muy importante. Desgraciadamente puede pasar desapercibido en las traducciones habituales. En éstas se lee: cuando los ángeles dejaron a los pastores, éstos “se decían unos a otros: vamos a Belén a ver lo que ha sucedido”. En realidad, el texto griego dice: “Veamos esta Palabra que ha ocurrido allí”. ¡Estamos ante un texto teológico! Y teológica, y no solo histórica, es la mención del emperador Augusto. La salvación no viene de los poderes mundanos, por muy imperiales que sean, sino del humilde siervo que Dios envía.

La novedad de la noche de Navidad es esta: se puede mirar la Palabra, pues ésta se ha hecho carne. El Dios del que no es posible hacerse ninguna imagen, pues cualquier imagen lo falsearía, este Dios se ha hecho visible en Jesús. En la figura de Jesucristo, en sus palabras, sus obras y su vida toda, en su muerte y gloriosa resurrección, podemos ver la Palabra de Dios. Una Palabra que invita a ser acogida con fe y amor, y por eso, nos da esperanza. Una Palabra que se deja tocar. La Palabra definitiva que viene del Padre para unirse a nuestra humanidad y salvarla.

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20
Dic
2011
¿Feliz Navidad? ¡Según y cómo!
5 comentarios

Estos días se repite hasta la saciedad, en labios de unos y otros, el estribillo de: ¡Feliz Navidad! De tanto repetirlo se ha convertido en una expresión vulgar y poco significativa. ¿Qué deseamos en realidad? ¿De qué felicidad hablamos? ¿La felicidad que brota del vientre, del buen comer? ¿O la que brota de la bolsa, de la suerte de la lotería que nunca toca, o de los gastos inútiles que siempre hacemos estos días? Dicen que hay crisis. Si uno entra en los grandes comercios, no sé sabe muy bien dónde está la crisis. Y, sin embargo, está. Hay mucha gente que estos días no es feliz, ni estos días ni casi ninguno.

Los que nos deseamos “feliz navidad”, deberíamos preguntarnos cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra, cómo se puede reír cuando brotan diariamente tantas lágrimas, cómo se puede mal gastar comida cuando dos terceras partes de la humanidad tienen hambre, cómo se puede hablar de paz cuando sigue habiendo tanta miseria y tantas guerras. Y, sin embargo, sí se puede. Se puede ser feliz cuando como María nos alegramos en Dios nuestro Salvador, ese Dios que levanta del polvo al humillado, dispersa a los soberbios, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los despide vacíos.

Dicho de otra forma: sólo podemos alegrarnos si trabajamos por la justicia, la libertad, la fraternidad y la paz, si nos solidarizamos con los hambrientos y necesitados, si vivimos en comunión con los que sufren, si consolamos a los que lloran. Seremos felices si buscamos la felicidad de los demás. Porque sólo el que busca la felicidad de los demás, ese y sólo ese trabaja por su propia felicidad. Por eso a mi me gustaría hoy desear, desde el fondo de mi corazón, una feliz Navidad a todos, un feliz nacimiento. ¡Qué nazca en nosotros un nuevo ser! Así podremos trabajar para que nazca en los que nos rodean una nueva criatura modelada según el Espíritu de Jesús.

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17
Dic
2011
Sólo el Mesías puede nacer en una tumba
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Cuenta Paul Tillich (uno de los grandes teólogos protestantes del siglo XX) que, durante el proceso de Nuremberg (el tribunal que juzgó a los responsables del nazismo) subió al estrado un testigo que había vivido durante algún tiempo en una tumba del cementerio judío de Vilua, en Polonia. Se trataba del único lugar en el que pudo esconderse, junto con otros, para escapar de la cámara de gas. En una tumba vecina, una joven mujer dio a luz a un niño. El enterrador, de 80 años, le ayudó y envolvió al niño en una toalla (en un sudario). Cuando el niño lanzó su primer grito, el anciano se puso a rezar: “Oh, gran Dios, ¿por fin nos has enviado al Mesías? Pues ¿quién sino el Mesías puede nacer en una tumba?”. Tres días después, el fosero se dio cuenta de que el niño se amamantaba de las lágrimas de su madre.

Hemos olvidado que, antes de convertirse en el lugar en el que aparecieron los ángeles, el pesebre en el que Jesús nació era expresión de la pobreza y la indigencia total. Hemos olvidado también que la tumba de Jesús representaba el final de su vida y de su obra, antes de ser el lugar de su triunfo. Nos hemos hecho insensibles a la tensión infinita que aparece en las palabras del Credo: “Sufrió…, fue crucificado…, murió…, fue sepultado… Y resucitó de entre los muertos”. Porque cuando recitamos las primeras palabras, ya nos sabemos el final: “resucitó”. Para muchos este “resucitó” es el final feliz de una historia con las cartas marcadas de antemano.

El anciano enterrador judío tenía más discernimiento. Para él, era muy real y muy dramática la gran tensión que comporta la espera del Mesías. Esta tensión se manifestaba en el contraste entre lo que él veía y el espíritu que le animaba. La tensión aparece claramente en la segunda parte de la historia. Después de tres días, el niño no subió a la gloria. Se alimentaba de las lágrimas de su madre, porque no tenía otro alimento ni otra bebida. Es probable que muriera y que la esperanza del viejo judío se viera una vez más frustrada, como tantas veces lo había sido en el pasado.

Una historia como esta no produce ningún consuelo, puesto que su final no puede ser feliz. Solo si tomamos en serio que Jesús nació en un pesebre, o que de verdad “fue enterrado”, solamente entonces podremos dar todo su valor a las historias de Navidad y de Pascua, y a las palabras del fosero: ¿quién sino el Mesías puede nacer en una tumba?

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13
Dic
2011
Niño rubio y blanquito
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En un paréntesis dentro de la exposición, de esos a los que uno no da mucha importancia, porque le parecen un obviedad, se me ocurrió decir que no disponíamos de ningún retrato ni pintura directa de Jesús de Nazaret, pero que, en cualquier caso, sería un hombre parecido a tantos otros que hoy viven en Palestina, una persona de tez más bien oscura y un poco más bajo que los humanos actuales, ya que la raza humana ha aumentado progresivamente de estatura. Añadí que, dada la esperanza de vida de entonces, cuando Jesús comenzó su ministerio, tendría el aspecto de un anciano. Piel oscura, más bajo que los varones de hoy, anciano…, eso no gustó a una de mis oyentes, culta y con sensibilidad artística. Ella pensaba más bien en un mozo bien plantado, alto y hermoso. Y me citó el libro de los Salmos: “eres el más bello de los hombres”, como si esta frase se aplicase proféticamente a Jesús. Yo cité al profeta Isaías (53,2): “No tenía aspecto que pudiésemos estimar”.

Luego recordé un famoso villancico catalán: “el veinticinco de diciembre ha nacido un niñito rubio y blanquito” (a vint-i-cinq de desembre ha nascut un minyonet ros i blanquet) que, tomado tal como suena, no dice ni una sola verdad, aunque sea el retrato de los niños encantadores que hoy tenemos (o teníamos) en el mundo mediterráneo. Tras citar el villancico añadí: es normal que busquemos imágenes actuales para representar a Jesús, haciéndolo así más cercano a nosotros, siempre que seamos conscientes del carácter proyectivo de nuestras imágenes.

Yendo más allá de las imágenes digo: es normal que proyectemos en Jesús nuestras expectativas, siempre que no las absoluticemos y nos dejemos corregir por la realidad de Jesús. Imaginar a Jesús según nuestros gustos estéticos o implicarlo en nuestros problemas actuales (¿qué haría Jesús en esta situación que me toca vivir?) es legítimo, siempre que seamos conscientes de la diferencia temporal y de la distancia que de él nos separa. Y por tanto, sin confundir ni identificar nuestras imágenes o nuestros problemas con la realidad del Jesús histórico.

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