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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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12
Nov
2025
El amor determinante de la justicia
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La justicia y la verdad son dos dimensiones necesarias para que funcione correcta y pacíficamente cualquier sociedad. Justicia es dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde. Y verdad es ajustarse a la realidad. La justicia y la verdad están interrelacionadas: no puede haber justicia sin verdad, ni verdad sin justicia. Sus contrarios indican claramente que sin ellas es imposible la convivencia y el buen entendimiento entre las personas, pues en la injusticia y en la mentira no resulta posible entenderse.

Desgraciadamente, todo lo bueno puede mal utilizarse. Por eso, estos dos conceptos tan importantes pueden emplearse rígidamente para reclamar derechos legítimos, sin misericordia ni compasión, para quienes han faltado a la justicia y a la verdad. La justicia puede terminar convirtiéndose en venganza contra aquel que me ha agredido o dañado, y la verdad en intolerancia contra el que está alejado de la verdad. Cuando esto ocurre el vengativo y el intolerante se consideran los depositarios de la justicia y de la verdad.

Tanto la verdad como la justicia pueden vivirse con distinto talante y entenderse con distintos matices. Vistos en clave cristiana elevan y dignifican sus dimensiones estrictamente humanas. Dimensiones, sin duda necesarias, pero que pueden resultar insuficientes.

Humanamente la justicia es un anhelo innato de todo ser humano, pero según cuál sea la situación en la que uno está, puede entender la justicia que le corresponde de forma un tanto sorprendente. Probablemente el condenado debe pensar: “lo justo es que me den una segunda oportunidad”. Este concepto de justicia se parece bastante a la justicia de la que habla la Escritura: Dios es justo cuando perdona, porque su pretensión es nuestra salvación. Al perdonar, Dios realiza lo adecuado, lo justo, lo que él considera más conveniente para que se realice su designio de amor. La justicia humana podría aprender alguna cosa del concepto cristiano de justicia.

Hay otro aspecto de la reflexión cristiana, fundamentado en la doctrina de la creación, que muestra la capacidad humanizadora del evangelio, ampliando el concepto de justicia desde la clave individualista a la clave social. Pues la Revelación nos recuerda que Dios ha entregado la tierra y cuanto ella contiene a “todos” los seres humanos y, por tanto, allí donde los bienes no son accesibles a todos, no se cumple la voluntad de Dios. Se amplia así el concepto de justicia, que entiende que hay que dar a cada uno lo suyo, pero entiende lo “suyo” en clave individualista. Por el contrario, la Revelación afirma la clave social y universal de lo que corresponde a cada uno.

Lo cristiano y lo humano es entender la justicia a la luz del amor. Pues una aplicación estricta de la justicia podría convertirse, como indicaba la máxima de Cicerón, en inhumana: “summum jus, summa injuria”. Jesús contesta esta actitud, puesta de manifiesto en las palabras: “ojo por ojo, diente por diente” (Mt 5,38). Tanto en sus tiempos como en los actuales, muchos modelos de justicia se inspiran ahí. Pero a la luz del amor podemos comprender que el perdón puede ser el camino más adecuado para acercarme a aquel que ha sido injusto conmigo y lograr, en la posible reconciliación, una justicia que da a cada uno lo suyo sin perjudicar a nadie. (Continuará)

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8
Nov
2025
Contribución dispositiva de María a la obra de Cristo
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En la reciente nota doctrinal del Dicasterio de la fe “Mater populi fidelis”, Tomás de Aquino es citado 30 veces. La mayoría de las referencias a Santo Tomás se encuentran en el apartado titulado: “Madre de la gracia”. Uno de los textos citados, que luego encontrará una buena aplicación para comprender el papel de María en la obra de la salvación, está en un artículo en donde el santo doctor se pregunta si para conseguir algo que excede las fuerzas de la naturaleza, como por ejemplo conseguir la felicidad eterna, puede hacer algo una criatura limitada. En este contexto dice el de Aquino y repite la nota del Dicasterio: “a la potencia superior (o sea, a Dios) pertenece el conducir al fin último, mientras que las potencias inferiores ayudan a su consecución creando las disposiciones favorables”.

Aplicado a María: solo Dios salva, solo Dios justifica, solo Cristo es mediador y redentor. María no añade nada a la mediación salvífica de Cristo, ella no es medio de salvación. Pero, asociada a Cristo, sí puede pensarse en una contribución dispositiva de María, en la medida en que ella puede “disponer de algún modo” a aquellos que se acercan a ella y le rezan, para que el espíritu del orante se abra con más prontitud a la acción de Cristo. Ella no salva, pero ayuda al creyente a acercarse a Cristo, que es el que salva. Una ayuda que, de ningún modo, es paralela o complementaria a la obra de Cristo. Esta misma contribución dispositiva puede afirmarse de todo aquel que ayuda a otro a conocer mejor a Cristo y su Evangelio. De este modo, María se convierte en icono de la Iglesia, en el modelo más acabado de lo que debe ser todo creyente.

Se comprende así que la nota del Dicasterio de la fe advierta que no se puede presentar a María como un depósito de gracia separado de Dios, o como una fuente de donde mana toda gracia. Porque la gracia solo Dios la concede. Y la concede directa y personalmente a cada ser humano. María nos ayuda a disponernos a la vida de la gracia que solamente el Señor puede infundir en nosotros. Pues la gracia es Dios mismo que, por el Espíritu Santo, se hace vida de nuestra vida. Ninguna criatura puede conferir la gracia. La gracia no desciende a través de diversos intermediarios. Dios está directamente conectado con nuestro corazón.

La nota doctrinal deja claro que “ninguna persona humana, ni siquiera los apóstoles o la Santísima Virgen, puede actuar como dispensadora universal de la gracia. Sólo Dios puede regalar la gracia y lo hace por medio de la Humanidad de Cristo”. Y también: “En la perfecta inmediatez entre un ser humano y Dios en la comunicación de la gracia, ni siquiera María puede intervenir. Ni la amistad con Jesucristo ni la inhabitación trinitaria pueden concebirse como algo que nos llega a través de María o de los santos. En todo caso, lo que podemos decir es que María desea ese bien para nosotros y lo pide junto a nosotros”.

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4
Nov
2025
La Virgen María, ¿corredentora y mediadora?
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Ante las numerosas consultas y propuestas que han llegado a la Santa Sede en las últimas décadas, el Dicasterio para la doctrina de la fe ha publicado una importante y necesaria “nota doctrinal sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación”. Importante, porque nos ayuda a purificar nuestra fe. Y necesaria para evitar lo que el Vaticano II calificó de “exageraciones” en el discurso sobre María. “Las exageraciones, dijo Juan Pablo II, provienen de cuantos muestran una actitud maximalista, que pretende extender sistemáticamente a María las prerrogativas de Cristo”.

El texto se propone “precisar el lugar de María en su relación con los creyentes, a la luz del Misterio de Cristo como único Mediador y Redentor”. Lo fundamental de María en relación a los creyentes es su maternidad. De ahí el título del documento: “Madre del pueblo fiel”. María es la expresión más perfecta de la acción de la gracia que transforma nuestra humanidad.

La pregunta a la que busca responder el documento es: ¿cómo se entiende la asociación de María en la obra redentora de Cristo?, ¿cuál es el significado de su singular cooperación en el plan de la salvación? La cooperación de María comienza en la Anunciación y termina al pie de la cruz. Ella es la que acoge con fe la Palabra del Señor y así se convierte en madre de los creyentes. Al pie de la cruz el discípulo amado, que ocupaba nuestro lugar junto a María, la acogió como madre en la fe. María se convierte así en madre de todos los creyentes.

A propósito del título de Corredentora, la nota recuerda que, siendo prefecto de la entonces Congregación para la doctrina de la fe, el Cardenal Joseph Ratzinger se manifestó en contra de la petición de declarar a María como corredentora. Y que el Papa Francisco también expresó su posición claramente contraria al uso de este título. Este título “siempre es inoportuno para definir la cooperación de María, pues corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo y, por tanto, puede generar confusión y un desequilibrio en la armonía de verdades de la fe cristiana”.

En relación al titulo de Mediadora, el documento indica que hay que explicar bien los limites de este título. Mediación es cooperación, ayuda, intercesión. Por consiguiente, bien puede decirse de María que es mediadora en sentido subordinado a Cristo. En sentido estricto no podemos hablar de otra mediación en la gracia que no sea la del Hijo de Dios encarnado. Pero esta mediación de Cristo es inclusiva: unidos a él podemos ser mediadores de gracia los unos para los otros. Si esto vale para cada creyente, con mayor razón debe afirmarse de María. Y aunque la suya es una mediación participada, el pueblo de Dios confía firmemente en la intercesión de María. María es madre de los creyentes, madre del pueblo fiel.

Mi consejo es que lean directamente la nota doctrinal del Dicasterio, y que la lean despacio y sin prejuicios. En ella encontraran una rica doctrina sobre la Virgen María. Amar a María no es lanzarle gritos ni flores, ni buscar títulos para ella. Amar a María es meditar lo que dice y hace en los evangelios. Si así lo hacemos, nos acercaremos cada vez más a Cristo

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31
Oct
2025
Atesorar para sí o ser rico ante Dios
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El evangelio de Lucas (12,13-21) cuenta la historia de una persona que acude a Jesús para que haga de árbitro en el reparto de la herencia con su hermano. Jesús no acepta la demanda. De repartir los bienes se ocupaban los escribas. Jesús ha venido para instaurar otro orden de valores. Y aprovecha la ocasión para ofrecer una reflexión sobre las riquezas que uno puede acumular en este mundo. La vida, dice Jesús, no depende de los bienes. Las riquezas no aseguran la vida, ni la vida amorosa, que es lo que muchos buscan, porque esa vida depende del comportamiento y bondad con la persona amada, ni la vida biológica, pues la muerte puede ocurrir en cualquier momento. A propósito de esta verdad, que muchas veces nos cuesta aceptar, Jesús lanza la siguiente pregunta: “lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

Esta pregunta es fundamental para situarnos ante la vida. Acumular no sirve de nada, porque al final, cuando llegue la hora de la muerte, lo que hemos acumulado no nos lo podemos llevar. Lo mejor que podemos hacer mientras vivimos es repartir lo que hemos acumulado, porque así nos ganamos amigos que nos hacen la vida más agradable. Esta pregunta sobre las riquezas acumuladas tiene otras variantes. Los hay que en vez de, o además de acumular dinero, acumulan poder o cargos. ¿Para qué sirve ese poder, para qué sirven tantos títulos? ¿Para sentirse importante y superior? Cuando el poder se utiliza en provecho propio sólo sirve para quedarse sin amigos y ganarse enemigos.

Si pensamos que la vida es una carrera para ver quién consigue más, en el terreno que sea, nos estamos equivocando, porque la vida debe ser una carrera para ver quién ama más. Los que aman más, lejos de sentirse importantes y superiores, se sienten servidores y hermanos, y su vida se llena cada vez más de alegría. Esta carrera por amar más y hacer el bien debería ser la propia de todo cristiano. Quiénes así viven no son ricos para sí mismos, sino ante Dios. Ser rico ante Dios es repartir con el prójimo.

La conmemoración de los fieles difuntos es una buena ocasión para que meditemos seriamente para quién será lo que hemos acumulado. Y la fiesta de todos los santos es una invitación para que seamos cada vez más ricos ante Dios. Para ello, el buen camino es dejar de atesorar para sí y compartir con tantas personas necesitadas que nos rodean lo que vamos acumulando, no solo dinero, sino sobre todo compartir la vida, lo que vive en mí: saber, bondad, buen humor, cariño y amor.

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28
Oct
2025
Carta de León XIV sobre la educación
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León XIV acaba de publicar una carta sobre la educación, con motivo del 60 aniversario de la declaración conciliar Gravissimum educationis, señalando que la educación no es una actividad secundaria, sino parte central de la misión evangelizadora de la Iglesia. El Papa recuerda que en su exhortación Dilexi te dijo que la educación es una de las expresiones más altas de la caridad cristiana. Hoy esta expresión de caridad resulta particularmente urgente frente a los millones de niños en el mundo que aún no tienen educación primaria, y ante las dramáticas situaciones de emergencia educativa provocadas por guerras, migraciones, desigualdades y diversas formas de pobreza.

Como ya hizo en la Dilexi te, el Papa recuerda que muchas congregaciones religiosas han sido pioneras tanto en la enseñanza universitaria como en la básica. Nombra la labor de San José de Calasanz, San Juan Bautista de la Salle, San Marcelino Champagnat, san Juan Bosco, Vicenta María López Vicuña, Francesca Cabrini y otras. Y señala: “la educación de los pobres, para la fe cristiana, no es un favor, sino un deber”. Pues la educación no es un negocio, está al servicio de la persona. La escuela y la universidad católica están para formar teniendo en cuenta todas las dimensiones de la persona (espiritual, intelectual, afectiva, social y corporal), y para ayudar a pensar y a crecer: “son lugares donde las preguntas no se silencian y la duda no se prohíbe sino que se acompaña”. “El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son diferentes”; “la educación no es solo transmisión de contenidos, sino aprendizaje de virtudes”.

“La escuela católica, dice el papa, es un entorno donde fe, cultura y vida se entrelazan. No es simplemente una institución, sino un ambiente vivo en el que la visión cristiana permea cada disciplina e interacción. Los educadores tienen una responsabilidad que va más allá del contrato laboral: su testimonio vale tanto como su enseñanza”. Nota que la familia es el primer lugar educativo y la primera responsable de la formación de los hijos. La escuela católica no reemplaza a los padres, colabora con ellos.

Termino con dos ideas que me parecen importantes del documento papal. Una sobre la inteligencia artificial: “el punto decisivo no es la tecnología, sino el uso que hagamos de ella. La inteligencia artificial y los entornos digitales deben orientarse a proteger la dignidad, la justicia y el trabajo; deben gobernase con criterios de ética pública y participación; deben acompañarse con reflexión teológica y filosófica de altura”. Nuestra actitud hacia la tecnología no puede ser hostil, porque “el progreso tecnológico forma parte del plan de Dios para la creación”. Aún así, “ningún algoritmo puede reemplazar lo que hace humana a la educación: poesía, ironía, amor, arte, imaginación, alegría del descubrimiento y educación al error como oportunidad de crecimiento”.

Importante también la insistencia del Papa en una educación para la paz: “desarmen las palabras, levanten la mirada, custodien el corazón”. Desarmen las palabras, porque la educación no avanza con la polémica, sino con la mansedumbre que escucha. Levanten la mirada: sepan preguntarse hacia dónde van y por qué. Custodien el corazón: la relación viene antes de la opinión, la persona antes del programa.

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25
Oct
2025
Segundo misterio de gozo: visitación de María a Isabel
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visitaciónmaria

A comienzos de este mes del octubre, mes del Rosario, comenté el cuarto misterio de gloria. Ahora, al finalizar este mes del Rosario, me gustaría comentar el segundo misterio de gozo: la visitación de Virgen, recién embarazada de Jesús, a su prima santa Isabel, una mujer estéril y de edad avanzada, que está encinta de Juan Bautista.

Dios saca vida de donde parece imposible que surja vida, de una virgen y de una estéril. Seguramente María, cuando llegó a casa de Isabel tendría unos diez días de embarazo, pues el evangelista Lucas índica que, inmediatamente después del anuncio del ángel, María se fue con prontitud a una región montañosa, a una ciudad de Judá, a casa de Isabel, ciudad que hoy se identifica con Ain Karim, a 6 kilómetros al oeste de Jerusalén. Por tanto, a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret.

Lo interesante de esta visita es que allí se produce el encuentro de cuatro personas, dos madres y dos hijos. El cuerpo de María no tendría aún señales visibles de embarazo. Y, sin embargo, Isabel la llama “Madre de mi Señor”. No solo madre, sino madre “de mi Señor”, y añade estas palabras que forman parte del “Ave María”: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Isabel, inspirada sin duda por el Espíritu Santo, reconoce que María llevaba en su vientre a Dios. Isabel estaría embarazada de unos seis meses y, sorprendentemente, el niño que lleva en su seno, escuchó la respuesta de María, el cántico del Magnificat, y exultó de gozo en el seno de Isabel. Parece ser que el sentido del oído ya está desarrollado en el sexto mes de la gestación. Juan el Bautista también escucha que María es la “madre de su Señor”, y, aún no nacido, da testimonio de Jesús, aún no nacido, y se apresura a anunciarlo como “su Señor”.

Sin duda, María ayudaría a Isabel en los últimos meses de su embarazo. Ella, que fue calificada por Isabel de “feliz por haber creído”, nos muestra que la fe y el servicio a los hermanos van siempre unidos. La mujer de fe es también la mujer del éxodo, la que sale de sí misma para servir a quién la necesita. María no fue a casa de Isabel como reina y señora, sino como la mujer humilde que busca servir a quién la necesita, a pesar de los peligros que comportaba un viaje a pie como el que ella tuvo que hacer.

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21
Oct
2025
"Dilexi te": los pobres ayudan a leer el Evangelio
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No cabe duda de que un cristiano debe interpretar los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios. Ella es una luz que nos ayuda a valorar los hechos y nos estimula a vivir con justicia, verdad y amor. Por otra parte, los acontecimientos nos ayudan a interpretar la Escritura, a profundizar y encontrar en ella aspectos inéditos que, sin la experiencia de determinados hechos, nunca hubiéramos descubierto. Por ejemplo, el contacto con los pobres ayuda a leer la Escritura con otra sensibilidad. La fe nos ayuda a vivir de una determinada manera, pero hay modos de vivir que condicionan nuestro modo de entender la fe. La Iglesia y la teología deben estar atentas a la realidad donde hay que concretar la fe. Y esa realidad hace que descubramos nuevos aspectos, nuevas consecuencias y nuevas exigencias de la fe.

Un buen ejemplo de esta atención a la realidad que invita a leer con nuevos ojos el Evangelio lo tenemos en la teología latinoamericana de la liberación. Al respecto dice Jesús Espeja: “el justo clamor de las mayorías pobres pidiendo la palabra, originariamente no ha sido provocado por la Iglesia ni por sus teólogos. Ha surgido espontáneamente de unos pueblos conquistados, humillados y ofendidos. La Iglesia y sus teólogos han hecho nueva lectura del Evangelio desde su sensibilidad a ese clamor y desde las prácticas de liberación que ha suscitado la nueva situación cultural”.

Algo de eso se dice en la exhortación apostólica Dilexi te del Papa León XIV. Sin duda hay que evangelizar a los pobres, pero no es menos cierto que los pobres nos evangelizan. De ahí la necesidad de reconocer la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. Para eso es necesario conocer al pobre y valorarlo en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. Pues “la experiencia de la pobreza da la capacidad para reconocer aspectos de la realidad que otros no son capaces de ver”. Y por esta razón la sociedad y la Iglesia necesitan escuchar a los pobres.

En el periodo postconciliar, “en casi todos los países de América Latina se sintió fuertemente la identificación de la Iglesia con los pobres y la participación en su rescate”. Esta identificación fue provocada por la gente que sufría y estaba obligada a vivir en condiciones miserables. Y hablando en primera persona, León XIV reconoce: “Yo mismo, misionero durante largos años en Perú, debo mucho a este camino de discernimiento eclesial”.

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17
Oct
2025
Presencia del Vaticano II en la exhortación "Dilexi te"
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El Concilio Vaticano II está muy presente en la exhortación firmada por León XIV, Dilexi te. El Papa reconoce que en los documentos preparatorios del Concilio el tema de los pobres fue marginal. Pero un mes después de su apertura, Juan XXIII dijo unas palabras que reorientaron la tarea del Concilio: “la Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres”. Esta reorientación tenía un fuerte apoyo cristológico, pues como bien dijo el Cardenal Lercano, “el misterio de Cristo en la Iglesia es siempre, pero sobre todo hoy, el misterio de Cristo en los pobres”, y para que no quedará la menor duda añadió que “no se trataba de un tema más, sino que en cierto sentido era el único tema de todo el Vaticano II”, pues el pobre es representante de Cristo.

Una de los asuntos más interesantes del Concilio, prolongado luego por el magisterio de Juan Pablo II y de Francisco, fue la cuestión de la propiedad privada. Estos dos Papas afirmaron que el derecho de la propiedad privada era un derecho secundario, siempre subordinado al destino universal de los bienes. Pues, como dijo Tomás de Aquino, no hay derecho de propiedad donde hay urgente necesidad. Y por eso lo superfluo de los ricos debe, no en virtud de la caridad, sino del derecho natural, servir al sostenimiento de los pobres.

El texto clave del Concilio a este respecto es Gaudium et Spes, 69, que la Dilexi te casi cita por entero: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos... Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás… Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí… La misma propiedad privada tiene también, por su misma naturaleza, una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes. Cuando esta índole social es descuidada, la propiedad muchas veces se convierte en ocasión de ambiciones y graves desordene”.

La exhortación de León XIV recuerda el magisterio de los Obispos latinoamericanos (en Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida) que, siguiendo las huellas del Concilio, se pronunciaron contra las estructuras de pecado que causan pobreza y desigualdades extremas, así como contra la dictadura de una economía que mata. En casi todos los países de América Latina, dice la exhortación del Papa, la Iglesia sintió como propio de drama de la mayoría de sus fieles, de tanta gente que sufría desempleo, subemplo, salarios inicuos y estaba obligada a vivir en condiciones miserables. Y recuerda al Arzobispo de San Salvador, Oscar Romero, que hizo de la atención a los pobres el centro de su opción pastoral.

Si, como dice el salmo 24, “del Señor es la tierra y cuanto la llena”, entonces Dios es el único propietario de la tierra. El ser humano no es el dueño, sino el administrador de la tierra. Debe administrar en función de la voluntad del amo. Y la voluntad del amo es que cada uno tenga lo necesario, porque los bienes de la tierra pertenecen a todos. Por tanto, cuando no llegan a todos, no se cumple la voluntad de Dios.

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12
Oct
2025
Los pobres son la misma carne de Cristo
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Ya tenemos el primer gran escrito de León XIV, su exhortación apostólica Dilexi te (= te he amado). “Te he amado” (Ap 3,9) son palabras dirigidas por el Señor a una comunidad cristiana que no tenía ninguna relevancia ni recursos y estaba expuesta a la violencia y al desprecio. Esta exhortación ya la dejó escrita, en lo fundamental, el Papa Francisco. León XIV la he hecho suya, en un gesto que recuerda el de Francisco haciendo suya una encíclica sobre la luz de la fe que dejó preparada Benedicto XVI. Francisco, imaginaba que Cristo se dirigía a cada uno de los pobres diciendo: no tienes poder ni fuerza, pero yo te he amado.

La exhortación es un grito a favor del compromiso de la Iglesia y de todo cristiano con la triste realidad de la pobreza. No estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con el pobre es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos. De ahí la opción preferencial por los pobres de la que hablan los documentos eclesiales. Esta opción nos llama a un cambio de mentalidad, que puede incidir en una transformación cultural. La pobreza no es una elección; es el resultado de estructuras de pecado que se infiltran en la política y en la economía.

El texto firmado por León XIV recuerda que en la Escritura Dios aparece como solidario con el pobre. En Jesús de Nazaret esta solidaridad encuentra su plena realización: nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza (2 Co 8,9). La pobreza incidió en cada aspecto de la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte. Se refiere luego a la tradición patrística. Basta recordar que San Juan Crisóstomo denunciaba el lujo exagerado que convivía con la indiferencia hacia los pobres. Y decía que honrar el Cuerpo de Cristo no era adornar el templo, sino distribuir las riquezas entre los pobres.

Lo que más me ha gustado de la exhortación es el elogio que el Papa hace a la gran labor en favor de los pobres de las congregaciones religiosas, en la atención a inmigrantes, personas necesitadas, ancianos, niños abandonados, enfermos. Y ahí cita con nombres propios a casi todas las congregaciones. Por ejemplo, la labor sanitaria de los Hermanos de San Juan de Dios; la labor educativa en favor de los niños necesitados de los escolapios, los maristas o los hermanos de La Salle; la atención a personas abandonadas y moribundas de Santa Teresa de Calcuta. O la obra de trinitarios y mercedarios en favor de presos y cautivos, también de las nuevas cautividades, como la droga.

Las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos) fueron solidarios con los pobres, mediante una predicación y una cercanía a las personas alejada de lujos y poderes. La tradición monástica (Benito, Bernardo de Claraval) nos enseña que la oración y la caridad (la acogida en los monasterios), el silencio y el servicio, forman un único tejido espiritual. Sin olvidar la labor de las congregaciones femeninas (las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul y santa Luisa de Marillac, y tantas otras) tanto en el terreno hospitalario, educativo, asistencial, protección de los derechos de la mujer, cuidado de niños y jóvenes, presencia en lugares conflictivos y de guerra, y muchos más aspectos relacionados con la pobreza.

El Papa afirma que los movimientos populares han ayudado a la Iglesia a cobrar conciencia de la importancia de estar con los lastimados y crucificados de la tierra. En este sentido hay que decir que los pobres nos evangelizan, ya que ellos son la misma carne de Cristo. Por eso, la cuestión de los pobres conduce a lo esencial de nuestra fe. Pues no se trata solo de llevar a los pobres a Dios, sino de encontrar a Dios en los pobres.

El texto completo de la exhortación apostólica "Dilexi te" está disponible online en la web del Vaticano y en formato libro en nuestra editorial Edibesa.

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9
Oct
2025
Cerrar la boca para entrar en lo sagrado
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El verbo griego “myein” significa cerrar los ojos o cerrar la boca. De esta raíz derivan palabras que remiten a prácticas religiosas, como místico y misterio. Hay una relación estrecha entre cerrar los ojos, o sea, entrar en el ámbito de lo invisible, y el culto a los dioses. Los dioses son invisibles. La carta a los hebreos (11,27) elogia la fe de Moisés, que se mantuvo firme en las dificultades precisamente porque se apoyaba en “el invisible”. Igualmente hay una estrecha relación entre cerrar la boca, o sea, guardar silencio, y el culto a lo divino. Esta segunda relación me parece interesante porque se diría que hoy el silencio no es lo que más abunda.

Vivimos en un mundo ruidoso. El silencio estorba y necesitamos continuamente del ruido para sentirnos vivos. Muchas personas llevan puestos unos auriculares como si fueran la continuación de sus orejas. Y en muchas casas, está continuamente encendido el aparato de televisión, aunque nadie lo mire. El ruido se ha convertido en una necesidad. ¿Será porque nuestro tiempo es alérgico al misterio, o porque “vivimos en un mundo sin consagración”, como dice Byung-Chul Han? El verbo fundamental de nuestro tiempo, añade el filósofo no es cerrar, sino abrir sobre todo la boca. Nadie escucha y muchos gritan. Y, sin embargo, el silencio nos permite entrar en nuestro interior; solo así podemos plantearnos las grandes preguntas que de verdad interesan: ¿quién soy?, ¿a dónde voy?, ¿qué sentido quiero dar a mi vida?

Escuchar es la actitud religiosa por excelencia. Pero para escuchar hay que guardar silencio. Por eso, si la fe en Dios es ante todo escucha, solo el silencio puede despertarla. Recuerden esa escena del evangelio, en la que, aparentemente con toda razón, Marta se queja a su amigo Jesús de que su hermana María no le ayuda en las tareas de la casa. ¿Cuál el motivo por el que no es ayudada? Porque María está a los pies de Jesús, escuchando su palabra. Esta es la respuesta de Jesús a Marta: “te preocupas y agitas por muchas cosas y solo hay necesidad de una sola. María ha elegido la parte buena” (Lc 10,41-42). Lo que sobre todo esperamos de los amigos no es un regalo, ni un favor, ni que nos sean útiles, sino que presten atención a nuestra persona. A nuestra persona y no a nuestras necesidades. El servir a los amigos es útil. Pero solo una cosa es necesaria en la amistad: saber escuchar. Esta es la gran lección que María da a Marta. El otro tiene algo que decirnos, espera que le escuchemos con tranquilidad, que dejemos el ajetreo y nos paremos a mirarle en silencio, dándole lo mejor que podemos darle: la vida misma. El amor requiere silencio.

El ruido es inconciliable con la oración, en cierto modo impide la trascendencia. No es extraño que en algunas iglesias haya carteles en la puerta que invitan a los fieles a apagar el teléfono. Hoy estamos digitalmente hipercomunicados. Los ordenadores y los teléfonos producen mucho ruido, oral y visual. Esta hipercomunicación no crea ninguna conexión. Más bien aísla y acentúa la soledad. El silencio, en cambio, es camino de comunión con Dios, con los hermanos y con uno mismo.

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