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Abr2025Documento vaticano sobre el Concilio de Nicea
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El día 3 de este mes de abril se hizo público un importante documento preparado durante largo tiempo por la Comisión Teológica Internacional sobre el Concilio de Nicea, celebrado hace 1.700 años. El documento es largo, no es posible resumirlo y necesita de una lectura tranquila y reposada. El texto recibió el dictamen favorable del Papa Francisco, autorizando su publicación. En el Concilio de Nicea se profesó que el Hijo, distinto del Padre, que nace y muere, es coeterno e igual a Dios.
La fe de Nicea es la fe común a todos los cristianos. Por eso la Comisión Teológica dice que estamos ante una oportunidad inestimable para subrayar que lo que tenemos en común es mucho más fuerte que lo que nos divide. Todos creemos en el Dios Trinidad y en Cristo verdadero hombre y verdadero Dios. La Comisión Teológica aprovecha esta fe común para que sea una oportunidad para avanzar hacia el restablecimiento de la comunión plena entre todos los cristianos. Un signo de esta comunión, que incluso ayudaría a avanzar, sería ponernos de acuerdo para celebrar en la misma fecha la fiesta de la Pascua.
El documento indica que el término clave del concilio de Nicea, el que afirma que el Hijo es de la misma naturaleza del Padre, la palabra griega “homoúsios”, puede también aplicarse a la consustancialidad del Hijo con los seres humanos. Cristo es “homoúsios con el Padre, pero también para con nosotros”. Es tan “verdadero” hombre como “verdadero” Dios. La comisión teológica habla de “doble consustancialidad”. Más aún, “las dos caras de esta doble consustancialidad del Hijo encarnado se refuerzan mutuamente para fundar de manera profunda y eficaz la fraternidad de todos los seres humanos. Somos hermanas y hermanos de Cristo según la unidad de la misma naturaleza humana”. El acontecimiento de Jesucristo es inseparablemente comunión con Dios y con todo ser humano.
La comisión teológica nota que hoy sigue habiendo dificultades y resistencias para creer en la plena divinidad y en la plena humanidad de Cristo. Es más fácil considerar a Jesús como un maestro espiritual o un mesías político que predica la justicia. Pero también hay una gran dificultad para admitir la plena humanidad de Cristo, de aquel que puede experimentar cansancio (Jn 4,6), sentimientos de tristeza y abandono (Jn 11,35; Getsemaní) e incluso ira (Jn 2,14-17), y que, de manera misteriosa pero verdadera, ignora ciertas cosas (Mt 24,36). El Hijo eterno vive todo lo que él es en virtud de la infinitud de la naturaleza divina, en la debilidad y fragilidad de la naturaleza humana y a través de ella. Y de esta forma es revelación del Padre.
El Concilio de Nicea debe servir de estímulo para que hoy la Iglesia realice, en otro contexto cultural, la misma tarea que allí se realizó, a saber: confesar la fe con unos términos filosóficos que el pueblo entendía y que evitaban las imprecisiones y dobles lecturas a las que se prestaban los textos bíblicos que unos y otros empleaban. Dice el documento de la Comisión Teológica: “En circunstancias como las de la crisis arriana, donde la Palabra de Dios parece proporcionar un apoyo ambivalente para la preservación de la verdad de la fe… se hace necesario que la expresión especulativa dirima la disputa exegética” También hoy la Iglesia debe utilizar el lenguaje de la cultura para hacer comprensible la fe. Sigue siendo necesario poner el mensaje bíblico y eclesial en relación más explícita con los modos de sentir, pensar, vivir y expresarse, propios de cada cultura local.