Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor


Filtrando por: 2025 quitar filtro

14
Dic
2025
De los pecados sexuales al nacimiento virginal
3 comentarios

genealogíajesus2025

Hace casi 20 años publiqué un post sobre los antepasados de Jesús, según la genealogía que ofrece el evangelista Mateo, para notar que los genes de Jesús no eran ni ejemplares, ni recomendables. Entre sus abuelas (bisabuelas y tatarabuelas) había varias prostitutas famosas y, entre sus abuelos, un famoso adúltero que además era un criminal.

Quisiera profundizar un poco más en este asunto que alguno puede considerar turbio. En realidad, a mi me parece una más de las extrañas maneras por las que Dios nos sorprende, ya que transforma en nacimiento virginal los pecados sexuales más sombríos. Dios siempre saca bien del mal. Y a veces saca el máximo bien del máximo mal. A pesar de todas las apariencias, la historia discurre según los planes benévolos de Dios. No digo que Dios manipule la historia; digo que Dios sabe aprovechar los acontecimientos más sorprendentes para llevar a cabo sus designios.

En la genealogía de Jesús que nos transmite el evangelista Mateo aparecen un montón de varones. El evangelista repite como una cantinela que uno engendró a otro, empezando por “Abraham que engendró a Isaac” y finalizando por “Jacob que engendró a José”, el esposo de María. El evangelista vincula a Cristo con los principales depositarios de las promesas mesiánicas. Y entre 14 generaciones de varones repetidas tres veces, aparecen algunas raras mujeres, siendo la última la Virgen María.

La primera que aparece es Tamar. Hay que leer el capítulo 38 del Génesis para darse cuenta de su agitada vida. A su primer marido, Er, Dios le quitó la vida porque era un perverso pecador; luego, para cumplir la ley del levirato, se caso con Onan, hermano de Er y, si bien tuvo relaciones con Tamar, derramaba el semen al suelo para no tener hijos con ella; finalmente, Judá, el padre de Er y Onan, quiso casarla con su tercer hijo, pero ella se disfrazó de prostituta y tuvo un hijo con su suegro.

Otras dos mujeres que aparecen en la genealogía de Jesús son Rajab, que además de ser la prostituta de Jericó, era una buena persona, ya que acogió y escondió en su casa a los exploradores de los hebreos; y Rut, una extranjera, de Moab, pueblo conocido por su idolatría e inmoralidad sexual y, por eso, Dios advierte a los israelitas contra el matrimonio con los moabitas. Una extranjera de raza maldita también puede ser una bendición. La cuarta mujer nombrada es “la mujer de Urías”, de la que David engendró a Salomón. O sea, David cometió un adulterio y para colmo de males hizo asesinar al marido de la adúltera, para evitarse problemas.

Resumiendo: un incesto, una prostitución, un casamiento con una extranjera (prohibido por la ley de Yahvé) y un adulterio acompañado de asesinato, “son las uniones destacadas por esta genealogía que llegará a su plenitud en los castísimos esponsales de María y José… Así se revela nuestra miseria y que esa miseria, para mayor alegría nuestra, puede ser el trono de una misericordia… La larga noche de la deriva sin rumbo va descendiendo y, a fuerza de descender, cada vez más abajo, cada vez más en el interior de las sombras, se topa a medianoche con el pesebre de Navidad” (Fabrice Hadjadj).

Ir al artículo

10
Dic
2025
Encarnación: contacto con tacto
3 comentarios

contactocontacto

Tengo la impresión de que, fuera de los ambientes de cristianos practicantes, el término encarnación no tiene mucho sentido. Más aún, es un término ignorado. En estos próximos días oiremos hablar mucho de Navidad. Unos desearán una feliz navidad (sin saber muy bien por qué en navidad hay que desear felicidad), y otros dirán que la navidad no les dice nada. O mejor, les dice que vayan de compras inútiles. Pues, si ya es difícil que muchos sepan explicar con un mínimo de precisión qué significa Navidad, resulta casi imposible encontrar quién sepa explicar el término encarnación. Y lo que ocurrió en la verdadera navidad, en la buena, en la que sucedió hace dos mil años, fue la encarnación del Verbo. ¿Del Verbo? ¿De qué Verbo? Esa es otra buena pregunta.

Lo que hoy está de moda es el último grito tecnológico. Y la tecnología está bastante desencarnada, no necesita soportes materiales o biológicos. Más bien le estorban. A mi me ha ocurrido que al ir a dar una conferencia y pedir que fotocopiaran un esquema para que los asistentes la siguieran mejor, se han negado a hacerlo, y me han contestado que usar papel es un desperdicio antiecológico. Ante mi insistencia, proyectaron en una pantalla mi esquema. Y hablando de soportes biológicos, hoy un niño se “fabrica” mejor por un ingeniero, con un código genético a toda prueba, que por una pareja que se entrega el uno a la otra.

En las redes sociales podemos iniciar y mantener un “contacto”. Pero es un contacto que no tiene tacto. En este contacto no se toca, no se palpa, no hay sensaciones de presión, dolor, olor, vibración o temperatura. No hay un estrecho abrazo. Los besos por teléfono móvil no llegan a ninguna parte. El contacto por internet, si no pasa después a la dimensión del tocar, del tacto, no logra una verdadera comunión. Todo eso tiene mucho que ver con la encarnación. “Si el Verbo no se hubiera hecho carne, acabo de leer en un escrito reciente de Fabrice Hadjadj, si hubiera enviado sus mensajes desde los cielos por correo angélico, o si su encarnación solo hubiera sido una digitalización, nadie habría sido capaz de prenderlo y conducirlo al Gólgota”. A veces decimos que hemos “colgado” alguna cosa en internet. En realidad, internet no permite clavar un clavo. Internet no permite ser crucificado.

“Tanto amó Dios al mundo que le dio, le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Una declaración de amor pide el acercamiento de los cuerpos. El amor pide cercanía, presencia mutua. Por eso es tan importante que el Verbo se hiciera carne, carne de un judío, carne de un carpintero, que trabajó con manos de hombre. El Verbo se hizo carne para llegar hasta nosotros con una cercanía total, absoluta, imposible de superar. Así demostró el gran amor que nos profesa: quiso ser como el amado. Ni más ni menos. No sólo acercarse al amado. Ser como el amado. Es importante recuperar la importancia de la carne, la carne del Verbo y la carne de los hermanos. Conocer de persona a persona, cara a cara, cuerpo a cuerpo.

Ir al artículo

6
Dic
2025
Virgen María, permanente encuentro con Jesús
3 comentarios

inmaculada2025

La vida de la Virgen María fue un permanente encuentro con Jesús. Para todas las madres, el primer encuentro con su hijo ocurre en el momento mismo de la concepción. Allí se produce un encuentro único, personal, íntimo, irrepetible, que seguramente marcará la relación entre madre e hijo durante toda la vida. El encuentro primero de María con Jesús fue con Jesús hecho embrión. Este encuentro tuvo un momento emotivo y culminante cuando el niño salió del seno de María y pudieron tener su primera relación cara a cara, mirándose a los ojos.

Los encuentros de María con Jesús a lo largo de su vida fueron constantes. Siendo Jesús adolescente, peregrinaron a Jerusalén y allí el joven no regresó con sus padres. Estos fueron a buscarle y le encontraron en el templo de Jerusalén. Allí María le hizo un cariñoso reproche: “¿por qué nos has tratado así a tu padre y a mi?”, ¿por qué nos has dejado sin decirnos nada? En este encuentro, María empezó a darse cuenta de que los hijos tienen que hacer su propia vida, su propio recorrido, y que los padres deben dejarles libres, eso sí, acompañando en la distancia y comprendiendo. Son muchos más los encuentros que ocurren entre María y su hijo Jesús a lo largo de la vida de este último, y en bastantes de esos encuentros Jesús vuelve a marcar distancias con las pretensiones de su madre (cf. Mc 3,20-21.31-35; Jn 2,3-4), pero son distancias que no separan, sino que van educando a María y haciéndole comprender el destino de su hijo.

Los encuentros de María con Jesús, durante su vida terrena, terminan al pie de la cruz. Pero se continúan con Cristo resucitado, pues el Resucitado se hace presente en la comunidad, en el grupo de los creyentes, en los que siguen su camino. Y allí, en este grupo, estaba María, acompañada de otras mujeres seguidoras de Jesús, tal como dice explícitamente el libro de los Hechos (1,14). María estaba perfectamente integrada en el grupo de los creyentes.

Como Jesús nunca separa ni acapara, María tiene encuentros con muchos otros que necesitan su ayuda y su consuelo, empezando por su encuentro con su parienta Isabel, recién embarazada, y acabando con su encuentro con el discípulo amado de Jesús, al pie de la cruz. Los encuentros con Jesús siempre nos conducen a los hermanos.

Si María es la mujer del encuentro con Jesús, eso solo es posible en una mujer sin pecado, sin macula. Inmaculada. Pues el pecado siempre separa de Dios y separa de los hermanos. Todos los encuentros son momentos de gracia, pues en todo verdadero encuentro está presente el Espíritu de Dios, a veces de forma inconsciente y otras de forma consciente. El pecado nos hace menos humanos y, por eso, menos amigos. En el mal no es posible la amistad, solo la complicidad.

Ir al artículo

2
Dic
2025
Domingo 2º de adviento: conocimiento del Señor
4 comentarios

advientosegundodomingo

Durante el tiempo de adviento aparecen tres figuras, tres importantes personajes bíblicos que, cada uno a su manera, señalan a Cristo. La principal figura del adviento es la Virgen María, que aparecerá con todo su esplendor el cuarto domingo de adviento. Las otras dos son Juan el Bautista, que aparece en los evangelios del segundo y tercer domingo, y el profeta Isaías, que está presente todos los domingos y casi el resto de los días del tiempo de adviento.

El fragmento de Isaías que leeremos este próximo domingo describe un lugar paradisíaco, en el que lo más opuesto vivirá en paz, armonía y concordia: el lobo con el cordero, el niño con la serpiente, el recién nacido con el áspid (una de las víboras más venenosas). El motivo de esta hermandad que parece imposible es “el conocimiento del Señor” que todo lo llena. Ahí está la clave para entender las buenas y las malas relaciones. El conocimiento del Señor es el amor. Donde hay amor, allí está Dios. Y donde hay discordia, guerra, enemistad, ambición, allí no está Dios. ¿Cuánto conocimiento del Señor hay en este mundo nuestro?

En el evangelio encontramos la figura de Juan el Bautista. Hay cosas buenas que conviene retener de este personaje. Por ejemplo, su llamada a la conversión. Convertirse no es hacer penitencia. La conversión va en línea con el conocimiento del Señor. Se trata de poner nuestra vida de cara a Dios, dando la espalda a lo que nos separa de él. Convertirse significa no vivir como viven todos, no hacer como hacen todos, no sentirse justificados con acciones dudosas, ambiguas, malvadas, por el hecho de que todo el mundo lo hace; comenzar a ver la vida con los ojos de Dios; buscar el bien, aun cuando sea incómodo; en suma, vivir esta vida nueva de la que hablaba san Pablo.

Otra cosa que podemos retener de Juan el Bautista es su llamada a preparar los caminos del Señor. Preparar el camino para que el Señor pueda venir a nuestra vida. Me temo que algunos ponemos nuestro corazón en los bienes materiales, o en la búsqueda de placer, en la evasión o la diversión, o en presentar ante los demás una buena imagen; vivimos volcados hacia el exterior, hacia lo de fuera. Necesitamos profundizar un poco en nuestro interior, ser sinceros con nosotros mismos, abrirnos a los demás, mirar al prójimo necesitado. Preparar el camino del Señor es preguntarse: ¿qué es lo que de verdad me llena?, ¿qué es lo que de verdad me satisface?, ¿dónde está mi tesoro?

Eso sí, conviene dejar claro que el mensaje de Juan contrasta con el de Jesús y, en este contraste, aparece con toda su luminosidad el mensaje de Jesús. Uno y otro, Juan y Jesús, comienzan su predicación de la misma manera: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Pero mientras Jesús se queda ahí, dejando a las personas libres y pensativas, Juan añade una amenaza para los que no se convierten: “Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego”.

En Jesús no hay amenaza. Ante él cada uno decide con total responsabilidad, sin sentirse coaccionado. Más aún, el Dios de Jesús es el Dios de la paciencia, que quiere, sin duda, que nos convirtamos, pero comprende nuestras indecisiones, sabe que somos de barro. Eso sí, el barro del que estamos hechos, tiene capacidad para recibir el Espíritu de Dios y convertirse así en un barro divinizado. Por esto, en vez de amenazar, no se cansa de llamar.

Ir al artículo

28
Nov
2025
Adviento, presencia comenzada de Dios
4 comentarios

adviento2025

El Adviento y la Navidad se han convertido en fiestas profanas. Los cristianos debemos aspirar a vivir un Adviento y una Navidad auténticas, según su sentido religioso. ¿Cuál es el sentido del Adviento? Este término no significa espera, como algunos suponen, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa bien la presencia, bien la llegada de personas, cosas o sucesos importantes.

Adviento significa pues la presencia comenzada de Dios. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, aunque ahora está presente de manera oculta. Y segundo, esta presencia aún no es total, sino que está en proceso de crecimiento y maduración. Su presencia ha comenzado, pero somos los creyentes los que debemos hacer presente a Dios en el mundo. Como bien dice el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 50), “en la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo, Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos Él mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino”.

Por medio de nuestra fe, esperanza y amor, Dios hace brillar su luz en la noche del mundo. Por eso, las luces que encendamos en nuestras celebraciones de Adviento son, por una parte, expresión de nuestra certeza de que la luz del mundo se encendió en Belén y allí se manifestó el gran amor de Dios a todos los seres humanos. Y por otra, nos recuerdan que esta luz puede seguir brillando si los cristianos continuamos la obra de Cristo.

Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero todavía no manifestada en plenitud. Por eso, el cristiano no mira solo lo que ya ha pasado, sino también lo que está por venir. En un mundo en guerra, donde mucha gente sufre, un mundo en el que parece que cada uno solo piensa en sus propios intereses egoístas, el cristiano vive en la esperanza de que la luz de Cristo, ahora en parte escondida, un día se manifestará plenamente y el bien triunfará definitivamente: el día en que Cristo vuelva. La presencia de Dios será un día presencia total.

Celebrar el Adviento es despertar a la presencia de Dios oculta entre nosotros. Pero para ello es necesario un camino de conversión, alejarnos de tantas cosas bien visibles y tangibles que nos separan de Dios (nuestra ambición de dinero, nuestra ansia de poder, de dominio y de placer descontrolado, nuestros egoísmos y enemistades) para abrirnos a lo invisible, y aprender que no hay alegría más luminosa que la que nace del seguimiento de Cristo, transformando nuestra vida según los valores del Evangelio. En definitiva, vivir tal como indica la carta de San Pablo a los romanos que leeremos en la Eucaristía de este primer domingo de adviento: “dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo”. Quién celebre así el Adviento podrá vivir una Navidad llena de gracia.

Ir al artículo

24
Nov
2025
León XIV sobre Nicea: ecumenismo y encarnación
8 comentarios

LeonxivNicea

Seguimos celebrando el 1700 aniversario del Concilio de Nicea. Durante este año se han celebrado numerosos congresos que nos han recordado su importancia. Este concilio fue el primer acontecimiento ecuménico del cristianismo, al que siguen apelando todas las confesiones cristianas para confesar que “Jesucristo es el Hijo único de Dios, que por nuestra salvación bajo del cielo”.

Con fecha del 23 de noviembre, León XIV ha escrito una carta apostólica para recordar este acontecimiento, con el significativo título de: “En la unidad de la fe”. En efecto, en la profesión de fe de Nicea estamos unidos todos los cristianos. El Concilio Vaticano II habló de un orden o jerarquía de verdades que convenía tener presente en cuestiones ecuménicas. Resulta, pues, que en la verdad más importante estamos de acuerdo todas las Iglesias y confesiones cristianas, a saber, que Jesucristo es el Hijo de Dios. Si lo más importante nos une, entonces las diferencias son sobre cuestiones “menos importantes”.

Por eso el Papa afirma que el Concilio de Nicea es actual por su altísimo valor ecuménico. Y aunque la plena unidad con las Iglesias ortodoxas y las comunidades nacidas de la Reforma protestante todavía no ha sido lograda, el diálogo ecuménico, sobre la base del Credo niceno, nos permite considerar a ortodoxos y protestantes como hermanos “y redescubrir la única y universal Comunidad de los discípulos de Cristo en todo el mundo”, pues compartimos la fe en el único y sólo Dios, Padre de todos los hombres, en el único Señor Jesucristo y en el único Espíritu Santo, “que nos inspira y nos impulsa a la plena unidad y al testimonio común del Evangelio”. ¡Realmente lo que nos une, exclama León XIV, es mucho más que lo que nos divide! “De este modo, en un mundo dividido y desgarrado por muchos conflictos, la única Comunidad cristiana universal puede ser signo de paz e instrumento de reconciliación, contribuyendo de modo decisivo a un compromiso mundial por la paz”.

Ahora que nos acercamos a la fiesta de la Navidad vale la pena indicar que el Papa ofrece en su carta una serie de buenas reflexiones sobre el misterio de la Encarnación. “Los Padres de Nicea quisieron reafirmar que el único y verdadero Dios no es inalcanzablemente lejano a nosotros, sino que, por el contrario, se ha hecho cercano y ha salido a nuestro encuentro en Jesucristo”. El Credo niceno no nos habla “de un Dios lejano, inalcanzable, inmóvil, que descansa en sí mismo, sino de un Dios que está cerca de nosotros, que nos acompaña en nuestro camino por las sendas del mundo y en los lugares más oscuros de la tierra. Su inmensidad se manifiesta en el hecho de que se hace pequeño, se despoja de su infinita majestad haciéndose nuestro prójimo en los pequeños y en los pobres”.

Si con su Encarnación, Dios ha manifestado que “nos ama con todo su ser, entonces también nosotros debemos amarnos unos a otros. No podemos amar a Dios, a quien no vemos, sin amar también al hermano y a la hermana que vemos (cf. 1 Jn 4,20). El amor a Dios sin el amor al prójimo es hipocresía”.

Ir al artículo

20
Nov
2025
Cristo, rey de verdad, de vida y de amor
8 comentarios

Cristorey2025

El año litúrgico termina con la fiesta de Cristo Rey. Esta fiesta, decretada por Pío XI en 1925, apareció en un contexto histórico determinado, con la pretensión de que todos los Estados reconocieran pública y oficialmente a Cristo Rey. Las implicaciones sociales y políticas de esta fiesta fueron evidentes. Hoy, sobre todo después del Concilio Vaticano II, debemos situar esta fiesta en un nuevo contexto social. El mundo posee su propia autonomía, no pertenece a la Iglesia. La Iglesia ya no es la que configura a la sociedad. Solo desde la fe podemos afirmar que Jesucristo es Señor del mundo y de los hombres.

La realeza de Cristo no se visibiliza en la Iglesia por sus poderes o su esplendor, sino por la justicia, el servicio y la caridad. Su reino, como dice el prefacio de la fiesta, es “de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz”. Cristo reina allí donde se imponen estas realidades; y allí donde abunda la mentira y el odio reina el diablo, o sea, el que divide y separa. Cristo siempre une por medio del perdón, la misericordia y la reconciliación. Desgraciadamente vivimos en un mundo en el que parece que reina el odio y la división, en unos lugares y personas con más fuerza que en otros. Por eso, el cristiano que quiere tener a Cristo como rey debe tomar partido claramente por los valores del reino de Cristo. Ahora bien, esos valores no se imponen por medio de la fuerza, y muchos menos por la fuerza de las armas que matan, sino con paciencia. Santa Teresa decía que la paciencia todo lo alcanza, pero la paciencia supone convivir con la falta de resultados presentes, aunque se alimenta de la esperanza y de la certeza de que Dios siempre cumple su Palabra. Por eso el cristiano no se cansa de pedir cada día, en la oración que Jesús nos enseñó, que venga el reino Dios.

Si tiene que venir es porque todavía no ha llegado o, al menos, no se ha hecho presente en su plenitud. Hay una razón teológica que explica que el Reino no sea una realidad plenamente presente y, en muchos aspectos, sea una realidad futura. Si el Reino es la voluntad de Dios hecha realidad efectiva, es fácil constatar que en muchas partes esta voluntad no se cumple. En este sentido, el Reino todavía debe llegar, todavía no se ha impuesto la voluntad de Dios.

Pero, ¿por que la voluntad de Dios, siendo soberana, no se impone ya y de una vez por todas? Precisamente porque no puede imponerse, ya que la imposición resultaría contradictoria con el mismo contenido del Reino que se anuncia. El tentador pretendía que Jesús impusiera la voluntad de Dios por la fuerza, por el prestigio, por la ostentación al menos piadosa: "si eres hijo de Dios, ordena que...". (Mt 4, 3). Hay una manera demoniaca de querer la voluntad de Dios. Pero Jesús quiere que Dios se manifieste y se imponga a la manera de Dios y por los caminos que son dignos de Dios. Si el Reino es el Amor de Dios manifestado y realizado, se comprende que no puede imponerse. El amor no se impone, respeta siempre la libertad. Para el tentador el Reino es una demostración de poder. Para Jesús es la autenticidad de una comunión. De ahí que el Reino viene humildemente, sin presiones, respetando siempre la respuesta del hombre.

Ir al artículo

16
Nov
2025
El amor determinante de la verdad
2 comentarios

amorverdad

Lo mismo que hemos dicho en el artículo anterior sobre la justicia, cabe decirlo ahora a propósito de la verdad. Pues una verdad sin amor puede conducir a la condena de quienes supuestamente viven en la mentira. En Ef 4,15 San Pablo habla de realizar la verdad en el amor. La verdad cristiana está determinada por el amor. Una verdad sin amor puede conducir al fanatismo y desvirtuar la verdad. El cristianismo no puede ser nunca una verdad sin amor. Por eso el acento en la evangelización, en el anuncio del mensaje cristiano, debe estar en el amor con que se ofrece, en el amor con que se comprende la postura del otro, en el amor con el que se respeta la negativa del otro, en el amor con el que se disculpa la incomprensión del otro. En este amor está la verdad. Una evangelización así es auténtica porque aúna e integra la dignidad de la persona humana con la oferta del misterio que en Cristo se manifiesta.

La verdad del cristianismo es el amor. Porque Dios es Amor. Ya Pascal decía que podía hacerse un ídolo de la verdad, cuando la verdad no iba acompañada de caridad: “podemos hacer un ídolo de la verdad. Pues la verdad sin caridad no es Dios; es un ídolo que no hay que amar ni adorar; y aún menos hay que amar o adorar a su contrario, que es la mentira”. Esta última observación de Blas Pascal (no hay que adorar a la verdad sin caridad, pero menos aún hay que amar o adorar a la mentira) nos invita a hacer una última reflexión.Por una parte, la verdad cristiana está en la caridad, pues la verdad que proclama el cristianismo es el amor. Por eso, la verdad cristiana debe proponerse con amor, so pena de que haya una contradicción entre lo propuesto y el modo de proponerlo, en cuyo caso el modo negaría el contenido ofrecido. No puede hablarse de paz desde la irritación o de amor desde la intransigencia y la fuerza, porque el modo niega el contenido.

Ahora bien, la caridad debe fundamentarse en la verdad y regularse por la verdad. No es posible un amor fundamentado en la falsedad. Ni en la falsedad subjetiva, en el engaño o la apariencia del que dice amar; ni en la falsedad objetiva, pues el amor busca siempre el bien, y en la mentira no hay bien. De ahí que pueda escribir Benedicto XVI: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad... Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente”.

Ir al artículo

12
Nov
2025
El amor determinante de la justicia
2 comentarios

amorjusticia

La justicia y la verdad son dos dimensiones necesarias para que funcione correcta y pacíficamente cualquier sociedad. Justicia es dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde. Y verdad es ajustarse a la realidad. La justicia y la verdad están interrelacionadas: no puede haber justicia sin verdad, ni verdad sin justicia. Sus contrarios indican claramente que sin ellas es imposible la convivencia y el buen entendimiento entre las personas, pues en la injusticia y en la mentira no resulta posible entenderse.

Desgraciadamente, todo lo bueno puede mal utilizarse. Por eso, estos dos conceptos tan importantes pueden emplearse rígidamente para reclamar derechos legítimos, sin misericordia ni compasión, para quienes han faltado a la justicia y a la verdad. La justicia puede terminar convirtiéndose en venganza contra aquel que me ha agredido o dañado, y la verdad en intolerancia contra el que está alejado de la verdad. Cuando esto ocurre el vengativo y el intolerante se consideran los depositarios de la justicia y de la verdad.

Tanto la verdad como la justicia pueden vivirse con distinto talante y entenderse con distintos matices. Vistos en clave cristiana elevan y dignifican sus dimensiones estrictamente humanas. Dimensiones, sin duda necesarias, pero que pueden resultar insuficientes.

Humanamente la justicia es un anhelo innato de todo ser humano, pero según cuál sea la situación en la que uno está, puede entender la justicia que le corresponde de forma un tanto sorprendente. Probablemente el condenado debe pensar: “lo justo es que me den una segunda oportunidad”. Este concepto de justicia se parece bastante a la justicia de la que habla la Escritura: Dios es justo cuando perdona, porque su pretensión es nuestra salvación. Al perdonar, Dios realiza lo adecuado, lo justo, lo que él considera más conveniente para que se realice su designio de amor. La justicia humana podría aprender alguna cosa del concepto cristiano de justicia.

Hay otro aspecto de la reflexión cristiana, fundamentado en la doctrina de la creación, que muestra la capacidad humanizadora del evangelio, ampliando el concepto de justicia desde la clave individualista a la clave social. Pues la Revelación nos recuerda que Dios ha entregado la tierra y cuanto ella contiene a “todos” los seres humanos y, por tanto, allí donde los bienes no son accesibles a todos, no se cumple la voluntad de Dios. Se amplia así el concepto de justicia, que entiende que hay que dar a cada uno lo suyo, pero entiende lo “suyo” en clave individualista. Por el contrario, la Revelación afirma la clave social y universal de lo que corresponde a cada uno.

Lo cristiano y lo humano es entender la justicia a la luz del amor. Pues una aplicación estricta de la justicia podría convertirse, como indicaba la máxima de Cicerón, en inhumana: “summum jus, summa injuria”. Jesús contesta esta actitud, puesta de manifiesto en las palabras: “ojo por ojo, diente por diente” (Mt 5,38). Tanto en sus tiempos como en los actuales, muchos modelos de justicia se inspiran ahí. Pero a la luz del amor podemos comprender que el perdón puede ser el camino más adecuado para acercarme a aquel que ha sido injusto conmigo y lograr, en la posible reconciliación, una justicia que da a cada uno lo suyo sin perjudicar a nadie. (Continuará)

Ir al artículo

8
Nov
2025
Contribución dispositiva de María a la obra de Cristo
7 comentarios

mariadispositiva

En la reciente nota doctrinal del Dicasterio de la fe “Mater populi fidelis”, Tomás de Aquino es citado 30 veces. La mayoría de las referencias a Santo Tomás se encuentran en el apartado titulado: “Madre de la gracia”. Uno de los textos citados, que luego encontrará una buena aplicación para comprender el papel de María en la obra de la salvación, está en un artículo en donde el santo doctor se pregunta si para conseguir algo que excede las fuerzas de la naturaleza, como por ejemplo conseguir la felicidad eterna, puede hacer algo una criatura limitada. En este contexto dice el de Aquino y repite la nota del Dicasterio: “a la potencia superior (o sea, a Dios) pertenece el conducir al fin último, mientras que las potencias inferiores ayudan a su consecución creando las disposiciones favorables”.

Aplicado a María: solo Dios salva, solo Dios justifica, solo Cristo es mediador y redentor. María no añade nada a la mediación salvífica de Cristo, ella no es medio de salvación. Pero, asociada a Cristo, sí puede pensarse en una contribución dispositiva de María, en la medida en que ella puede “disponer de algún modo” a aquellos que se acercan a ella y le rezan, para que el espíritu del orante se abra con más prontitud a la acción de Cristo. Ella no salva, pero ayuda al creyente a acercarse a Cristo, que es el que salva. Una ayuda que, de ningún modo, es paralela o complementaria a la obra de Cristo. Esta misma contribución dispositiva puede afirmarse de todo aquel que ayuda a otro a conocer mejor a Cristo y su Evangelio. De este modo, María se convierte en icono de la Iglesia, en el modelo más acabado de lo que debe ser todo creyente.

Se comprende así que la nota del Dicasterio de la fe advierta que no se puede presentar a María como un depósito de gracia separado de Dios, o como una fuente de donde mana toda gracia. Porque la gracia solo Dios la concede. Y la concede directa y personalmente a cada ser humano. María nos ayuda a disponernos a la vida de la gracia que solamente el Señor puede infundir en nosotros. Pues la gracia es Dios mismo que, por el Espíritu Santo, se hace vida de nuestra vida. Ninguna criatura puede conferir la gracia. La gracia no desciende a través de diversos intermediarios. Dios está directamente conectado con nuestro corazón.

La nota doctrinal deja claro que “ninguna persona humana, ni siquiera los apóstoles o la Santísima Virgen, puede actuar como dispensadora universal de la gracia. Sólo Dios puede regalar la gracia y lo hace por medio de la Humanidad de Cristo”. Y también: “En la perfecta inmediatez entre un ser humano y Dios en la comunicación de la gracia, ni siquiera María puede intervenir. Ni la amistad con Jesucristo ni la inhabitación trinitaria pueden concebirse como algo que nos llega a través de María o de los santos. En todo caso, lo que podemos decir es que María desea ese bien para nosotros y lo pide junto a nosotros”.

Ir al artículo

Posteriores


Logo dominicos dominicos