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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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28
May
2011
Teología para comprender al Magisterio
3 comentarios

La teología es necesaria para leer bien los documentos del Magisterio. Para comprender bien esos documentos hay que ir un poco más allá de la literalidad, y tener criterios para valorarlos y situarlos en su justo contexto. Eso es imposible sin teología. Cuando no sabemos teología endurecemos el discurso, nos quedamos con aspectos accidentales y corremos el riesgo de no prestar atención a lo verdaderamente importante. Del mismo modo que el acercamiento correcto a la Escritura requiere conocimientos exegéticos, la comprensión del Magisterio requiere hermenéutica, criterios adecuados de interpretación. Cuando nos quedamos en la letra, podríamos, en ocasiones, no entender nada.
 

Hay cristianos y pastores que consideran que apelando a la autoridad ya están resueltas las cuestiones y zanjada toda discusión. Olvidan que las personas cultas y formadas buscan motivos, razones. La cuestión no es sólo lo que dice el Magisterio, sino saber por qué dice lo que dice, qué razones tiene para decir lo que dice. La evangelización del mundo moderno requiere dejar de apelar a la autoridad y ofrecer inteligentemente las buenas razones que tiene la autoridad para decir lo que dice. Porque si la autoridad no tiene razones, estamos ante el triunfo de la sin razón. Y entonces nos hacemos odiosos e inaceptables. Para dejar de ser odiosos y ser aceptables, se necesita teología.
 

Por otra parte, el mundo necesita que le expliquemos la buena y sana doctrina cristiana de forma agradable, positiva, sugerente. Es necesario que la doctrina “diga algo”, ofrezca sentido. Porque si nuestro discurso es seco y aburrido, nadie se interesará por su verdad. Para que se pregunten por la verdad de la doctrina es necesario previamente hacerla amable, hacer desear que eso que decimos sea verdadero. Para eso también se necesita teología.

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25
May
2011
Teología para ser amigo de Dios
5 comentarios

Teología ¿para qué?, preguntan algunos. En primer lugar para ser amigos de Dios. Ser cristiano es algo más que ser buena persona. Es ser amigo de Dios. Para eso sirve, antes que para otra cosa, la teología. El principal motivo para estudiarla no es utilitario, algo así como encontrar una ayuda para predicar o ser mejor catequista. La teología vale por sí misma. Tomás de Aquino explica que el estudio de la teología es el más perfecto, sublime y provechoso de todos los estudios humanos. El más perfecto, porque en la medida en que aprendemos teología poseemos ya de alguna forma la verdadera bienaventuranza; más sublime porque por él el hombre se asemeja principalmente a Dios y, como la semejanza es causa del amor, el estudio de la teología une especialmente a Dios por amistad.

Cierto, la oración también nos hace amigos de Dios. Por eso no hay contraposición entre teología y oración. Nunca he olvidado que, siendo yo novicio, escuché a un Provincial decir en un monasterio de monjas contemplativas: “menos teología y más oración”. La teología es una continuidad de la oración. Sin teología no hay buena oración, no hay un correcto encuentro con Dios. Y, si no hay encuentro correcto, no se puede amar con toda la fuerza y la intensidad que requiere el amado.

Por otra parte, la teología es necesaria para comprender bien la Palabra de Dios. No puede amarse lo que no se conoce o se conoce superficialmente. Cuando estamos ante algo decisivo para la propia vida es necesario discernimiento y estudio. Un buen médico no es sólo el que conoce la enfermedad, sino el que sabe ofrecer buenas explicaciones de la misma y buenas soluciones para superarla. Con la Palabra de Dios ocurre lo mismo. No basta con saber lo que “dice”. Es necesario saber por qué dice lo que dice, qué significa lo que dice, qué consecuencias tiene, a dónde conduce y, sobre todo, qué luz para el hoy y el ahora de mi vida aporta esta Palabra. La teología sirve para realizar esta labor. (continuará).

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23
May
2011
Estatuto cristiano de la ciencia
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Mucho antes de que el Concilio Vaticano II reconociera la legítima autonomía de las ciencias y la justa libertad de investigación, Alberto Magno había reivindicado expresamente la independencia de las búsquedas científicas: “En materia de fe y de costumbres hay que creer a San Agustín más que a los filósofos, en caso de que estén en desacuerdo; pero si tratamos de medicina hay que referirse a Galeno y a Hipócrates, y si se trata de ciencias naturales, me dirijo a Aristóteles o a algún otro experto en la materia”. Alberto estaba, además, convencido de que “las ciencias no están del todo terminadas, pues quedan todavía muchas cosas por descubrir”. En la historia de occidente, Alberto Magno fue el primero que definió el estatuto de las ciencias en la Cristiandad.

Antes de emitir ningún juicio de valor, los cristianos debemos escuchar atentamente a los mejores entendidos en las cuestiones implicadas en ese juicio. La misma Iglesia recomienda a los estudiosos en teología y a los pastores que cuando un problema teológico implica datos que son objeto de estudio de una ciencia (por ejemplo, el del origen del hombre y del mundo; las cuestiones de orden moral y pastoral), la teología debe tener muy en cuenta lo que de seguro dicen las ciencias al respecto. Primero porque la gente hoy está marcada por una cultura de tipo científico y, por tanto, una creencia religiosa opuesta a esta cultura difícilmente resultará creíble; y después porque sin tener en cuenta los datos más seguros de la ciencia corremos el riesgo de hacer discursos alejados de la realidad.

Pongo un ejemplo delicado. Y con el ejemplo digo lo que digo y no más de lo que digo. Cuando la teología afirma la sacralidad e inviolabilidad de toda vida humana, de ahí no se deduce inmediatamente que el cigoto, fruto de la unión de un óvulo y un espermatozoide, sea una persona humana digna de ese respeto. Para realizar esta afirmación habrá que tener en cuenta además otros elementos, entre los cuales serán muy importantes los datos científicos sobre el estatuto vital del cigoto y su desarrollo posterior. Lo mismo vale cuando lo que está en juego son cuestiones económicas o políticas. Hoy no puede hacerse teología (ni catequesis, ni siquiera predicación) desde el aislamiento, sino desde la interdisciplinariedad.

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21
May
2011
Democracia participativa y decente
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Estas elecciones van acompañadas de manifestaciones de gente de todo tipo, fuera del control de los partidos, que reclaman una democracia más sana, decente, participativa y solidaria. No cabe duda de que la crisis económica no ha sido bien gestionada. Hay mucha gente honrada y buena que se ha quedado sin trabajo y que necesitan ayuda para comer y vivir con un mínimo de dignidad. La crisis económica ha estado acompañada de una crisis de decencia política. No parece de recibo que en las listas haya políticos sospechosos de corrupción. Todo esto ha sido el caldo de cultivo que ha provocado estas reacciones que no han gustado a la Junta electoral y han preocupado a los políticos. Hace dos días, una persona enterada me contaba que la gran preocupación de algunos políticos era saber de qué modo iba a repercutir en el voto el movimiento conocido como 15M. Es una indecencia más: en vez de escuchar y preguntarse qué se puede hacer para mejorar la democracia y la economía, lo que importa es saber si voy a salir elegido para poder disfrutar del cargo.
 

Desde ámbitos cristianos se han escuchado voces de comprensión y apoyo al movimiento. Más aún, en el movimiento participan activamente jóvenes de grupos parroquiales o eclesiales. Y jóvenes que no pertenecen a ningún grupo, pero que han sido educados en colegios o ambientes cristianos. Me alegro de esta solidaridad y estas presencias. Presentes y solidarios como uno más. Sin pretender acaparar nada. Primero porque no nos dejarán. Y después porque la verdadera solidaridad no está al nivel de la pancarta identificativa, sino al nivel de la comunión con los necesitados. Lo que nos hermana es la misma humanidad, las inquietudes y necesidades comunes, el luchar codo con codo a favor de lo que nos hace más personas. La fe en Jesús presupone todo esto, lo refuerza y lo eleva.
 

Decía en el post anterior que la revelación, en su origen, está condicionada por las preguntas. Nuestra respuesta a la revelación hoy también está condicionada por las preguntas de hoy. Y hoy hay mucha necesidad. No es extraño que se traduzca en indignación. Parecen acertadas las palabras de un comentario realizado al post anterior: “Jesús se indignó ante la profanación de la casa de su Padre. La indignación abre paso a la justicia. Su motor es el Amor. Los cristianos estamos llamados a buscar la justicia, encarnando el Amor, unidos al resto de la humanidad. Indignados para que todos tengamos una Vida Digna. Como Jesús”.

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19
May
2011
Una revelación condicionada por las preguntas
8 comentarios

Decía en el anterior post que la Revelación de Dios al ser humano toma la forma de diálogo. Vamos a profundizar algo más en esta concepción y ver, de forma muy concreta, de qué modo la revelación está condicionada por unas preguntas concretas que dan forma a la respuesta divina. Tomemos el caso de las palabras y acciones del Jesús histórico, por medio de las cuales Dios se revela. Estas palabras y obras estaban condicionadas por unas circunstancias, necesidades, personas y situaciones con las que Jesús se encontró. Jesús dice lo que dice por la interpelación que le supone el ambiente en el que tuvo que hablar. Jesús revela a Dios provocado por las preguntas que le formulan sus oyentes. Si le hubieran formulado otras preguntas, si se hubiera encontrado con otro contexto social, hubiera dado otras respuestas, hubiera hablado de otra manera. En el modo de actuar y de hablar de Jesús queda muy claro que Dios se da a conocer por medio del diálogo y que la revelación exige la participación de los seres humanos.

Veamos ahora el caso de la Sagrada Escritura, en la que Dios sigue hablando al hombre de hoy. Estos libros están escritos en función de unas determinadas necesidades eclesiales. El evangelista Mateo no dice lo mismo que el evangelista Lucas porque no se dirige a los mismos destinatarios. La interpelación y los problemas de estos destinatarios son perceptibles en los escritos de Lucas, Mateo o Pablo. También estos escritos han surgido como resultado del diálogo con unas determinas necesidades humanas. Igualmente habría que decir que la predicación de la Palabra Dios hoy requiere conocer a sus destinatarios. Porque si la predicación de la Iglesia no responde a la situación y necesidades de los oyentes de Dios se convierte en una lista de respuestas a preguntas que nadie hace. Este tipo de respuestas no interesan, y así la predicación no llega y la Palabra de Dios cae en el vacío.

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17
May
2011
Dios se revela dialogando
4 comentarios

Puede parecer extraño decir que Dios se revela dialogando. Porque el diálogo implica que los dos interlocutores son activos. Y se diría que cuando Dios se revela el único activo es Dios; el ser humano es pasivo, se limita a escuchar lo que Dios tiene que decirle y a obedecerle. Pero esta concepción de revelación en la que sólo Dios actúa sería más bien propia del Islam. El Corán pretende ser un libro dictado por Dios a Mahoma. Esta revelación como dictado sería además coherente con la imagen de Dios que ofrece el Corán: la de un Señor al que el hombre está sometido. El concepto bíblico de Dios es más bien el de Amor. Y el amor busca siempre ser correspondido. Si Dios es Amor parece coherente hablar de revelación como diálogo. Ya el Vaticano II decía que, al revelarse, Dios habla a los hombres como a amigos.  Prolongando esta idea, Benedicto XVI, en su exhortación apostólica Verbum Domini ha escrito: “La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que quiere tener con nosotros”.

Ahora bien, si hay diálogo, si el ser humano es algo más que un destinatario pasivo de la Palabra de Dios, ¿cómo entender la acción humana en este diálogo? De Dos modos. Por una parte podemos hablar de verdadero diálogo porque la revelación es una respuesta a las grandes preguntas que todo ser humano se hace. Aunque solo cuando Dios se revela descubrimos que en su Palabra hay una respuesta a las preguntas del hombre, cabría decir que lógicamente la pregunta es previa a la respuesta. Por tanto, tenemos una revelación que toma la forma de diálogo auténtico. Pero una vez que hemos acogido la Palabra de Dios, ésta pide por nuestra parte una respuesta; la oración, por ejemplo, es un modo de hablar a Dios respondiendo a lo que de él hemos escuchado al acoger su Palabra. También ahí hay diálogo. El ser humano primero pregunta, luego escucha una Palabra que, en ocasiones, reorienta su pregunta y corrige sus expectativas y, finalmente, responde. Es un auténtico interlocutor de Dios. Se comprende así que la revelación sea un diálogo (continuará).

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15
May
2011
A vueltas con la Misa en latín
26 comentarios

La Santa Sede acaba de hacer pública una instrucción reglamentando el uso de la liturgia romana vigente en 1962. Dicho claramente: se trata de un documento que regula la celebración de la Eucaristía (y otros sacramentos, como la confirmación, y también el triduo pascual) según el rito anterior al Concilio Vaticano II, en lengua latina, lecturas incluidas, como si fuera algo habitual. Si un grupo de fieles lo piden o un sacerdote se presenta en una Iglesia con un grupo de fieles, el encargado de la Iglesia debe facilitarles poder celebrar de este modo. Los obispos deben disponer de sacerdotes que entiendan latín por si un grupo de fieles solicita celebrar con este rito. Curiosamente de la homilía no se dice nada. Ni si es conveniente hacerla, como sí dice que es conveniente y obligatorio, en algunos casos, la normativa del Misal posterior al Vaticano II, y como dicen todos los documentos actuales de la Iglesia, el último la Verbum Domini; ni tampoco se dice, en caso de hacerla, si también hay que usar el latín en la homilía.

La verdadera cuestión en este asunto es el bien de los fieles, y el valor y tratamiento que le damos a “la Mesa de la Palabra”. Se trata de encontrar los mejores modos que ayuden a rezar y a acoger la Palabra de Dios. Y eso vale para todos los fieles. Conviene, pues, aclarar dónde está el interés, si en la Misa y la oración, o en el rito antiguo y el latín. No sería bueno que el acento estuviera puesto en los modos y no en la oración. Pues los modos son importantes, siempre que no se absoluticen y no se conviertan en fines. Por eso he dicho lo de la homilía y lo de la mesa de la Palabra: las personas que piden la Misa en latín, ¿entienden suficientemente el latín? ¿O detrás del latín hay otro tipo de reivindicaciones y nostalgias? El favorecer, como algo bastante habitual, el ritual anterior a la reforma del Vaticano II (dice la instrucción que ambos ritos, el antiguo y el actual, son “dos usos del único Rito Romano, que se colocan uno al lado del otro”), ¿es un modo de mirar al futuro, de ilusionar a las jóvenes generaciones, de hacerles gustar la Palabra, o es un modo de contentar a una serie de nostálgicos, que al fin y al cabo son una minoría?

Las personas merecen mucho respeto. Lo que no me gustaría es que un asunto tan serio como la Eucaristía (seguro que los amantes del rito antiguo prefieren la palabra Misa), digo que un asunto tan serio, se convirtiera en signo de otra cosa.

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12
May
2011
Para el pecador el cielo es el peor infierno
3 comentarios

Lo fundamental de la teología del infierno no es el simbolismo del fuego, sino la ausencia de Dios y la falta de comunión con los hermanos; en suma, la falta de amor, consecuencia de la radical soledad del pecador, que al final tiene lo que siempre ha buscado: sólo a sí mismo. En esta línea dice J.H. Newman que si un pecador entrase en el cielo, no sería feliz.

A veces pensamos que en el cielo cada uno hará lo que le plazca, puesto que esa es la idea de felicidad que tenemos en este mundo. Pero el cielo es ese lugar en el que siempre estaremos en presencia de Dios cumpliendo su voluntad, un lugar en el que reinara el amor. Y el amor no es hacer lo que a uno le place, sino buscar siempre el bien del otro. Un pecador (cuyo propósito es precisamente no cumplir la voluntad de Dios) tendrá necesariamente que sentirse muy incómodo en un lugar en el que todo ocurre en contra de lo que él piensa y desea. Si fuera posible que un pecador entrase en el cielo se sentiría muy decepcionado, porque se encontraría con todo lo que él ha despreciado en este mundo. No encontraría nada que le hiciera sentirse como en su casa, ningún lugar en el que encontrase reposo. Por tanto, concluye Newman, el más terrible castigo que se le podría infringir a un pecador sería llevarle al cielo. Para un hombre irreligioso, el cielo se convertiría en un infierno. Viviría como en un país extranjero, entre gente desconocida, que habla una lengua que él no puede entender. No encontraría a nadie como él. Estaría totalmente solo. Y lo que es peor: sentiría que es imposible escapar de la mirada divina, y se sentiría juzgado. No porque Dios juzgue y condene, sino porque ante la presencia de Dios, vería con mayor contraste si cabe, su propia perversidad y maldad.

El infierno es la otra cara de la comunión, el reverso del amor. Es una posibilidad que no hay que descartar. Como bien dijo Benedicto XVI “puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo”. En algunos casos de nuestra propia historia: casi dan ganas de poner algunos nombres.

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10
May
2011
Crear empleo con dinero recaudado para la Iglesia
7 comentarios

El Sr. Cayo Lara, coordinador general de Izquierda Unida, en rueda de prensa en Alicante, propuso destinar el dinero que la Iglesia católica recibe como “subvención” del Estado a crear empleo. Una idea tan poco brillante merece algún comentario. Comentario hecho por alguien como yo que, como todos los religiosos y religiosas, no recibe directamente en calidad de religioso, ni un solo céntimo del dinero que el Estado recauda para la Iglesia. Digo bien recauda, como un intermediario, porque, y en eso el Sr. Lara se equivoca, el Estado no subvenciona a la Iglesia. Son algunos españoles los que voluntariamente, en su declaración de renta, destinan un dinero a la Iglesia, del mismo modo que pueden destinarlo a otros fines sociales.

Ya me gustaría a mí que en otros asuntos se pudiera adoptar un criterio parecido: pedir su opinión a los ciudadanos para saber a dónde quieren que vayan sus impuestos; y no estoy pensando en pedirles que opinen en cuestiones como defensa o asuntos exteriores, sin los que un Estado difícilmente puede funcionar. Estoy pensando en los sindicatos y los partidos políticos, que tienen todo el derecho del mundo a organizarse como quieran, pero no tienen porqué contar con subvenciones (en ese caso sí que son subvenciones) del Estado. Podrían alimentar sus arcas de aportaciones voluntarias de los ciudadanos, como es el caso de la Iglesia católica.

Cayo Lara ha hecho esas declaraciones dentro de la campaña para las elecciones municipales. Desgraciadamente no sólo él, sino la mayoría de los políticos, hacen sus discursos en clave nacional, y olvidan así los problemas que en estas elecciones deberían dirimirse. El discurso electoralista de Sr. Lara, apto para provocar el entusiasmo de los convencidos y para molestar a algunos católicos (porque a mí no me molesta), tiene muy poco de realista. Ya que se trata de municipios, basta pensar en un municipio pequeño con una sola parroquia. ¿Sabe el Sr. Lara cuánto dinero de ese que llama “del Estado” llega a ese pueblo? El sueldo del párroco, unos 800 euros. Ya me dirán cómo se crea empleo en el pueblo quitándole el sueldo al cura. Por lo demás, parte del dinero que la Conferencia Episcopal reparte, descontando sus gastos de personal, va a obras sociales. Si se suprime ese dinero, en vez de más trabajo, habrá más desgraciados.

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8
May
2011
La persona, hipostática y extática
9 comentarios

Somos seres eminentemente relacionales. Hemos sido creados como personas de comunión, ya que hemos sido creados a imagen de un Dios que es Comunión, relación de personas. La relación forma parte de nuestra naturaleza. Por eso afirmo que la persona humana es a la vez hipostática y extática. Hipostática porque cada persona es única, irrepetible y libre. Y extática porque nuestro ser persona no viene determinado por los límites de nuestro ser, sino por nuestra apertura, por el salir fuera de nosotros, por estar orientados hacia los demás. Esta dimensión extática no disminuye nuestra individualidad, sino que la capacita para existir. La comunión no amenaza nuestra particularidad personal; es constitutiva de ella.

La persona en singular no existe. Sólo existe en relación. Esto se deduce de las palabras que están en el origen del concepto de persona: la palabra griega prosopon significa literalmente “mirada hacia”; el prefijo pros (=dirigido hacia) implica la relación como elemento constitutivo. Lo mismo ocurre con la palabra latina persona: resonar a través de; también el prefijo per (=a través de, hacia) expresa la relación. En el concepto de persona está implicada la superación del singular. Las definiciones clásicas de la persona, a partir de la de Boecio, aceptada por Santo Tomás (“persona es la substancia individual de naturaleza racional”) insisten en la individualidad del ser racional, en su irrepetibilidad e incomunicabilidad, en su relativa “independencia”, en su ser distinto.

Resulta llamativa la ausencia de la dimensión relacional en estas definiciones, cuando las personas de la Trinidad vienen determinadas precisamente a partir de la relación. Por ello es importante insistir, como hace el pensamiento actual, en estas dos dimensiones como constitutivas de la persona, a saber: la individualidad y la apertura, la autoposesión y la comunicabilidad. Las dos son igualmente fundamentales y primarias. El yo y el tú se implican mutuamente. Y, en último término, no podemos olvidar que el hombre es un tú para Dios y que en la comunión con Dios y con los hermanos llega a plenitud nuestro ser personal, ser que es irrepetible y relacional a la vez.

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