20
Ago2025La fe en Cristo es creer en el amor
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Ago

Hay un texto, en la primera carta de Juan (3,23) que podría muy bien ser una de las frases del Nuevo Testamento que mejor expresa la esencia del cristianismo: “este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. La fe en Cristo como revelación del Padre, se relaciona con el amor recíproco, como si este amor fuera la realización práctica de la fe. La fe en Dios, o mejor, en Jesucristo que como Hijo nos revela al Padre, y el amor mutuo están indisolublemente relacionados, en el fondo forman una única realidad; por eso no puede darse la fe sin el amor. La fe en Cristo se traduce en amor al prójimo. Y a la inversa: el amor al prójimo manifiesta y expresa la fe en Cristo. La dimensión vertical del amor que Dios nos ha mostrado (Dios que toma la iniciativa de darse a conocer y espera nuestra acogida) se prolonga en la dimensión horizontal, en la relación de amor de los seres humanos.
Lo que se revela en Cristo como Hijo es que Dios es Padre de todos los hombres. Pues si en Cristo todos participamos de la filiación divina, entonces todos somos hermanos, por ser hijos del mismo Padre. Si como dice Gal 3,29, “somos uno en Cristo Jesús”, entonces todos participamos de la filiación divina. Unidos al Padre y al Hijo, todos somos uno (Jn 17,21). Si unidos al Padre y a su Hijo Jesucristo todos somos hijos y por eso estamos profundamente unidos, es claro que somos hermanos. Y lo que une a los hermanos no es la carne y la sangre, sino el amor. Del mismo modo que lo que nos une al Padre no es la carne y la sangre sino la fe y el amor. A cuantos reciben al Hijo, el Padre les da el poder de ser hijo de Dios, y esos no nacen de carne, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacen de Dios (Jn 1,12-13).
En este versículo de la epístola de Juan, quedan claras dos cosas: 1) que el objeto de la fe cristiana no es un Dios cualquiera, sino el Dios de Jesucristo, que es Amor y que se revela; y 2) el modo de unirnos a este Dios, a saber, respondiendo a su Amor con amor y extendiendo este amor a los hermanos. O, dicho de otra manera: el objeto de la fe, Aquel en quién debemos creer, es Dios que se revela como Amor; y el acto de fe, o sea, el modo de acoger a este Dios y de unirnos a él, es el amor al Dios que se revela y, en Él, a los hermanos. Esta carta de Juan deja también claro que el amor al hermano es concreto: “si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). La acogida del amor de Dios hay que hacerla historia en lo cotidiano de la vida.