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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

12
Oct
2009

Matrimonio: primero amar, luego procrear

4 comentarios

En un reciente número del Full dominical que se reparte en las parroquias de Mallorca, un joven sacerdote ha sorprendido desagradablemente a algunos de sus colegas y ha podido despistar a muchos laicos con lo que escribe sobre el matrimonio. Dejo aparte la poco acertada apelación a las bodas de Caná, pretendiendo que allí Cristo elevó el matrimonio a sacramento. Mucho más desafortunado es decir que “la finalidad primera del matrimonio no es establecer una comunidad de amor… sino engendrar hijos para Dios y para la Iglesia”.

Cierto, no hay contraposición entre ambas finalidades. Pero, después del Vaticano II, la doctrina de la Iglesia ya no habla de un fin primero al que estarían subordinados otros fines. El actual Código de Derecho Canónico recoge doctrina conciliar y pone en pie de igualdad “el bien de los cónyuges y la generación y educación de la prole”. El joven mosén apela a la enseñanza de León XIII, Pío XI y Pío XII como aval de sus afirmaciones. Se ha quedado un poco atrasado. Posiblemente no conozca una distinción interesante de cara a la teología y la pastoral: una cosa es la doctrina de la Iglesia y otra la fe de la Iglesia. Ni haya pensado que sin hijos puede haber verdadero matrimonio; sin amor, no. Más aún: con hijos se solicitan y conceden nulidades; con amor, no.

Jesús, al hablar del matrimonio, apelaba a la voluntad de Dios manifestada “en el principio”. En este principio, Dios encargó a la pareja humana una doble tarea: crecer y multiplicarse. Primero crecer: crecer ellos dos. En el amor y por el amor. Y crecer siempre, amarse siempre. Por eso, la primera pregunta que se formula en los escrutinios previos al matrimonio no es, como quizás algunos piensan: ¿estáis abiertos a la vida?, sino: ¿estáis abiertos al amor? Solo a la luz del amor tiene sentido lo segundo: multiplicaos. Un multiplicaos que no es, como el crecer, una tarea permanente, sino que requiere responsabilidad, discernimiento de las circunstancias materiales y espirituales, y común acuerdo. Porque los esposos, y no el director espiritual, son “los intérpretes” de Dios “en el deber de transmitir la vida humana y de educarla” (dice el Concilio en Gaudium et Spes, 50).

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lola
12 de octubre de 2009 a las 17:43

¿hay diferencia entre el amor y la vida? si la vida es verdadera no, lo contrario e muerte, o vivir anestesido o sedado. Cuando me case, queria mucho a mi novio y deseaba con locura tener hijos, ni me planteaba estas cosas, ni creo se las plantee nadie que este enamorado, a no ser que sea calculador, simplemente amas y te espresas, el amor no mira atras ni a los lados. Como dice S Juan de la cruz, ni coge las flores, ni teme las fiersa. El amor esta siempre abierto a la vida, eso no quiere decir que tengas millones de hijos. El Papa Juan Pablo II, en su libro amor y responsabilidad, lo ponne bien claro, lo mismo que dice el P Martin, son los esposos quienes deciden el numero de hijos desde ahi, desde el amor y la responsabilidad- Hoy, me da la impresion, que la gente calcula todo, y no opcion a la sorpresa, todo tan calculado...ayer me dio mucha pena, acudio a la consulta una señora, que tenia un año entero una pildora abortiva, por si llegaba el caso y la necesitaba, y el caso llego, y tambien llego ella sola, sangrando, habia tomado un protector gastrico que es abortivo. Ahi no habia amor, y tampoco habia vida, la mujer agradecio mucho, el simple trato amable y comprensivo que le dimos nosotros, me lleno de alegria, ver a alguien tan agradecido, esta persona era extrangera, y se sentia sola y sin amor. Sin amor no hay vida.

Bernardo
12 de octubre de 2009 a las 18:57

Muy buena puntualización, Martín: con hijos se piden y conceden nulidades, con amor no. Estaría bueno que fueran los mosén de turno los que fiscalizaran nuestra vida matrimonial. por desgracia son muchos los que no se enteran y cuando más jóvenes son los prelados menos se enteran. No sé si eso se debe a las carencias formativas o informativas, pero está claro que con estos mimbres no hay forma de hacer un buen cesto. Lamentaré tener que echar de menos dentro de 20 años a gente como tú en la Iglesia.

Desiderio
13 de octubre de 2009 a las 01:34

Coincido con Lola en el sentido de que cuando hay verdadero amor, sobran todos los cálculos y las casuísticas. Como dice al final de su comentario, “sin amor no hay vida”… y yo añadiría que sin amor no hay nada. Yo creo que los hijos han de ser la consecuencia de algo previo, y eso previo no es otra cosa que el amor de los esposos. Para mí los hijos deben ser “fruto de” más que una finalidad en sí mismos. ¿Acaso no somos nosotros fruto del amor de Dios? ¿O es que acaso Dios tenía un objetivo que debía cumplir de forma necesaria?

Diego. M.
20 de octubre de 2009 a las 15:12

Estimado Martín, cómo encajar en esta unidad de amor el tema de la hommosexualidad, dos hombres o dos mujeres que deseen vivir cristianamente desde su amor. ¿No es el proyecto de Dios la autorealización del hombre? Si un homosexual ha nacido así intrínsecamente (fuera de ámbitos adquiridos o por el mero hecho de experimentar nuevas senasacones sino que es inherente a su persona?)Es un tema que en ocasiones me viene a la cabeza y me gustaría una respuesta coherente y argumentada desde la teología. Cómo combinar la autorealización personal, la postura de la Iglesia y si me permites "el deseo de Dios", muchas gracias.

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