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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

18
Abr
2014

¿Última impostura o última verdad?

7 comentarios

Durante toda la semana de Pascua, la primera lectura de la liturgia eucarística, repite como si fuera un estribillo: “vosotros lo matasteis (a Jesús), pero Dios lo resucitó”. No fue Dios quién entregó a Jesús a la muerte, sino unos hombres malvados que no pudieron soportar su vida y su palabra. Porque cuando uno se encuentra con un profeta tan incisivo y coherente como Jesús de Nazaret, no hay neutralidad posible. Solo caben dos posturas: o convertirse o rechazarle. Precisamente el reproche que Jesús lanza contra algunos judíos es “que no han creído en mi”. Y, al no creer en Jesús, no han creído en el que le ha enviado. Es significativo este texto del evangelio de Juan: “si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mi y a mi Padre” (Jn 15,24). Es posible odiar al Padre, al Hijo y al Espíritu, habiendo visto obras asombrosas.

Dios fue el que sacó a Jesús de la muerte. Ahí está, para los que creen, la gran prueba de que Jesús tenía razón y de que su camino era el bueno. Con la resurrección, Dios da la razón a Jesús y se la quita a sus asesinos. Por este motivo, proclamar la victoria de Cristo sobre la muerte es un discurso peligroso. Es llamativo el argumento que emplean los sumos sacerdotes y los fariseos, cuando van a Pilato a pedir una guardia para custodiar el cadáver de Jesús, temerosos de que los apóstoles roben el cuerpo y luego digan que ha resucitado: “la última impostura será peor que la primera” (Mt 27,64). Tenían más miedo de su resurrección que de su vida. Porque con la resurrección su vida se reafirma hasta límites insospechados.

Lo que para los fariseos es la última impostura, para los creyentes es la última verdad. Pero proclamar esta verdad implica que las autoridades no tenían razón; y que lo que ellas defendían –una religión basada más en el culto que en el amor a Dios y al prójimo- no tiene ningún futuro. El futuro, a pesar de tantas apariencias contrarias, se encuentra en la verdad, la vida, la belleza, la justicia y el amor. Por eso digo que la fe en la resurrección es un discurso y un recuerdo peligroso.

Con la resurrección todo comienza de nuevo. De ahí nace la Iglesia, el testimonio, la predicación. A partir de ahí se reinterpreta la vida de Jesús y se comprende la verdad más profunda de la historia de la salvación: Jesús resucitado nos abre el entendimiento para comprender las Escrituras. Con la resurrección todo cobra sentido. La última palabra no es de los hombres y, mucho menos, de los poderosos de este mundo. La última palabra es de Dios. Esta Palabra es Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. Por eso, la resurrección nos remite al seguimiento de Cristo. Siguiéndole a él, viviendo como él, pensando como él, también nosotros participaremos del futuro que Dios tiene preparado para todos los que le aman.

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mar
19 de abril de 2014 a las 19:11

Fray Martín. Estoy de acuerdo con el futuro que Dios tiene preparado para todos.
Que la gran fiesta de nuestra vida sea siempre JESÚS.

Anónimo
20 de abril de 2014 a las 14:01


Temps de Resurrecció
primavera cristiana,
tot floreix, tot reverdeix,
tot es trémul d'esperança.

Crist és el nou día

Al.leluia, cristians,
al.leluia, al.leluia !

Gozosa Pascua de Resurrección, Fray Martín,lectores y comentaristas.

Juan
21 de abril de 2014 a las 06:10

Agradecidos inmensamente por nuestra redencio'n, por la restauracio'n de nuestro destino final, uno teme volver a condenar al Redentor al no reconocer lo que hay de divino en la naturaleza humana, en los hermanos. Gracias, Senor.

Juanjo
22 de abril de 2014 a las 21:14

En otro sentido también se podría decir que no lo mataron unos hombres "malvados" sino unos hombres "religiosos", unos hombres celosos, unos hombres cumplidores, perfectamente observantes de su religión incluso escribas y sacerdotes,"teólogos oficiales del judaísmo" y responsables de expiaciones y ofrendas, alguien que pensaba que estaba haciendo un bien a Dios eliminando a un presunto hereje que predica que un pecador no es rechazado, y por tanto debe ser excluido, sino amado por Dios.
¿No da qué pensar que los que se tenían por más cumplidores de la Ley sean los que pidan y decidan su muerte?

Antonio Saavedra
23 de abril de 2014 a las 00:21

Juanjo pregunta: ¿No da qué pensar que los que se tenían por más cumplidores de la Ley sean los que pidan y decidan su muerte?
Creo que aquel fariseísmo cruento se ha seguido practicando por los seguidores del Cristo, víctima de aquél, a lo largo del tiempo. Inquisiciones de todo tipo se han dado en nuestra Iglesia, por las que deberemos seguir pidiendo perdón y evitando en el futuro, cosa que no termino de ver. Seguimos señalando con el dedo a los "publicanos" de la Edad Media y a los de hoy. Tenemos una Iglesia más de dogmas que amorosa.
¿Resucita Cristo en nosotros o nos bastan esas "noticias" de unos pocos jóvenes que se apuntan en los movimientos o en las parroquias?

Antonio Saavedra
24 de abril de 2014 a las 23:35

Relacionada con lo anterior recuerdo la cita de Juan Pablo II en la entrada de "El hereje", de Miguel Delibes:

¿Cómo callar tantas formas de violencia perpetradas también en nombre de la fe? Guerras de religión, tribunales de la Inquisición y otras formas de violación de los derechos de las personas... Es preciso que la Iglesia, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, revise por propia iniciativa los aspectos oscuros de su historia, valorándolos a la luz de los principios del Evangelio.

Juan Pablo II a los cardenales en 1994.

Valero
11 de abril de 2023 a las 09:11

"Con la resurrección, se muestra que la última palabra no es de los hombres, la última palabra es de Dios". En un mundo sin esperanza, estas palabras de Martín son una auténtica revolución. ¿Es peligrosa la esperanza? Sí, porque las personas con esperanza no se dejan embaucar, luchan por un mundo en el que el amor es el principio y el fin y esto rompe los esquemas de este mundo en el que parece que sólo cuenta el dinero, el poder, el placer y en el que el otro, sobre todo el pobre y el marginado, no cuentan.

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