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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

15
Mar
2017

San José, ¡de tapadera, nada!

6 comentarios
jose

Dios dirige la historia. Para ello se sirve de personas elegidas. Cada vez que hay un acontecimiento importante en la historia de la salvación, allí aparece una mujer o un varón como mediadores de la obra de Dios o transmisores de su voluntad. El acontecimiento más importante de la historia de la salvación es el nacimiento del Hijo de Dios. Para hacerse hombre, Dios necesitaba de una familia. El nombre de José está indisociablemente ligado al misterio de Jesús. Y si el ángel es un signo de que Dios se hace presente en la vida de una persona para comunicarle alguno de sus designios o para cuidarle en una situación de necesidad, Dios mismo se hizo presente a José, por medio de su ángel. Según el evangelio de Mateo a quién primero se le revela el misterio que alberga el vientre de su esposa, es a José (Mt 1,20).

Como suele suceder con todas aquellas personas a las que se les encomiendan misiones importantes, José es un hombre discreto. Su presencia es silenciosa. En la relación de José con Jesús, cabría aplicar al primero estas palabras: “es preciso que él (o sea, Jesús) crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). José (lo mismo que su esposa) no se entiende en función de sí mismo,  sino al servicio de Jesús y de su misterio. Saber estar en función  de otro no es fácil, pero es uno de los modos más bellos de amar. El silencio de José (lo escribí en otro post), no tiene nada de ingenuo. Es el silencio del que escucha atentamente para así poder servir mejor.

José, cabeza de familia, pone nombre al niño (Mt 1,21). Los nombres (más para los antiguos que para los modernos) denotan una identidad. El nombre de Jesús significa “Dios salva”. Además de señalar la identidad del niño, José hace algo más: entronca a su hijo con el linaje de David (Rm 1,3), haciendo así posible un elemento fundamental del mesianismo de Jesús y el cumplimiento de las profecías. La necesidad de José es estrictamente teológica (tal como señalé en otro post). No hay necesidad mayor. Etimológicamente el nombre de José proviene del verbo hebreo “añadir”.  En nuestro caso, no es un añadido “desde fuera”, como una especie de tapadera prescindible, sino un añadido necesario para entender el mesianismo de Jesús.

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felicianolopezrobles
15 de marzo de 2017 a las 13:05

De alguna manera siempre he mantenido en lo profundo de mi ser la figura de san José, precisamente por su silencio.- Me ha llamado la atención la misión que desempeñó como custodio de la sagrada Familia.- Dicen que es abogado de la buena muerte, aparte de esto, en José se hace presente la humildad, de una forma tan expresiva, que desde el silencio y la obediencia más radical, corona su misión hasta el fin de sus días.- La figura de José, es profunda, es misterio de amor, que vela la presencia de un Niño Dios y la de María, su esposa.- Un personaje que aparece como desprovisto de historia, pero que su función ha sido la más grande que se haya podido realizar.-

Luciana
15 de marzo de 2017 a las 17:58

El comentario que hace sobre la figura de Sn.José Felicianolopez,es muy acertado
no tengo mas que,corroborar lo que dice y,darle las gracias.

Juan
16 de marzo de 2017 a las 12:31

En San José tenemos el mejor ejemplo de silencio y acción. Acepta humildemente la responsabilidad de un papel que se le revela y al mismo tiempo se le oculta. La Virgen María, después de la Anunciación, se va de visita a casa de su prima sin contarle a San José el gran misterio de la Encarnación. Es después del regreso de María cuando la evidencia y la revelación del ángel le dejan saber a San José su nuevo destino en la Historia de la Salvación: feliz día del más grande de Los Santos.

Antonio Saavedra
20 de marzo de 2017 a las 01:29

Creo que seguimos tomando al pie de la letra los textos evangélicos, como si fueran crónicas de sucesos. Y no debe ser así, pues así no se escribieron por no ser estilo de la época.
En este punto me pregunto, una vez más, si el Padre, el Abba, impuso un precedente de privilegios 'familiares', como si el sistema general y natural establecido para el común de sus otros hijos creados no sirviera para su Hijo (que es sólo una forma de nombrar a la Segunda Persona divina).
Asumida la realidad de que al Cristo le hacía falta un cuerpo donde encarnarse, ¿por qué cambiar el sistema en vez de utilizar el común a todos sus demás hijos, haciendo de José una especie de figurante, en vez de aportador de la correspondiente parte del ADN? ¿Agrega el dogma de la virginidad de María algo diferente a que yo sienta que los hijos con mi mujer (según el sistema normal) son un tanto espurios, bastardos, a pesar de ser engendrados según el plan de Dios y con el sacramento de nuestro compromiso de entregarnos mutuamente y educar a los hijos nuestros y de Dios que pudiéramos generar?

Martín Gelabert
20 de marzo de 2017 a las 01:45

No sé si he entendido bien el último comentario. Pero quiero hacer notar que el que el niño fuera concebido sin "semen de varón", lo que implica la virginidad de María, tiene un sentido teológico muy serio, a saber: que el niño nacido de María "solo" tiene a Dios por Padre.

Antonio López Sernández
20 de marzo de 2017 a las 09:20

Ahí está la grandeza de San José: pasar casi desapercibido, siendo tan importante su misión: dar nombre al Salvador, entroncándolo con la estirpe de David, y cuidar de Él y de María. Esta Misión es fundamental en el Misterio de la Redención. San José representa a esa pléyade de Santos anónimos, cuya misión ha sido vivir el misterio de Cristo, propagándolo con su vida, con su ejemplo y enseñanza viva. Y han quedado en el olvido de los hombres. ¡Cuánta gente sencilla ha sido testimonio de amor, de esperanza, de confianza en Dios! Sin acciones estridentes, sonoras, han vivido el misterio del amor con suma sencillez y humildad.

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