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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Dic
2011

La religión, ¿carga o ayuda?

5 comentarios

Todavía quedan personas piadosas que se confiesan repetidamente de los “pecados de su vida pasada”, como si esos pecados representasen una carga de la que aún no se han liberado. Resulta, pues, legítima la pregunta: ¿la religión culpabiliza? ¿Es la religión una carga que oprime, una ley que exige, una sumisión que atemoriza? Antes de responder con un rotundo no, me parece que hay que reconocer que determinadas presentaciones y vivencias de la religión conducen a responder que sí.

Una de estas malas vivencias es la que entiende el cristianismo desde una clave moral: ser cristiano es cumplir una serie de leyes y preceptos, reprimir las alegrías de la vida, entender que todo placer es malo. Agradar a Dios significa vivir sacrificadamente. Entender el cristianismo en clave moral suele ir acompañado de una idea de Dios siempre vigilante, escrutador de los más secretos pensamientos, al que no se le escapa un pecado por muy oculto que sea. Ante esta mirada para la que no hay secretos, sólo cabe la vergüenza y el temor.

Importa, por tanto, aclarar que el cristianismo no impone nuevas cargas, no consiste en cumplir una serie de leyes, no puede entenderse como obligación o precepto. El lenguaje, a veces, nos condiciona para mal: el domingo no es un día de precepto (como dicen los españoles), sino un día santo (como dicen los portugueses). El precepto indica sumisión. La santidad es un modo de vida que se celebra con alegría. La vida cristiana se resume en un mandamiento que, en realidad, es una buena orientación para vivir mejor, y que se acoge libremente: el amor. Y el amor expulsa el temor (1 Jn 4,18). Pero sobre todo “hace capaz”, capacita para vivir de otra manera. De modo que el cristianismo no impone nuevas cargas, abre nuevas perspectivas, ofrece otras posibilidades de vida.

Y Dios no es el poderoso señor que vigila si se cumplen sus mandatos, sino el amigo que acompaña, alegrándose con nuestros éxitos y entristeciéndose con nuestras penas. El que comprende y estimula. Porque comprende y nos entiende mejor de lo que nos entendemos nosotros, precisamente por eso perdona, sostiene y anima. Nosotros, al no comprender, juzgamos y condenamos. El Dios de Jesús perdona porque comprende. Comprende porque sabe. Sabe porque le interesamos. Porque es Amor, y el amor se interesa por los amados, les tiene siempre en su corazón y en su memoria, les busca con la mirada. Una mirada llena de ternura y comprensión.

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Juanjo
28 de diciembre de 2011 a las 16:03

Justamente esta mañana iba pensando en una visión religiosa que nunca he entendido y quizá venga al caso. Es aquella del que ante un sifrimiento, inconviniente, o desgracia dice; "bueno pues voy a ofrecerlo por..." "Lo ofrezco por Jesús, por Dios, o lo ofrezco por las intenciones del Papa"
El decir que no lo entiendo, no debe entenderse en el sentido de que no me parezca oportuno o adecuado. Es que no entiendo el signaificado. ¿Qué siganifica que "se ofrece"? ¡Debo ser tonto!. Tal vez sea yo quien deba estar más preparado para captar el sentido.
Lo digo con toda sinceridad; acepto cualquier explicación sobre el asunto.

Martín Gelabert
28 de diciembre de 2011 a las 16:13

Gracias, Juanjo, por tus comentarios. A mi también me gustaría encontrar una buena explicación a esos ofrecimientos. A veces parecen casi blasfemos: le ofrecemos a Dios lo peor que tenemos, lo que nos fastidia, lo que nos desagrada: "te ofrezco este sufrimiento, este dolor, esta situación que me molesta". Bien, puestos a buscar un sentido positivo a este tipo de expresiones, yo diría que pueden entenderse como una oración: "te pido, Dios mío, que en esta situación de sufrimiento, sienta tu presencia amorosa en mi vida". Pero si esto es lo que se quiere decir, mejor decirlo clara y directamente.

javier langarita
29 de diciembre de 2011 a las 09:59

En mi opinión, durante muchos años ha funcionado una pastoral del miedo, más que del amor, y de aquellos barros.... Creo que felizmente esta situación se va superando. Un saludo Martín.

Guillermo Taberner
29 de diciembre de 2011 a las 14:00

Esto que dices, Martín, es muy cierto.....pero muchas actuaciones pastorales del día a día me hacen pensar que la Iglesia entendida como institución, está aún anclada con raíces bien profundas en la LEY. Sólo un ejemplo, el derecho matrimonial en España. La Iglesia está posicionada en una dimensión jurídica tan vinculada al derecho civil que hace papel mojado y palabras bonitas la gracia evangélica del proyecto común de un hombre y una mujer cristianos, de tal forma que el sacramento depende ABSOLUTAMENTE del derecho civil. Si hubiere algún defecto burocrático, que no canónico ni sacramental, NO TE PUEDES CASAR POR LA IGLESIA.....es un ejemplo. Parece, algunas veces, que la vida va por un sitio y la Iglesia, con sus leyes, por otro.
Un saludo , Martín

Miguel
29 de diciembre de 2011 a las 14:29

Cuando era más joven (tengo ya 50 años) le escuché a un cura que el masturbarse dejaba a uno ciego. Es esta obsesión con determinados pecados, esas amanezas ridículas y falsas, lo que ha hecho que muchos sintieramos la religión como un agobio. ¡Cuántas confesiones compulsivas, cuánta verguenza, cuánto ir cambiando de confesor y buscar uno que no te conociera! Sí, es muy necesario presentar el cristianismo como buena noticia, mucho.

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