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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

26
Mar
2009

La Eucaristía perdona los pecados

3 comentarios

Hay un texto olvidado del Concilio de Trento que afirma que el sacrificio eucarístico concede el perdón de todos los pecados “por grandes que sean”. De hecho, en el momento central de la Eucaristía la Iglesia recuerda que en la Cruz, Cristo derramó su sangre “por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Cristo no entrega su vida para premiar a los justos, sino para salvar a los pecadores. Y a lo largo de toda la celebración se repiten palabras y gestos que nos recuerdan que la Eucaristía es centro y fuente de toda reconciliación. El inicio de la celebración es un rito penitencial: “yo confieso que he pecado mucho”, y viene luego la absolución: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados”. Esta fórmula eucarística es la que luego se repite en el sacramento de la penitencia. La penitencia prolonga la eucaristía, la aplica, la repite, y no a la inversa.

La reconciliación y la penitencia hay que situarlas en el contexto de la eucaristía, o sea, en el contexto de una vida que se entrega por amor, sin reservarse nada. Es la iniciativa de Dios, su amor incondicional, expresado en la eucaristía, lo que explica el perdón y lo hace posible. De este modo el sacramento de la reconciliación o penitencia se convierte en signo y continuación de algo previamente dado en la eucaristía: la amistad de Dios con el hombre, una amistad incondicional, porque tiene su razón primera y única en el amor de Dios, que nos amó cuando éramos pecadores.

Desde esta perspectiva podríamos distinguir entre reconciliación y penitencia. La reconciliación se da en la Eucaristía. Su razón está en el amor gratuito e incondicional de Dios. La penitencia es el signo que se le pide al hombre para expresar la acogida de esta reconciliación y se manifiesta en el sacramento de la penitencia. Un amor no acogido no alcanza su objetivo. Un perdón otorgado y no acogido frustra su pretensión. En la eucaristía Dios nos ofrece su amor. Gratis. Pero lo gratuito exige un contradón de reconocimiento, al menos una sonrisa, una palabra de gratitud, un gesto de acogida. El amor es gratis, pero pide ser acogido. El perdón pide la penitencia, una expresión de dolor por parte del que ha ofendido y ha sido perdonado gratuitamente.

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Desiderio
27 de marzo de 2009 a las 13:45

La verdad es que Dios juega fuerte, y quizá su mayor apuesta para con el hombre sea la libertad, libertad llevada al extremo. Dios nos perdona, pero respeta que nosotros no queramos ser perdonados: ¡es algo brutal! Respeta que no queramos ser amados por Él, respeta que no queramos ser perdonados por Él. Si nos paráramos a pensar en el respeto de Dios para con sus propias criaturas, pues eso, caeríamos en ese éxtasis místico en el que han caído algunos escogidos. ¡Si es que Dios nos respeta más que incluso nosotros a nosotros mismos! Sólo cabe que la alabanza.
Me surge una duda: si verdaderamente en la Eucaristía se da un acto de reconciliación, ¿qué sentido tiene la Confesión? No lo digo desde el punto de vista de que no es necesaria una confesión de los pecados, una reconciliación con Él, sino desde el enfoque de si sería válida una reconciliación sólo desde la Eucaristía.
Por otro lado, me he bajado el número 16 del decreto "Presbyterorum Ordinis”, que comentaste en el anterior post. Muchas gracias por el detalle.

Bernhar
28 de marzo de 2009 a las 23:51

Creo que tenemos un problema económico-social para entender la Eucaristía. Me explico. La Eucaristía tiene su nacimiento en un mundo en el que las relaciones sociales están muy definidas y que podría ser denominado, con Polanyi, como relaciones económicas de reciprocidad y redistribución. En ese mundo se entiende la vida como un juego de don y contra don o "per-dón". Debe haber reciprocidad en lo que recibo y en lo que ofrecezco. Además, las relaciones sociales deben regirse por el principio de la distribución de los dones, de modo que todos mantengan un minimo de dones recibidos.
En el mundo actual, marcado trágicamente por las relaciones capitalistas, la vida se entiende a partir de la obtención de la máxima ganancia. El beneficio es el motor de la sociedad. De esta manera, la Eucaristía no puede ser bien comprendida, pervirtiendo las realidades que en ella deberían ser vividas.
La Eucaristía es la gran utopía y la gran revolución pendiente del mundo postmoderno, si viviéramos realmente lo que experimentamos en la Eucaristía, el mundo ya estaría consumado. Es evidente que no podemos imponerlo a los demás, pero al menos deberíamos vivirlo los cristianos.
Bernardo

aurora
4 de noviembre de 2013 a las 22:04

si llegamos a entender el amor que os tiene dios entenderemos su perdon

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