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Nov
2006Nov
Realeza diferente
8 comentariosSi en otro tiempo la fiesta de Cristo Rey tuvo connotaciones políticas y sociales (por ejemplo, que los Estados reconocieran oficialmente la Realeza de Cristo), el Evangelio nos invita a descubrir otras dimensiones de la confesión de Cristo como Rey, aparentemente más humildes, pero sin duda más exigentes para los creyentes.
El reino al que se refiere Jesús es una experiencia de contraste, que llama a todos a conversión. Los reyes de este mundo tiranizan a sus pueblos, les oprimen, se aprovechan de ellos, y para colmo, se hacen llamar bienhechores. “Pero entre vosotros no sea así”, dice Jesús a los suyos. En el reino del que Jesús habla, la realeza o primacía se manifiesta en el servicio. Es un reino de servicio mutuo, en el que todos son reyes, todos son iguales porque son hermanos, y todos compiten en ver quien ama más y quien sirve mejor. Mientras los reyes en tiempo de Jesús (pero también en nuestros días, ¡no nos engañemos!) montan su realeza sobre la vida, cuando no sobre el expolio, de sus súbditos, Jesús, por el contrario, funda su realeza en la entrega de su persona.
Rey y reino eran y siguen siendo términos equívocos. Pueden evocar un mundo de dominio y de injusticia, de guerra y de conquista. Pero podrían también evocar el deseo de muchos pueblos de tener buenos dirigentes, que se preocupan por el bienestar de las personas, sobre todo de las más necesitadas, que procuran gobernar con justicia y equidad, que buscan la paz y la concordia con los otros pueblos. En todo caso, mirando a Jesús que reina desde la cruz, estamos invitados a aprender que reinan los que sirven y aman. Y que fuera de estas perspectivas, todo reino y todo rey (sea civil o eclesiástico) es inaceptable para el Evangelio. No solo inaceptable, sino que, aún a pesar de las apariencias, no tiene ningún futuro. Allá por los años treinta, en Alemania, se hablaba de un “Tercer Reino” que iba a durar mil años. Como todos sabemos apenas duró tres. Fue un reino de horror y de dolor. Edificado sobre la ambición y el desprecio de la vida humana. El Reino del que habla Jesús está edificado sobre el amor. El amor no pasa nunca. Por eso el Reino de Dios tiene futuro. Un futuro que debe ya cambiar nuestro presente
El reino al que se refiere Jesús es una experiencia de contraste, que llama a todos a conversión. Los reyes de este mundo tiranizan a sus pueblos, les oprimen, se aprovechan de ellos, y para colmo, se hacen llamar bienhechores. “Pero entre vosotros no sea así”, dice Jesús a los suyos. En el reino del que Jesús habla, la realeza o primacía se manifiesta en el servicio. Es un reino de servicio mutuo, en el que todos son reyes, todos son iguales porque son hermanos, y todos compiten en ver quien ama más y quien sirve mejor. Mientras los reyes en tiempo de Jesús (pero también en nuestros días, ¡no nos engañemos!) montan su realeza sobre la vida, cuando no sobre el expolio, de sus súbditos, Jesús, por el contrario, funda su realeza en la entrega de su persona.
Rey y reino eran y siguen siendo términos equívocos. Pueden evocar un mundo de dominio y de injusticia, de guerra y de conquista. Pero podrían también evocar el deseo de muchos pueblos de tener buenos dirigentes, que se preocupan por el bienestar de las personas, sobre todo de las más necesitadas, que procuran gobernar con justicia y equidad, que buscan la paz y la concordia con los otros pueblos. En todo caso, mirando a Jesús que reina desde la cruz, estamos invitados a aprender que reinan los que sirven y aman. Y que fuera de estas perspectivas, todo reino y todo rey (sea civil o eclesiástico) es inaceptable para el Evangelio. No solo inaceptable, sino que, aún a pesar de las apariencias, no tiene ningún futuro. Allá por los años treinta, en Alemania, se hablaba de un “Tercer Reino” que iba a durar mil años. Como todos sabemos apenas duró tres. Fue un reino de horror y de dolor. Edificado sobre la ambición y el desprecio de la vida humana. El Reino del que habla Jesús está edificado sobre el amor. El amor no pasa nunca. Por eso el Reino de Dios tiene futuro. Un futuro que debe ya cambiar nuestro presente