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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

4
Nov
2007

La entrega de cada día

4 comentarios
¿Sabían ustedes de la existencia del ácido fénico? Se trata de un compuesto químico capaz de provocar llagas que, según el historiador Sergio Luzzatto utilizó, al menos en una ocasión, el famoso padre Pío de Pietrelcina. Eso de los estigmas a mi no me impresiona demasiado. Se conocen casos de devotos musulmanes en cuyos cuerpos han aparecido señales de las heridas sufridas en el campo de batalla por el profeta Mahoma. El estigma en cuanto tal no significa nada. Los acontecimientos extraordinarios, en el terreno religioso, siempre son ambiguos. Incluidos los milagros. Ya el evangelista Mateo pone en boca de Jesús unas duras palabras, declarando agentes de iniquidad a “muchos que hicieron milagros en su nombre” (Mt 7,22-23).

Lo que resulta valioso no es lo espectacular. Me parece que todavía hay cristianos que de forma un poco precipitada ven la presencia de Dios en lo llamativo, lo extraño o lo que se sale de lo normal. Lo que vale es la entrega y el dolor de cada día, o sea, la constancia, el trabajo callado, oculto, silencioso, que no sale en los papeles pero que Dios, que ve en lo escondido, recompensará. Ser héroe por un día, y más cuando no queda más remedio, no debe ser fácil, pero importa más el testimonio diario. Dar espectáculo religioso es humanamente gratificante. Lo difícil y meritorio es mantener la fe y ser coherente cada día. Con alegría y buen humor. Los que viven de lo espectacular a veces tienen dificultades para crear buen ambiente comunitario y comprender pacientemente a los hermanos. La verdadera santidad no está ni en proclamar los ardientes deseos de que le maten a uno (el martirio es un don, no una búsqueda humana), ni en el espectáculo, ni en los milagros, ni en los aplausos masivos, a veces perfectamente orquestados y preparados, ni mucho menos en el boato y las pompas, sino en el amor que no hace ruido y del que sólo se enteran quienes tienen que enterarse. No hace falta que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha.
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carlos
4 de noviembre de 2007 a las 14:42

¡Que necesaria la palabra gelabertiana, siempre ponderada, con mesura, en tiempos de acento en los fuegos artificiales. Y es que vivimos tiempos de búsqueda de lo que a uno "le pone".Lo han escuchado en conversaciones, leido en foros y en prensa ¿verdad? También en el ámbito religioso. Lo que hoy "le pone" al personal,son las concentraciones masivas,con símbolos al aire, gran profusión de imágenes. Al personal "le pone" conectarse al Godtube " lo más de lo más en pastoral cibernática". Y venga la imagen y el colorín. El espectáculo en la religión. Porque no todo en religión es espectáculo. De ahí que cuando el subidón de adrenalina de la concentración, del viaje en masa, de "un buen viaje en la oración" finaliza,¿que queda?. Lo importante en la vida, tambien en la vida religiosa, suele madurar a fuego lento. Gracias Fray Martín por su Palabra en medio de tanta "luz de gas"

mariarosa
4 de noviembre de 2007 a las 17:49

Gracias, por como expones siempre las reflexiones, sencillas, cercanas, en un tiempo donde parece que sólo existe el griterio, la negatividad, al leerte siempre me resulta refrescante, como un vaso de agua fresca en medio de la canícula de agosto ¡¡¡GRACIAS¡¡¡

Milón
5 de noviembre de 2007 a las 00:29

La Nueva y eterna Alianza no comenzó en el Monte Santo ni en el Templo de Jerusalén, sino en la humildad de una estancia de un pueblo de la "Galilea de los gentiles" (cf. J. Ratzinger). Y continuó durante 30 años en el misterio de Nazaret, vida oculta y escondida del mismo Hijo de Dios. ¡Qué difícil es seguir, también para la propia Iglesia, a ese Jesús callado y pobre!¡Divino abajamiento que nos enseña el verdadero camino de lo humano!Gracias siempre Martín.

Makarios
5 de noviembre de 2007 a las 22:51

Me gusta escuchar, de vez en cuando, opiniones sensatas sobre cosas divinas. Hoy el P. Gelabert pone el dedo en una llaga muy extendida en nuestra Iglesia: Lo espectacular se promociona, se cuenta como triunfo; lo sencillo, lo de todos los días, lo de andar por casa, ni se valora ni se promociona.
Asistía hace unos días a un acto Eucarístico: la custodia era tan hermosa, tan espectacular, que tardé mucho tiempo en descubrir que en el centro, insignificante, estaba el Cordero de Dios. El brillo del oro y las piedras preciosas me estaban cegando.
Al finalizar el acto nadie me habló de haber estado en presencia de Cristo; si me hablaron de lo maravillosa que es la custodia nueva, del magnífico trabajo de ..., orfebre que la ejecutó, de la cantidad de dinero que había costado, de lo maravilloso que era el coro parroquial y que brillante había sido el acto. ¡Qué bonito todo!
Realmente salí del acto casi igual que suelo salir del teatro cuando los intérpretes bordan su papel. Es bello, algo enseña, pero poco.
Me gustaría volver a la Iglesia “doméstica” que no domesticada. Regresar a lo sencillo, al borriquillo de Jerusalén, al pan amasado en casa, al vino fermentado en el lagar. Al Cristo que huye de lo rico y se queda con lo sencillo, al sacerdote absolutamente revestido de dignidad con una sencilla estola, en una comunidad pequeñita, donde lo familiar sea lo dominante.
Me parece que me he salido del tiesto y del tema. O tal vez no.
Un abrazo

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