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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

18
Abr
2019

Jueves santo: la noche del traidor

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cruzconaltar

Durante la última cena Jesús anuncia la traición de Judas. Y al discípulo que le pregunta por la identidad del traidor, le ofrece esta señal: “aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado”. El mismo relato evangélico relaciona discretamente esta respuesta con lo que dice el salmo 41: “incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme”. De este modo se cumplía la Escritura. Una Escritura que sigue cumpliéndose pues también hoy hay personas que toman el pan de Jesús y le traicionan (tal como notaba Benedicto XVI en su libro sobre Jesús). El sufrimiento de Jesús continúa hoy, aunque, por otra parte, hay que notar que Jesús toma sobre sus hombros la traición de todos los tiempos, de ayer y de hoy, soportando así hasta el fondo las miserias de la historia.

Ahora bien, cuando se traiciona a Jesús, después de haber convivido con él, después de haberle seguido, ocurre algo sorprendente, pues la luz recibida del encuentro con Jesús nunca se oscurece del todo. Después de haber traicionado a Jesús, Judas reconoce ante los que le han pagado para ello: “he pecado”. Hay un primer paso hacia la conversión. Judas no podía olvidar todo lo que había recibido de Jesús. Su problema no es tanto haber pecado, y menos aún reconocer su pecado. Su problema es su incapacidad de creer en el perdón. Por eso su arrepentimiento se convierte en desesperación.

Esta es una lección para la Iglesia de hoy: los pecados, los malos ejemplos de un cristiano suelen ser juzgados más severamente, por el escándalo que produce la incoherencia entre el ser cristiano y el pecado cometido. Cuando un cristiano comete un delito, que además es socialmente repudiado, ¿cómo tratarle cristianamente? El caso de Judas hoy sería socialmente repudiado: entrega a muerte a un inocente, y encima lo hace por dinero. Ante un delito lo primero, lo fundamental, es ayudar a la víctima y reparar, en la medida de lo posible, el daño causado. Pero también hay que ayudar al delincuente, primero a que se arrepienta y pida perdón. Y luego mostrándole que hay salidas, para que el reconocimiento del pecado no se convierta en desesperación.

Judas, después de pecar, sólo ve sus propias tinieblas, todo es oscuro para él. A los Judas de hoy la Iglesia tiene que decirles que la esperanza forma parte del arrepentimiento, pues hay una luz capaz de iluminar las tinieblas, la luz de Jesús que muere perdonando a sus enemigos. Si los demás no te perdonan, él sí te perdona. Porque le encanta acoger a los pecadores arrepentidos. En realidad, le encanta acoger a todos los pecadores, lo que ocurre es que los no arrepentidos no acuden a él. Y como no acuden, no pueden ser acogidos.

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