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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

17
Ago
2015

¡Estar a muerte! ¿Estar a qué?

2 comentarios

Los hay que dicen “estar a muerte” con no sé qué cosas, como si esta muerte les extasiase, subiéndolos a algún cielo. A muerte con un equipo de fútbol, la pandilla o la cofradía. Otros plantean dilemas jugando con la muerte: “patria o muerte”, “revolución o muerte”, “santidad o muerte” (divisa de un beato cuyo nombre ahora no viene a cuento). Los himnos patriótico-militares, que suelen ser cantos a la guerra, apelan a la muerte, como el que dice: “que morir por la patria es vivir”, o el que espolea al “novio de la muerte”. Esas descargas de adrenalina no son manifestaciones de seguridad, sino de odio. Y no conducen a ningún cielo; normalmente terminan con la muerte “del otro”. Jesús, más que de muerte, habla de “perder la vida”. Perderla para ganarla. Y perderla para que el otro viva. No es una pérdida que conduce a la muerte, sino una entrega que paradójicamente crea la máxima riqueza para los demás.

Esta creación de riqueza para el otro, redunda también en beneficio propio. Solo cuando hay reciprocidad hay felicidad. Si olvidamos al otro, si pensamos en destruirle, si solo pensamos en nosotros mismos, o en apartar a los otros de nuestro camino, no hay felicidad posible. Si caminamos solos (o con los de nuestra pandilla, que es otra manera de caminar solos), lo hacemos hacia el infierno. Yo no sé si el infierno está muy lleno (como a algunos les gustaría), pero si pienso que los que allí están, están muy solos. El cielo es comunión, encuentro, compartir, enriquecerme con los dones del otro. Si no somos capaces de acoger al diferente, no estamos preparados para ir a ningún cielo.

Más que “estar a muerte” hay que “estar en paz”. Y para estar en paz hay que tener paz. Pero no la paz que aísla, la paz de los muertos, sino la paz del que sabe convivir con unos y con otros, la paz del que busca comprender a los demás para ser también él comprendido. En cada eucaristía, antes de recibir al Señor, los cristianos nos damos la paz. Esto que vivimos en la reunión eucarística, estamos convocados a extenderlo por el mundo, y ser así un signo del amor de Dios a todos los seres humanos.

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Wilson Rodríguez
19 de agosto de 2015 a las 21:19

Las personas que dicen "estar a muerte", tienen velada una verdad, la de estar en el no ser, "en el sitio equivocado", como dice una publicidad colombiana. Pero el estar a muerte,evocando otro modo, es nuestra cotidianidad de desamor.La muerte ontológica de no alcanzar a amar al enemigo.Tu vecino antipático ¿se ve amado?, la persona que me dice que canto mal, ¿se ve amada? En nuestra civilización hay dos actitudes fundamentales: "Hago mi voluntad o Hago la que Dios quiere? Tratando de doctrina, el psicoanálisis expone que para ser feliz hay que fortalecer el yo. El cristianismo kerigmático, habla que para ser feliz hay que crucificar el yo,entrando por la puerta de la fe. Es la nueva creación, hecha en Cristo Jesús en orden a practicar las buenas obras que Dios ha dispuesto de antemano que practiquemos.Maestro, ya que que en Cristo no se encuentra un yo (así tenga cuerpo humano), el negarse a si mismo es lo propio del discípulo evangélico.Los apóstoles cuando salieron azotados del Sanedrín, salieron contentos de haber sufrido por primera vez por el Nombre del Santo. (No fue masoquismo)Al no tener un yo, Jesucristo, no está él sujeto al psicoanáliss, a ninguna psicología que lo explique o lo comprenda.A una persona sin fe (=sin riesgo), esto suena a burrada. No se puede suponer la fe. Al hablar nosotros de cielo, de felicidad, o de infierno, o de perder la vida para recuperarla de nuevo, no podemos suponer la fe en el destinatario, en la escucha del otro, en el Tú.No por escrito, sino en la predicación, dejó resonar la voz del Papa Francisco:¡Despertad aquella Fe! (L,Osservatore Romano 6 de Marzo de 2015. La securalidad, el relativismo moral (el romper las dos tablas de la ley), el amor afanaso al dinero, pavimentan el cielo y dejan en moralismo (o voluntarismo) el ejercicio de la escucha y el deleite de la trascendencia. Existe en la Liturgia de las Horas una explicación de la paz, en la que me apoyo cada que tengo ocasión, la paz comienza cuando uno se denuncia a si mismo, se desccucbre como el peor.Jesucristo subió al cielo, entre otras cosas, para según su Espíritu, convencernos del pecado. De modo que una persona que no reconozca su pecado, niega que Cristo haya muerto y resucitado por el pecado. Esos pipís de oro que no reconocen nada, ni el orgullo, ni la lujuria,ni su violencia de corazón, ni su cerrarse a la vida, ni el arrodillarse ante el dinero,nunca abonan la escucha,no retoñan para la vida, para la libertad ante el sufrimiento, ante la enfermedad, ante la muerte. El hombre cuando quiere huir de la iluminación de la cruz, se escapa pecando, siendo dioses de si mismos, la cara adulando y la muerte por dentro.Para cerrar esto de entrar en muerte, en otro tiempo aquello de que una mujer con mucha elementalidad, me dijera que canta mal, "me mataría", y en vez de ello, junto con otros, me hizo reir.Que raro, fuí feliz de que se estropeara mi amor porpio al cantar con guitarra un salmo y se alguien, que llama a no desanimarnos, infunde coraje al corazón. Perder los afectos es una nueva manera de estar en paz.

Ricardo de Uruguay
20 de agosto de 2015 a las 18:14

Comprobar cuán lleno está el infierno y la soledad que se padece en medio de tanta compañía es algo ya tardío para remediarlo en la experiencia del propio verificador.

Los cristianos recibimos de brazos abiertos al diferente para que tras nuestro abrazo la gracia de Dios lo transforme como una nueva criatura en Cristo.

No recibimos al diferente para que siga tal como es ni para contemporizar con su impiedad.

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