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Encuentros y desencuentros
4 comentariosLa vida cristiana está hecha de encuentros. En primer lugar, encuentro con el Señor Jesús. Con este encuentro, y no con decisiones éticas o consideraciones doctrinales, se comienza a ser cristiano. En segundo lugar, encuentro con los hermanos. Cuando uno se ha encontrado con Jesucristo, necesariamente se sigue el encuentro con los hermanos, entre otras cosas porque el modo como Cristo resucitado se hace hoy presente en el mundo es por medio de los hermanos: cada vez que dos o tres se reúnen en su nombre, allí él se hace presente. Estos encuentros son mucho más que meras coincidencias en un lugar. Encuentro significa relación profunda, compartir la vida, con todo lo que conlleva, compartir los bienes espirituales y también los materiales.
Además, la vida cristiana comporta un encuentro con todas las personas, más allá de su pertenencia explícita a la comunidad de fe cristiana. Un cristiano está siempre abierto a acoger a todo ser humano, sobre todo a los más pobres y necesitados, no solo para dar ante aquellos que no son creyentes un explícito testimonio de Jesucristo, sino también para servirles gratuitamente, sin ninguna pretensión, sin ningún afán proselitista.
Desgraciadamente nuestro mundo está lleno de desencuentros. Desencuentros entre los políticos que, en ocasiones, tienen repercusiones negativas en los terrenos de la justicia, de la paz y del buen orden en la ciudad. En España, y en otros países, tenemos una triste tradición de desencuentros, que suelen afectar, para mal, a los ciudadanos. También hay desencuentros entre las familias: el número de divorcios y separaciones matrimoniales, o la cantidad de hijos que no se hablan con sus padres, es una buena prueba de ello. Incluso muchas familias que, aparentemente, permanecen juntas, no acaban de encontrarse, cada uno va por su camino.
El Evangelio de Jesús es una llamada al encuentro de cada ser humano con Dios y con los hermanos. Llamada exigente, que no admite excusas. Incluso si el hermano es culpable de la separación, el cristiano está invitado a buscar puentes de encuentro: si cuando vas a presentar tu ofrenda ante el altar, dice Jesús, te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Lo interesante de esta palabra es que no se pregunta quién es el culpable de que el hermano tenga algo contra ti. Quizás el culpable es tu hermano, porque es un neurótico, un maniático o un egoísta. Pues bien, incluso en este caso, se te llama a dejar las ofrendas e ir a reconciliarte con tu hermano.
Las ofrendas, el incienso, los rezos, las procesiones, las doctrinas valen en la medida en que no olvidamos lo único importante, a saber, el amor mutuo. Si las procesiones y las ofrendas son una dormidera, si las doctrinas son motivo de desencuentro, entonces no vienen del espíritu de Dios, sino del espíritu del diablo. El diablo muchas veces se sirve de la piedad, para lograr su objetivo, que no es otro, que el desencuentro.