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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

14
Dic
2012

Encarnación, dilema que la razón no puede resolver

3 comentarios

A nosotros, los creyentes del siglo XXI, sobre todo en estos días de Navidad, nos parece “muy normal” que el Hijo de Dios se hiciera niño en Belén hace dos mil años. Pero si dejamos de lado los sentimientos y nos dejamos guiar únicamente por la razón, no parece tan claro ni tan normal que Dios se haga hombre. ¿Cómo lo humano, limitado y caduco, puede contener lo divino, lo ilimitado y eterno? Resulta totalmente contradictorio. Humanamente tendemos a pensar que es imposible que Dios mismo se comunique al hombre con su Palabra propia y personal. Podríamos esperar que se nos diera una palabra humana que dijera algo acerca de Dios, pero no que se nos diera la misma Palabra de Dios. Porque la Palabra de Dios ha de ser infinita, igual e idéntica con Dios. Pero si Dios se nos diera en toda su grandeza e ilimitado poder, entonces nosotros seríamos incapaces de comprender esta Palabra infinita. Porque, ¿cómo pueden los ojos y la mente finitas ver y comprender al infinito?

Este es el dilema que la razón no puede resolver: parece imposible que Dios se haga hombre, porque lo finito no puede ser expresión adecuada de lo infinito; pero, por otra parte, si Dios se manifestase al hombre tal cual es, con toda su divinidad y grandeza, el hombre limitado no podría comprenderlo. La fe cristiana vive del mantenimiento de los dos extremos del dilema. Dios puede hacerse hombre, porque lo finito, a quien pone límites es al hombre, no a Dios. Y cuando la mismísima Palabra infinita de Dios viene a nosotros se “reduce”, se abrevia, modera su poder y su grandeza, precisamente para que el hombre pueda acogerla.

El momento de la acogida es decisivo. La venida de la Palabra es parte de un proceso comunicativo y dialogal. Si hay indiferencia o sordera en el destinatario, la Palabra sigue siendo palabra, pero su pretensión queda frustrada. Nosotros, cada uno de nosotros, forma parte del proceso comunicativo de la Palabra y, por tanto, es responsable del buen destino de la Palabra. Ese es el drama que expresa el cuarto evangelio cuando se refiere a la posición que toma el “mundo” y “los suyos” frente a la Palabra: “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.

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Oscar
15 de diciembre de 2012 a las 13:15

Me parece una reflexión muy acertada. Lo que ocurre es que las homilías que escuchamos presentan el misterio de la Encarnación como algo muy normal. Y luego cuando vienen los problemas o las preguntas nos escandalizamos. Y no tenemos respuestas.

Una oveja rebelde
15 de diciembre de 2012 a las 13:45

¡Que sabia es la Iglesia al darnos el tiempo de Adviento para reflexionar ante el misterio de la Navidad! Y agradecemos al P. Martín el que nos haga reflexionar sobre ello por medio de sus escritos.
El ser humano posee inteligencia, ya que si no se movería por impulsos ciegos y oscuros. La inteligencia transforma el caos en cosmos. El ser humano a diferencia de los animales posee la inteligencia o racionalidad, en mayor o menor medida. Puede conocerse a sí mismo y reconocer a Dios (aunque no totalmente).También la inteligencia puede equivocarse y errar, puede hallarse oscurecida. Precisa de la gracia de Dios para poder reconocer y aproximarse a los misterios de la fe. El conocimiento de la Encarnación es un misterio de fe. Además de la inteligencia natural se ha de considerar el conocimiento revelado (don de Dios) para aproximarnos a una comprensión. Primero se ha de reconocer al mismo Dios, se reconoce en un acto libre (la libertad junto a la racionalidad es propio del ser humano). Se decide y se acepta a Dios o bien, no. Siendo conscientes de ello (sin manipulaciones externas, y más allá del mero sentimiento o impulso afectivo). El ser humano entonces, se abre a Dios desde su espíritu y acepta su revelación y manifestación. El intelectual ha de tener una actitud adecuada ante la Verdad eterna (Dios) ha de considerar los límites de su propio intelecto y consecuentemente ser humilde. La Navidad y la Encarnación pertenecen a los misterios de fe: El Hijo de Dios viene para traer la luz al mundo que se halla en tinieblas (Jn 1,14: “Y el verbo se hizo carne” o “la Palabra se hizo carne”) De ahí que Dios se hizo Hijo de hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios. En todo el Evangelio de san Juan hay un balbucir de vida y de amor: Dios en nosotros y nosotros en Él.

Anónimo
15 de diciembre de 2012 a las 14:54

Mi querido Martín: Realmente los misterios de Dios trascienden la razón humana y cuando hablamos del misterio de la Encarnación la potencia de nuestra inteligencia se encoge y nos deja casi a ciegas. Desde mi punto de vista este misterio tiene, entre otras, dos dimensiones importantes que conviene distinguir. Una es el hecho de que Dios se hace hombre con todo el potencial y riqueza de su misterio. Penetra en las entrañas de la Virgen María y concibe a ese Dios en forma humana. El Dios infinito y trascendente se hace hombre con todo lo que supone esa humanidad. En el momento de su nacimiento el niño que aparece ES DIOS, y cuando lava los pies de sus discípulos o abraza a los niños y a la pecadora ES DIOS en forma de hombre. La otra dimensión de ese misterio hace referencia a nosotros. ¿Qué ha de significar en nuestra vida que Dios se ha hecho hombre?... Creo que siguiendo tu interesante reflexión el hecho de la Encarnación ha de prolongarse en la vida de todos los hombres. Como señalaban los Santos Padres, Dios se hace hombre para que los hombres se sientan transformados por dentro hasta el extremo de PENSAR, SENTIR, ACTUAR Y VIVIR COMO DIOS. ¿Pura utopía?, quizás, pero desde mi punto de vista éste es el objetivo divino final por el que el Hijo de Dios se hace hombre: PARA ENSEÑARNOS A VIVIR COMO PERSONAS CREADAS POR DIOS. Martín, adelante con tu blog y que suscite continuamente importantes reflexiones. ROS

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