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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

12
Ago
2015

El infierno interesa

10 comentarios

Los temas referentes al “más allá” interesan. Lo he comprobado en muchas ocasiones. El último ejemplo es la publicación en este blog de un post que buscaba resaltar la misericordia de santo Domingo de Guzmán. Basándome en uno de los testigos de su canonización, decía que la compasión de Domingo llegaba hasta el extremo de orar por los condenados en el infierno. En los varios lugares en que apareció mi post se multiplicaron los comentarios. No para hablar de Santo Domingo o de la compasión, sino para hablar del infierno.

El Magisterio de la Iglesia ha tratado en alguna ocasión del infierno como lugar de condenación. Pero nunca ha colocado a nadie allí. Dante Alighieri, en su Divina Comedia, en su paseo por el infierno se encuentra con distintos personajes, entre ellos algún Papa. Pero se trata de eso, de una comedia. En realidad no sabemos nada sobre el infierno. Aunque a veces tengo la impresión de que algunos émulos de Dante tienen ganas de colocar allí, sin ficción alguna, a aquellos personajes eclesiales que no les caen bien.

La teología de infierno debe ser consciente de las aporías con las que se puede encontrar. Si el cielo es una manera de decir que Dios y el ser humano se han abrazado para siempre, el infierno es un modo de decir que el ser humano se ha separado de Dios para siempre. Pero esto es una situación imposible, puesto que Dios nunca se separa del ser humano. Por eso algunos dicen que el infierno es el vacío total, la nada absoluta, el regreso a la no existencia. Pero esto también plantea alguna pregunta: el Dios amigo de la vida nunca se arrepiente de su obra.

El infierno hay que mantenerlo como una posibilidad real, consecuencia de la libertad constitutiva del ser humano. La libertad es la posibilidad radical que tiene todo ser humano para decidir sobre su vida, sobre su salvación o su perdición. Solo si hay libertad, puede darse amor. Un amor forzado es un absurdo. Por eso, si la salvación es el encuentro amoroso con Dios, y este encuentro requiere de la libertad, para que esta libertad sea auténtica se requiere que pueda orientarse en la dirección del rechazo de Dios. Decir esto también plantea algún problema. ¿Cómo es posible rechazar a Dios si nunca lo encontramos claramente? Nunca rechazamos a Dios tal cual es, siempre rechazamos alguna imagen falseada. No es menos cierto que Dios se hace presente en cada ser humano, creado a su imagen. Y ahí sí que encontramos casos de rechazo, de negación y de alejamiento. Rechazamos a Dios en el hermano.

El infierno hay que mantenerlo como una posibilidad real, como una hipótesis necesaria para afirmar seriamente la libertad humana. Posibilidad real, hipótesis necesaria… Ir más allá me parece aventurado. Una cosa más: podríamos hablar de infiernos intrahistóricos, esos que construimos (¡nosotros, no Dios!) cuando pisoteamos al hermano y negamos su dignidad. El tema da mucho de sí. Es de esperar que el interés por el infierno ultra terreno no sea un modo de desinteresarnos de los infiernos terrenos.

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Anònim
12 de agosto de 2015 a las 21:08

Brillantíssim, com sempre.

Anónimo
13 de agosto de 2015 a las 11:05


¡ Con la que está cayendo, P. Gelabert, y nos trae las calderas de Pedro Botero bis! ¡ Qué de infiernos intrahumanos, exacerbados por mercurios superlativos en este verano!- ¿ alguien duda ya lo del cambio climático ? : madres que asesinan a hijos, mujeres asesinadas a manos de sus parejas, madres que mueren a manos de sus hijos, persecuciones por razón de raza sexo o religión. Una carnicería. El infierno de cada día en una sociedad de egos hinchados y valores éticos y religiosos raquíticos. Una sociedad enferma. El inframundo.

Trabajar nuestros infiernos, es lo que toca aquí. Y que el buen Dios se apiade de todos, y nos reserve una buena ración de cielo-para-todos. Ya se ve que en este tema, hay opiniones teológicas para todos los gustos. Compartimos la incógnita, y el asombro cuando se alce el velo.

Ah!, y tenga compasión, P. Gelabert, refrésquenos este infierno veraniego con algo de agüita fresca en su blog. ¡ Gracias!

Anónimo
13 de agosto de 2015 a las 11:55

Hazte como un niño,
¡hazte sordo y ciego!
Tu propio yo
ha de ser no nada
¡atraviesa todo ser y toda nada!
Abandona el lugar, abandona el tiempo,
¡y también la imagen!
Si vas sin camino
Por la senda estrecha,
Alcanzarás la huella del desierto.

¡Oh alma mía,
Sal fuera, Dios entra!
Hunde todo mi ser
En la nada de Dios.
¡Húndete en el caudal sin fondo!
Si salgo de ti,
Tú vienes a mí,
Si yo me pierdo,
A Ti te encuentro
¡ Oh Bien más allá del ser!

Granum sinapis

Meister Eckhart OP

Luciana
13 de agosto de 2015 a las 19:30

Una comienza el día pensando en el hermano-a.pero,se encuentra con una persona repelente en hechos y palabras.Cómo le doy amor,comprensión,cariño,? es mi hermano,es Jesús,por él tambien jesucristo dió Su Vida,no puedo rechazarlo,he de amarlo y , qué amo en él? es a veces una verdadera lucha,podríamos llamarle,"un infierno".Al final vence la Gracia de Dios,la que lleva en su alma pero está oculta.Comenzamos a verle mas nuestro,mas cercano,le deseamos mucho bien.hemos superado la lucha, el infierno está vencido..nosotros nos llenamos de paz y le amamos.

Wilson Rodríguez
14 de agosto de 2015 a las 05:32

Ante todo, me asombró la fe de Domingo de Guzman que pasó de la muerte a la vida,porque amó, sin ponerle precio a la luna.La fe es la garantía de la felicidad deseada, un anticipo del cielo y la degustación de la realidad indeseada, el infierno. Ya la amiga del blog,Luciana, toca el caso del hermano insoportable, el repelente. Descubrir que el repelente es otro Cristo es inaudito: porque deja de presente nuestra insuficiencia radical para amar y la urgencia de buscar apoyo en Aquel que murió y resucitó por nosotros."Un Teólogo decía que el infierno era aquello que él se merecía por sus propios pecados".Cristo compartió la soledad suprema del hombre ante la muerte sin futuro,recorriendo el camino del hombre pecador hasta la oscuridad sin fin.Así venció para siempre la soledad del infierno,es decir, de la muerte como fracaso de la existencia humana.La salvación de Cristo es universal y total en el espacio y el tiempo.Desde Cristo,el creyente ya no afronta la muerte como soledad total; el infierno de la no existencia del hombre dejado a sus solas fuerzas ha desaparecido.Sólo existe para quien experimenta la segunda muerte (Ap 20,14),es decir, para quien con el pecado se encierra voluntariamente en sí mismo.Para quien confiesa que Cristo descendió a los infiernos la muerte ya no conduce a la soledad; la puertas del Sheol están abiertas. (El Credo,Símbolo de al fe de la Iglesia,Emiliano Jiménez, págs 102-104.En esas páginas se está aprendiendo de Ratzinger.

Ricardo de Uruguay
15 de agosto de 2015 a las 21:40

No es competencia de la Iglesia condenar un alma al infierno, pero eso no obsta a que actualmente ya esté atestado. Si no fuera que las almas en pena no exigen espacio físico se podría decir que ya están hacinadas.

El infierno interesa porque todo cristiano nominal, meramente profesante pero sin una fe viva, teme ¡y con razón! que hacia allí se encamina.

Francisco Tostón de la Calle
16 de agosto de 2015 a las 00:12

Hola, amigos. No sabemos qué es el infierno, solo sabemos que es una realidad posible que, por no saber en qué consiste, es como si no existiera. Es un símbolo. Y los símbolos señalan una realidad aunque ésta no la conozcamos. Pensemos que más allá de la muerte no hay ni tiempo ni espacio. Por lo tanto, todo lo del Dante y otros muchos imaginadores, no son sino eso, imaginaciones. Lo que hay es una vida tras la muerte, no sabemos en qué condiciones ni cómos, pero vida, identidad, realidad. La libertad exige que haya un juicio, pero el juicio solo está en manos de Dios y nadie conoce los juicios de Dios. No nos quebremos la cabeza. Lo que tenemos es un camino espléndido de realización y esperanza: amar. ¿Por qué no nos basta?

Jose Luis de Madrid
16 de agosto de 2015 a las 02:22

Cuando estaba en el noviciado trapense, leí un libro del monje trapense norteamericano Thomas Merton, "La lluvia y el rinoceronte" dónde encontré una frase que me hizo comprender lo que es el infierno: "El fuego del infierno es el fuego del amor de Dios".

Los místicos hablan que se abrasan en un fuego que es amor divino, que nos consume sin quemarnos, que nos inflama en amor, que nos hace como brasas ardientes que llevan amor a otros. El cielo debe ser la plenitud de ese fuego de amor.

Pero cuando rechazamos libre y totalmente ese amor, ese fuego nos abrasa, nos quema, nos destruye. No es el fuego el que lo hace, somos nosotros los que al rechazarlo, nos abrasamos, nos dañamos, nos achicharramos...

Dios se acerca a todos, como decía el artículo, pero nuestra libertad nos puede encerrar en nosotros mismos, de tal forma, que vivimos odiando, acumulando, dando la espalda a los demás. Hay ejemplos de ello a nuestro alrededor en esta sociedad de consumo y capitalismo feroz.

Se me ocurre el prototipo de Mr. Scrooge del Cuento de Navidad de Charles Dickens. Era un ser apartado de todos y volcado sólo en si mismo. Un ser ruin y vacío de todo amor.

El día del encuentro definitivo con Dios tras la muerte, una persona así ¿se abrirá al amor de Dios o lo rechazará para siempre quemándose eternamente...?

Ricardo de Uruguay
18 de agosto de 2015 a las 00:47

La pregunta es: ¿de qué sirvió la pasión, sufrimientos y muerte de nuestro Señor Jesucristo si a la postre los que morían en sus pecados, incrédulos e impenitentes igual se salvarían?

Valero
2 de agosto de 2022 a las 08:20

Cada vez que el hombre ha intentado construir el paraíso en la tierra -no el reino de Dios-, caso del socialismo, los fascismos o del concepto "calidad de vida" hedonista fruto del individualismo y la sociedad de consumo, el hombre ha terminado por crear infiernos en los que el hombre se convierte en un lobo para el hombre. Y luego está ese infierno personal, existencial, cuando uno se aleja de Dios Padre y se deja atrapar por el infierno del pecado, que no es otra cosa que romper el amor en cualquiera de sus formas. En algunos momentos he experimentado que la lejanía de Dios cuando yo me aparto de él, es lo más parecido al infierno sobre la tierra porque destruye el amor en mi.

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