7
Nov
2006Nov
Descalificaciones
4 comentariosBasta darse un paseo por la cantidad de foros eclesiales y religiosos que circulan por internet, para encontrar ejemplos bien concretos de violencia verbal y de descalificación del que piensa distinto. ¿No hay otro modo de resolver las diferencias religiosas y eclesiales? ¿No es posible un esfuerzo para reconocer la parte de verdad que hay en el punto de vista del otro, aunque los datos de los que yo dispongo, o incluso mis prejuicios o mi sensibilidad, me impidan estar de acuerdo con la totalidad de lo que dice?
Detrás de muchas descalificaciones, ¿no hay un ansia de poder? El poder, ese es el gran peligro que acecha a la Iglesia, mucho más que el sexo e incluso mucho más que las riquezas. El poder sí, eso que tanto criticaba Jesús, eso que debiera distinguir el modo de actuar de los cristianos del modo como se actúa en el mundo. En el mundo la gente busca el poder y cuando lo tienen lo utilizan para oprimir. Pero entre los creyentes debe funcionar otra lógica: la del servicio mutuo, la del último puesto y la del perdón.
La Iglesia está en manos de gente débil, como Pedro, al que se confía el primado, según el cuarto evangelio, después de haber negado tres veces (Jn 21,15-17). La Iglesia está formada por personas pecadoras. Esto explica muchas deficiencias y egoísmos. Pero la Iglesia está llamada permanentemente a conversión. Esta llamada debería ser motivo de autocrítica para todos. Más de una vez he pensado que deberíamos empezar por hacer la propia autocrítica pública antes de criticar a los otros. Y, en todo caso, que esta crítica a los otros debe ser en realidad una invitación a la emulación mutua en el bien (cf. Heb 10,24).
Detrás de muchas descalificaciones, ¿no hay un ansia de poder? El poder, ese es el gran peligro que acecha a la Iglesia, mucho más que el sexo e incluso mucho más que las riquezas. El poder sí, eso que tanto criticaba Jesús, eso que debiera distinguir el modo de actuar de los cristianos del modo como se actúa en el mundo. En el mundo la gente busca el poder y cuando lo tienen lo utilizan para oprimir. Pero entre los creyentes debe funcionar otra lógica: la del servicio mutuo, la del último puesto y la del perdón.
La Iglesia está en manos de gente débil, como Pedro, al que se confía el primado, según el cuarto evangelio, después de haber negado tres veces (Jn 21,15-17). La Iglesia está formada por personas pecadoras. Esto explica muchas deficiencias y egoísmos. Pero la Iglesia está llamada permanentemente a conversión. Esta llamada debería ser motivo de autocrítica para todos. Más de una vez he pensado que deberíamos empezar por hacer la propia autocrítica pública antes de criticar a los otros. Y, en todo caso, que esta crítica a los otros debe ser en realidad una invitación a la emulación mutua en el bien (cf. Heb 10,24).