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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

18
Ene
2019

Agua y vino en Caná

3 comentarios
bodacana

El evangelio de la eucaristía del próximo domingo, que narra como Jesús convirtió el agua en vino en una boda en Caná de Galilea (Jn 2,1-12), me ha recordado el uso que San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino hacían de los símbolos de este relato para tratar la relación entre filosofía y teología, o entre razón y fe, que puede prolongarse en términos de cultura y fe, secularidad y religión. Al ocuparse de como la teología debe utilizar la filosofía ambos maestros apelan a la escena de Caná, pero le sacan distinto partido en función de sus diferentes intereses.

El ilustre teólogo franciscano desconfiaba a la razón y advertía del peligro de que una excesiva confianza en la filosofía pudiera contaminar la reflexión teológica. Por eso afirmaba que no podía mezclarse el “agua de la filosofía” (en la que está “la eterna condena”), con el “vino de la sagrada ley”, haciendo notar que “Cristo hizo vino del agua y no al revés”. Todavía algunos creyentes entienden que hay una incompatibilidad básica entre el mundo secular y el religioso o entre la peligrosa razón y la fe.

Para el maestro de Aquino no hay incompatibilidad entre razón y fe; por eso es posible utilizar la razón al servicio de la fe. El santo doctor conoce esta identificación del agua con la “sabiduría del siglo” y del vino con la “sabiduría divina”. Y se pregunta hasta que punto es bueno servirse de argumentos filosóficos (o del lenguaje de la cultura) para exponer y defender la fe. Comienza por notar, como si fuera una objeción, que del mismo modo que merecen reproche “los taberneros que echan agua al vino, también han de ser censurados los doctores que mezclan la doctrina sagrada con pruebas filosóficas”. Pero no se trata de mezclar, pues la mezcla altera la naturaleza del vino, sino de convertir el agua en vino, como en las bodas de Caná. Y así dice: “los que en la sagrada doctrina utilizan los argumentos filosóficos, sometiéndolos a la fe, no mezclan vino con agua, sino que convierten el agua en vino”.

No se trata de rebajar la fe al nivel de la razón, sino de elevar la razón al nivel de la fe. Dicho con palabras de santo Tomás: se trata “no de encerrar en los límites de la filosofía verdades de fe”, o de “creer que sólo es verdad lo que puede demostrarse mediante la razón”, sino de “reconducir la filosofía a los fines de la fe”. Dicho de otro modo, de utilizar la cultura para explicar las verdades de fe en un lenguaje comprensible, e incluso de argumentar mediante la razón que muchas cosas que se dicen contra la fe, son falsas.

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Juanjo
19 de enero de 2019 a las 08:50

Hay un detalle en el relato, sobre el que aun a riesgo de equivocarme radicalmente, quisiera hacer mi pequeña reflexión, en relación a la analogía usada según sus intereses por nuestros escolásticos.
El texto de la boda deja ver que las tinajas estaban vacías. No tenían absolutamente nada. Por eso Jesús manda llenarlas primero de agua. Hasta arriba hasta que rebosen. ¿No podría asimilarme también a la razón? De donde no hay nada, no sale vino, de donde no hay razón no sale fe. La fe necesita de la razón. Motivos de credibilidad. Jesús manda que al menos primero haya agua. Hasta arriba, hasta que la razón llegue hasta su límite hasta que alcance su máximo, pero tiene su límite, y de ahí se produce el cambio a vino, el paso a la fe.

Martín Gelabert
19 de enero de 2019 a las 10:14

Juanjo, muchas gracias por tu aportación que, sin duda, enriquece y precisa la analogía.

jose'
28 de febrero de 2019 a las 01:05

excelente juanjo , sin duda calaste hondo y medular

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