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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Nov
2013

Adviento: memoria del futuro

6 comentarios

Comenzamos un nuevo año litúrgico, celebrando este artículo del Credo: el Señor “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. Lo digo todos los años y siempre hay quien se sorprende: la primera parte del adviento celebra la segunda venida del Señor, esa venida gloriosa, en la que pondrá cada cosa en su sitio. Ese es el sentido del “juicio”: cada persona ocupará el lugar justo que le corresponde. Como este lugar justo lo determina un Dios bueno y misericordioso, ese mismo Dios que por amar hasta más no poder quiso hacerse hombre, un Dios que comprende nuestras penas, pecados y miserias, es de esperar que a todos nos ponga en un buen lugar. La esperanza cristiana en el retorno glorioso del Señor no es un motivo de temor, sino de júbilo.

Los que ya han tenido ocasión de conocer la justicia del Señor glorioso se habrán enterado de algo que todavía está oscuro para muchos. Se habrán enterado de lo que vale y de lo que no vale. Vale el amor. Y lo que el amor conlleva: verdad, justicia, fidelidad, paz, reconciliación, perdón. Vale porque en estas actitudes se refleja una huella de Dios. Por tanto, todo lo que hagamos desde la perspectiva del amor, como tiene un valor divino y eterno, volveremos a encontrarlo, iluminado y transfigurado, limpio de toda mancha, en la tierra nueva que Dios prepara para los que ama.

Sin duda, sería más llamativo (alguno dirá: más necesario) que el adviento anunciara el final del paro, de la pobreza, de la crisis. Pero bien entendido, el anuncio del adviento debería despertar en los cristianos una serie de actitudes que indicen en la raíz de todos los problemas, ya que permiten ver a Cristo en cada persona y en cada acontecimiento, acelerando así la llegada del Reino, con efectos reales en el aquí y el ahora. La esperanza es incompatible con la pasividad. Si el hombre se cruza de brazos, Dios se echa a dormir. Para despertar a Dios tenemos que ponernos manos a la obra, a la obra del amor.

El adviento es una buena ocasión para hacer memoria del futuro. Del futuro que vendrá y del futuro que podemos anticipar. Porque el futuro no es lo que todavía no existe. Puede hacerse presente en forma de proyecto. Lo anticipamos cuando vivimos fraternalmente, cuando luchamos en pro de la paz, la justicia y la solidaridad. Al anticiparlo, el Señor que un día vendrá glorioso, se hace humilde y calladamente presente. Porque se hace presente, podemos esperarle. Si no lo hacemos presente, la esperanza se convierte en una ilusión sin futuro.

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Valero
29 de noviembre de 2013 a las 14:11

Agradezco tu frase, Martín, no exenta de ironía, a propósito de la gran misericordia de Dios:"...es de esperar que a todos nos ponga en un buen lugar". No es tan sencillo dejarse amar gratuitamente, nos incomoda entrar en un sitio si no nos hemos ganado el derecho a estar allí y menos cuando encima se nos coloca en "palco vip". Quizás entrar en la presencia de Dios no sea consencuencia de haber llevado una vida de virtud -¿Quien podría decir eso de sí mismo?- si no de aceptar que, sin merecerlo, sin tener derecho alguno, somos introducidos en la intimidad del Padre. Y es que detrás de todo está el pecado de orgullo, que es nuestro gran juez y acusador y por ende, nos convierte en jueces y acusadores de nuestro prójimo. Dice la carta de Santiago "La misericordia ser ríe del juicio" es decir, que no teme al juicio de Dios, igual que el niño pequeño se ríe en brazos de su padre, porque no teme nada de él.

Antonio Saavedra
1 de diciembre de 2013 a las 22:50

Cada año el mismo tema: renovarnos en la fe del más allá.
Pero a los que tenemos edad más que suficiente para haber "sufrido" tantos advientos se nos hace difícil. En prueba, recojo un fragmento de "Teología en broma y en serio" de Diez Alegría, con el que sintonizo bastante (Ver en pág 24 de http://servicioskoinonia.org/.../DiezAlegriaEnBromaSerio.pdf ).
"Creo que, para muchos cristianos, ser bueno en la vida, era algo como para los chavales asistir al latazo del catecismo. Todo el problema era el papelito de entrada. Para esto se hacían también los nueve primeros viernes.
Pero, además, «ser bueno en la vida» era cosa de tipo muy individual y un poco familiar, pero nada histórico, nada social en el sentido grande de la palabra.
Cuando la expectativa del cielo se vivía de este modo, el problema de la marcha de la historia se vaciaba de todo interés. Lo único importante era luchar (casi siempre infructuosamente) con los pecados de la carne, que constituían un boscaje inextricable, ir a la iglesia y confesarse incansablemente de esos pecados, obedecer al obispo y no votar a los socialistas (cuando se votaba).
Así se era un buen católico.
La función del ministerio eclesiástico era hacer y conservar buenos católicos.
Para esto no era necesario interesarlos del problema de la historia, del problema de la lucha por la justicia y la liberación.
Mejor no meterse en muchos líos.
La Iglesia debe estar con el orden. Porque ¿qué más da que las riquezas estén mal repartidas, que no haya libertades, que haya discriminaciones de clase, que reine la opresión?
Con todo esto la gente puede seguir yendo al cielo. Y eso es lo que importa.
En cambio, si nos metemos a hacer justicia aquí, acabaremos en el socialismo. Y los socialistas no van al cielo. Porque son materialistas.
Todo esto es esperpéntico, pero es demasiado verdadero.
Por ese agujero de la concepción de un cielo espectáculo, de una moral individualística y asocial, de la indiferencia por la historia, que no cuenta nada, y del antisocialismo, el cristianismo histórico se ha vaciado de su fuerza, convirtiéndose en opio del pueblo y en freno de la lucha histórica por la liberación y la justicia".
Algo así me ocurre cuando se habla del amor, tan divinizado que resulta deshumanizado. Prefiero hablar de cariño, ternura, afecto, sobre todo en las relaciones personales.
Perdona el desahogo.

Juan
2 de diciembre de 2013 a las 03:00

Meditando en la doctrina y conducta del Bautista y las parábolas del Señor acerca del fin del mundo (y del final de cada uno en particular), uno se siente incapacitado para competir con las exigencias de las Escrituras. Ciertamente se necesita del Consuelo teológico de la misericordia del Señor. Gracias, fray Martín, por tus posts, y gracias a Valero y Antonio por sus comentarios.

Anónimo
3 de diciembre de 2013 a las 23:46

gracias por quitarnos el miedo paralizante aunque con demasiada prudencia

Anónimo
4 de diciembre de 2013 a las 00:13

Toda mi vida en la iglesia participando y con la compañia de gente "cristiana"me creí siempre en casa, confiada pero sabiendo que algo me faltaba,busque...compre y debore todos los libros religiosos de la libreria San Pablo durante años.,Siempre obsrevando y participando en movimientos, ejercicios espirituales,conferencias,talleres de oración,cursillos de cediset....
Llevo dos años que no puedo ir,no puedo desde que murió mi suegro y lei su testamento ¿decepción? ¿aversión? no se conozco bien las respuestas teóricas que me darían ... pero siento un vacio y una apatía que la verdad es que no voy a la iglesia,no me llevan las piernas,no me nace,lo intento pero allí estoy como si nada y respiro libre cuando estoy fuera.
Siempre el mismo rollo el cielo y el infierno y la inseguridad del juicio.la libertad,el amor,fidelidad,confianza,misericordia,responsabilidad,voluntad....
un Dios bueno,solo un hijo único que murió por sus hermanos adoptivos y pecadores
todo es gratis -gracia-pero siempre con condiciones.

Anónimo
4 de diciembre de 2013 a las 17:01

Yo quiero agradecer este y otros artículos publicados por usted, porque me edifican, iluminan mi vida y me ayudan a confirmar mi fe. Este especialmente en este tiempo me ayuda a ver que solo hay un único ser que me ha amado y aceptado así como soy, DIOS, que se ha hecho carne por mí y que por mí vendrá de nuevo. Por qué voy a buscar la vida en los afectos, dinero o trabajo?, si la vida unicamente me viene de Dios! y hacia Él debe volver; por eso me siento dichosa y me llena de esperanza, para vencer cualquier obstáculo para poder sostenerme en pie cuando El Señor venga a buscarme, sea ahora o después, eso no importa.

Martha Cruz

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